Cualquier persona o institución -movimiento social, denominación religiosa, ONG, escuela, empresa, asociación, sindicato, etc.- puede y debe promover iniciativas que refuercen la ciudadanía y la solidaridad: mesas redondas, campañas periodísticas (prensa escrita, radial o televisiva), conferencias, obras que beneficien, sin asistencialismo, a la población más pobre. Un excelente punto de partida son las Metas del Milenio, aprobadas por 191 países de la ONU en el 2000. Todos ellos se comprometieron a cumplir estos ocho objetivos hasta el 2015: Acabar con el hambre y la miseria; Educación básica de calidad para todos; Igualdad entre sexos y valorización de la mujer; Reducir la mortalidad infantil. Mejorar la salud de las gestantes; Combatir el sida, la malaria y otras enfermedades; Calidad de vida y respeto al medio ambiente; Todo el mundo trabajando por el desarrollo.
Ante este programa de acción deberíamos poder decir que no hay nadie que no pueda hacer un gesto en dirección a esos objetivos: debatir en el aula las causas del hambre, la pobreza y las trabas para la mejor distribución de la renta; debatir sobre la existencia del trabajo y la prostitución infantil; introducir en la escuela la educación nutricional; organizar una huerta comunitaria; luchar por el acceso a medicamentos seguros y baratos; abrir un curso de alfabetización de adultos; denunciar el uso de la mujer y de las referencias eróticas como estímulo para el consumismo; concientizar sobre el aumento de las enfermedades provenientes del desequilibrio ecológico; colaborar en la implementación de la reforma agraria, visitar y apoyar campamentos y asentamientos rurales, enterarse de qué es desarrollo sustentable, etc.
Esta reflexión creo que viene a cuento dado el movimiento que estamos presenciando en torno a la necesidad de volver a discutir la reforma educativa. Que es, en realidad, la reforma de la reforma de la reforma… Y siento que es necesario advertir sobre el riesgo de volver a presenciar debates entre especialistas, que piensen las necesarias reformas desde dentro del sistema educativo mismo, sin estirar la mirada hacia las necesidades generales de la comunidad nacional frente a estos problemas que agobian a los más desprotegidos. Debemos estar atentos ante las campañas de los medios que se montan sobre muletillas archirrepetidas que, sin embargo, una parte de la población las asume como propias. Por ejemplo: la cantidad de días de clase dictadas efectivamente (cuando ocultan una campaña contra los reclamos gremiales); la necesidad de aumentar el presupuesto educativo (cuando los temas antes mencionados no aparecen dentro de los reclamos); la necesaria actualización docente (cuando aparece como un tema técnico, despolitizado); etc. No quiero decir que esos reclamos no deban ser hechos, digo que deben ser colocados en un contexto mayor donde adquieran su debida importancia.
Al hablar de despolitización pretendo decir que si se acepta que es política sólo lo que los partidos y sus dirigentes hacen habremos renunciado a nuestra condición de ciudadanos, y así educaremos a los jóvenes en nuestras aulas. Al repetir que la política es sinónimo de corrupción colaboramos con los tecnócratas que se han convertido en los portadores de las soluciones técnicas. Por ello sostengo que todos los temas que mencioné antes son de neto contenido político, que son de vital importancia para la reconstrucción de la Nación y así deberían ser incorporados a esta reforma educativa. La educación tendería, de ese modo, a la formación de ciudadanos solidarios.