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Un museo de juguete
Categoría: Interés general

El pasado mes de agosto el Museo Histórico de la ciudad exhibió una colección de juguetes de todas las épocas, que cubrieron la niñez de varias generaciones de bahienses.

En uno de sus textos Alejandro Dolina se preguntaba donde estarían las millones de bolitas utilizadas por varias generaciones de chicos en este país, particularmente. Decía, y es cierto, que no se sabe a ciencia cierta qué ocurre con ellas, porque no se las suele ver. Ni en las casas, ni en las colecciones. Pese a considerar que son de los juguetes más numerosos en la infancia de los chicos de las anteriores generaciones.
Tampoco las encontró EcoDias en una primera recorrida por la muestra de juguetes preparada por el Museo Histórico de la ciudad y expuesta durante agosto, el Mes del Niño.
Allí, junto a un paño de seda conmemorativo del centenario patrio y los antiguos carteles que rotulaban las oficinas municipales y el Honorable Concejo Deliberante, descansaban las figuras de Larguirucho u Homero Simpson.
Una gran colección de libros, muñecos y pelotas de fútbol fue puesta en los exhibidores de la sala de Dorrego 116. Incluía, además, una buena cantidad y variedad de soldaditos de plomo y disfraces para representaciones teatrales, además de fotografías y mazos de cartas o estampillas. Hasta se expuso una bicicleta de paseo marca Borgani, de los años ’20, que parece lista para la oferta de recorrer la ciudad de antaño.
Aunque esta joya, claro, forma parte de la muestra estable de la sala. Su presencia se recorta entre otros objetos, tanto como el colectivo a escala que una empresa local utilizaba para promocionar sus trabajos de conversión de camiones en micros. No son juguetes, pero lo parecen. El contexto los asemeja.
Recorrimos ese espacio y lo recreamos, con palabras, para ustedes.

Fascinación del detalle
Quizás el lugar que mayor atracción provoca de entre los rincones de la sala de exposición sea el dedicado a los soldaditos de plomo. Hay más de tres centenares, prestados por el coleccionista Gabriel Guerín. Y vale aclarar que, además del plomo tradicional, los hay hechos con hierro o aluminio.
Entre los regimientos y ejércitos que conviven en el exhibidor se encuentran los criollos granaderos y patricios, con sus bandas de música. Además, están presentes los uniformados de la Guerra de la Triple Alianza y aquellos que participaron de otra matanza, la llamada “Conquista del Desierto”. También los rosistas Colorados del Monte.
O, en la órbita internacional, los soldados napoleónicos. El propio Bonaparte deja ver su figura de comandante preocupado, sentado en una silla. Aguardando, tal vez, su Waterloo. Su figura resalta por sobre la de los demás. No sólo por ser quien manda, o mandaba. También por su tamaño. Es considerablemente más grande que las figuras que representan a su tropa.
Tampoco faltan los nazis, vestidos con sus clásicos sobretodos grises plomo. O una formación de las SS. Como en toda colección de figuras guerreras que se precie, se inscriben en ella los piratas del caribe y los indios americanos, con sus coronas de pluma características.
Incluso hay lugar para las especializaciones. Además de los músicos, hay también camilleros y encargados del equipo de radio. Y poses especiales, como la del soldado rescatando a un pequeño niño, al que levanta en brazos alborozado.
El propio Guerín se dedicó a pintar hasta los más mínimos detalles a las figuras que cedió al Museo Histórico durante un mes.

De papel
Lejos del enorme batallón de trescientos hombres de plomo, se encuentra un pequeño pelotón de soldados de papel. Sus figuras disparan el recuerdo de las pequeñas partidas de hombres que en tiempos de comunicaciones precarias ignoraban la culminación del conflicto y permanecían en sus puestos, alertas.
Aunque suene extraño, los doce muñecos -de mayor tamaño que sus compañeros de metal- están hechos de papel prensado, y revelan aún hoy una consistencia que permite el juego.
La docena de hombres datan de los años en que el mundo vivía su Segunda Guerra. Como los metales eran usados para fundirse en armamento para la contienda, los juguetes eran hechos de papel.
Pequeños agujeritos, que semejan a los producidos por una balacera, los decoran. “No es que estén así por haber participado en la guerra”, aclara uno de los organizadores de la muestra. Sucede que el papel sufre el tiempo de manera diferente al plomo, y los pequeños hombres del batallón han comenzado a apolillarse.

Fútbol, cartas, figuritas
Frente a los soldaditos, antes de llegar a la bicicleta Borgani, se ubica el stand que alberga objetos de juego caros a varias generaciones de chicos. Allí hay una pelota hecha con medias, pero también un Larguirucho recién jubilado. Y más modernos, Homero Simpson y Barney, su amigo de cada salida de trabajo en el bar de Moe.
La pelota no es la única, también hay una amarilla y blanca de marca “Golazo”, que deja adivinar jugadas copiadas al crack del momento en la calle o el patio de la escuela. Y una tercera, sin precisiones de marcas ni años de fabricación, pero con la memoria de viejos partidos pueriles.
No es lo único que recuerda los recreos. Hay varios mazos de cartas, con diferentes motivos: automovilismo, aviones o el mismísimo Capitán Garfio. Y una lunchera con el retrato de los Cuatro Fantásticos que, según evidencia el rótulo, aún no se llamaban así por estas tierras.
La vitrina exhibe objetos prestados por el coleccionista Osvaldo Fernández. Incluye un proyector de juguete para cuadros de historieta, una libreta de Ahorro Postal de 1941 y, por si hiciera falta, un manual indicativo. “Cómo juegan los niños de todo el mundo”, se titula. Fue editado por Ramón Sopena. Desde fuera del cristal no se puede acceder a su fecha de edición, ni a los preciosos secretos que en su interior pueda guardar.
Una honda hecha a base de naturaleza misma, con el arco de una rama, comparte también el espacio. El tiempo se une, y la gomera se toca con los personajes de “El Chavo” que hace algunos meses comercializó una casa internacional de comida chatarra.

Títeres y lectura
Presencias vivas en el lugar las constituyen los títeres y máscaras del grupo “Muchas lunas”. Los disfraces y muñecos parecen conservar el recuerdo de pasadas funciones.
Más adelante, la galería expone su rincón para pequeños lectores de todas las épocas. Un mueble muestra al cerdito Porky, Tarzán, los Picapiedras y algunos de los tomos que Carlos Soria y “Chiqui” de la Fuente hicieron para adaptar los clásicos universales -Los tres mosqueteros, Robin Hood, Robinson Crusoe, por caso- para los más chicos.
Frente a ese mueble, cerca de la bicicleta Borgani, se ubican la Mujer Maravilla -que presta su figura a una crayonera- y los mazos de cartas de diversos motivos.
Ya dando una segunda vuelta aún no hemos visto las lecheras y japonesas que intrigaban a Dolina. Olvidábamos visitar el rincón de los camiones de juguete.

Muebles y camiones
Para visitar la vitrina de los pequeños vehículos, se debe pasar frente a un juego de muebles de dormitorio y comedor. Son hechos en madera, lo que denota que su edad debe estar en la franja de entre los 50 y 60 años. Pertenecen a la colección estable del Museo, pues han sido donados por la vecina Alicia Zillani. El ropero guarda varios conjuntos de ropa femenina a escala.
El lugar destinado a los camiones está más adelante, rumbo a la salida. Quizá no sean tantos como la experiencia indica. Pero están. Reflejan el pasado. Hay uno de ENTEL, otro de fletes. Un cisterna comparte la ruta recortada por el vidrio. También pertenecen al coleccionista Fernández.
Cerca del ángulo de la caja de cristal, se deja ver un camión volcador. Evidencia estar cargado.
Cargado con bolitas.

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2010-09-12 00:00:00
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