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Con el optimismo de la voluntad
Categoría: Opinión

En el marco del 40° aniversario del denominado Mayo Francés, la Alianza Francesa y la Universidad Nacional del Sur presentaron en el ciclo “Qué piensan…” al ensayista y analista político, Alejandro Horowicz. En el aula magna de Colón 80, el autor de “Los cuatro peronismos” comenzó su exposición reflexionando sobre la provocadora consigna que él mismo propuso: Mayo del ‘68 ¿Museo de la revolución?
Destacó que si bien suena conservador -si allí muere la vanguardia artística qué se puede decir de la vanguardia política- “nos impone la obligatoriedad de reconsiderar, no qué fue Mayo del 68 en París (…) sino que relación hay entre ese Mayo con nuestro presente, en el caso de que haya alguna y, en todo caso, qué quiere decir pensar hoy París en el 68”.
“De lo contrario, sí vamos a parar al Museo de la Revolución. (…) si tomamos el punto de vista de Hegel de que la historia se repite, primero como tragedia y después como comedia, ya sabemos que las repeticiones en historia son cualquier cosa menos repeticiones”, aseguró.

Mayo de ‘08
Cuando uno está contando la derrota de un conjunto de fuerzas históricas y políticas que estuvieron tambaleando, cualquiera que recuerde 1973 -me refiero a Vietnam- cuando un pequeño pueblo armado le pegó un virulazo semejante a la primera potencia militar del planeta, que todavía hoy pese a 56 mil cosas que pasaron se habla hoy en la literatura política norteamericana del síndrome de Vietnam. Y cada vez que se plantea una derrota militar como la iraquí se vuelve a hablar de esto. (…) Hablamos de un corte político militar en la historia.
Pues bien, ese corte que sucedió es como si no hubiera sucedido.
¿Qué quiere decir hoy la Revolución Rusa en la historia viva? Es un relato para viejitos.
No es que no pasó, sería un error muy trivial, pero ha sido tal el modo en que se ha reformulado que la hoz y el martillo es un souvenir y PC quiere decir personal computer y no Partido Comunista.
Si este es el rango de lo que sucede, tenemos que plantearnos dos cosas clarísimas: una es el balance de esa derrota -sin eso estamos mal- y, sobre todo, la conformación de nuevas luchas que no sean como las de 2001.
¿Por qué? Porque sucede cuando ya no hay ninguna posibilidad de rectificar absolutamente nada. No tiene la menor aptitud para detener un proceso que era absoluta y totalmente evidente para cualquiera que conociera la regla de tres simple catorce meses antes.
El diario Ámbito Financiero que no es justamente un periódico de la prensa socialista revolucionaria, publicaba en la tapa todos los días la caída de las reservas del banco central, que no cayeron en 40 dólares, cayeron en 24 mil millones sin que la sociedad argentina dijera nada. Hasta que les explotó el modelo en la cara. No es el combate popular el que puso fin al gobierno de De La Rúa, es la colosal inercia de una clase dominante que no es una clase dirigente, es una sociedad que permaneció atónita hasta que no pudo más.
Cuando uno mira el rango de las víctimas -20 millones- y suma el rango de los movilizados, se da cuenta que para que en la Argentina se hubiera movido un millón de personas no quedaba nadie. La pregunta no es por el 2001, es por el ’95 cuando había 15 millones de víctimas, dos terceras partes de las tareas estaban hechas, y el dr. Carlos Saúl Menem -después de 2001- ganó la primera vuelta de las elecciones en Argentina, no en La Rioja.
Esa es la pregunta que abisma: el grado de valores compartidos entre la víctima y el victimario.

Hacernos cargo de lo que pasa
Hay una dificultad descomunal para el reconocimiento de los problemas elementales de la sociedad argentina, una sociedad que no puede vincular a su seguridad, los accidentes de tránsito.
Hagamos una pequeña cuenta: en los últimos diez años murieron en accidentes de tránsito 75 mil personas. En los últimos diez años murieron en crímenes contra la propiedad, robos, asaltos, raptos, todo lo que quieran… 8 mil personas. Estamos hablando de algo que es diez veces mayor y no termina ahí. Por cada uno de los muertos hay quince víctimas que van desde el que se quedó tartamudo por la impresión hasta el que perdió un brazo. Estamos hablando entonces que en los últimos diez años hubo un millón de víctimas que no tienen visibilidad pública: ¡un millón!
Uno tiene que preguntarse que le pasa a una sociedad que no puede reconocer semejante cosa.
Lo que estamos contando no es muy auspicioso y no se trata de contar historias que no suceden. Las cosas son como son y, como dice Serrat, no tienen remedio. El remedio en todo caso presupone hacerse cargo de lo que pasa y después buscarle la vuelta a entender por qué pasa, no desde un optimismo ridículo sino desde una formula que a mí me gusta mucho: “Con el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia”.

Preveer
Horowicz mencionó la problemática desatada por la instalación de las pasteras lamentando que para Uruguay como para Argentina “sea más fácil hacer un acuerdo con cualquier grupo monopólico que trazar un acuerdo político elemental. Hablamos de cuestiones muy graves, no tanto por la dificultad que estas cuestiones encierran en sí sino por el grado de incapacidad política que los que están a cargo de las direcciones políticas de ambos países”.
“Si los cortes de Gualeguaychu no hubieran puesto el tema en la agenda -afirmó el intelectual- nada de esto hubiera sucedido. Y esto nos plantea el problema central de cualquier política, no la de derecha o la de izquierda, de la política como actividad. Gobernar es prever y si algo muestra esta crisis que estamos enfrentando es que aquí no hay nadie en condiciones de prever casi nada. Cuando algunas de las cuestiones casi van de suyo. Entonces, vemos un retraso fenomenal de la reflexión política respecto al mapa de los problemas políticos”.

Naturalizar el orden existente
Hoy es absolutamente claro que la capacidad de producción del mundo tal cual es, no tal cual debiera ser, está en perfectas posibilidades de satisfacer la demanda material de todos. Y si esta demanda no se satisface, no es un problema de la productividad social del trabajo sino un problema de la política. Si yo acepto hoy el horizonte de los estudiantes franceses del 68, la brutalidad y arbitrariedad del orden político existente se vuelve más evidente que nunca. Sarkozy lo que quiere erradicar es la idea de que es posible construir un mundo distinto al existente, naturalizando al existente como una especie de condena inevitable y rigurosa. Todos aquellos que nieguen esto son simplemente unos marginales desplazados que no entienden de qué se trata y punto.

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2008-06-07 00:00:00
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