Lidia Ester Beato nos cuenta por qué en sus dos trabajos anda con el repasador
en el hombro. Historias de un objeto que acompaña y ayuda en manos de una
experta.
“Este repasador no hacía mucho que lo tenía, me gusta comprar repasadores y
guardarlos, donde voy me traigo uno o dos repasadores” introduce Lidia Beato,
vecina de la ciudad y trabajadora incansable. “Tengo un cajón de repasadores.
Este repasador lo compré porque me resulta cómodo, me gustan los repasadores de
toalla que pueda agarrarlo bien de cada esquinerito para secar los platos, pero
yo ando todo el día con el repasador en el hombro. Cuando llego a mi casa, en
los trabajos que tengo, siempre ando con un repasador”.
Lidia tiene dos trabajos y 65 años de edad, por la mañana se encarga de la
limpieza del Museo del Puerto y por la tarde está en el Comité Técnico
Ejecutivo, donde mantiene impecable la cocina. “Cuando yo era chica, tenía 10
años y mi mamá trabajaba en la fábrica de bolsas en Bunge y Born, ella compraba
dos bolsas de harina para el año, las cortaba en trapitos de 1,20 x 1 metro
para hacer repasadores, le hacía patitas de gallo en los bordes y teníamos de
las bolsas de harina repasadores para secar los platos o para ponerlos como un mantelito
arriba de la mesa, que teníamos una radio blanco. Cuando empecé a trabajar, a
los 10 años, con la mamá del Dr. Grosso, médico pediatra, al mediodía iba a
aprender a limpiar, ella me daba los repasadores con los que había limpiado la
cocina para lavarlos con jabón en pan blanco y ponerlos con agua y lavandina.
Después con esa agua con lavandina lavábamos la escalera, que era de mármol,
blanca. Ahí aprendí a limpiar”.
Vida
Lidia siempre trabajó en casas de familia, después de la jornada “tenía que poner
a lavar los repasadores para que queden blanquitos. Pero los de bolsa de
harina, mi mamá los tenía con la franja azul que decía harina y esa parte la
tapaba con la radio y dejaba los bordecitos de las puntillitas o la patita de
gallo al costado, para que se vieran” recordó con emoción. “En mi casa,
también, uso mucho el repasador, lo tengo todo el día conmigo.
“Este repasador lo había comprado, lo lavé una o dos veces y me dijo Lucía
(Bianco) si conseguía algún repasadorcito para traer, aunque tenía uno más
viejito” confiesa, mientras acaricia el trapo casi sin estrenar, recién bajado
del tendal de exhibición del Museo del Puerto. “Los viejos los descarto, me
gusta tener repasadores lindos en el frente de la cocina, compro uno rojo o a
cuadritos blanco o rojo, blanco y azul, mientras son nuevos los pongo ahí, ya
cuando los lavo dos o tres veces los voy poniendo para usar en la cocina. O a
la mañana, para desayunar, lo pongo de mantelito individual, cuando termino,
lavo la cuchara, la taza, el platito y dejo que se escurran arriba del
repasador y ya salgo a trabajar. Si son grandes y lindos van abajo del
microondas, de carpetita. También saco las fuentes del microondas con el
repasador. Me resulta muy bueno el repasador de toalla, trato de comprar los que
no sean de color, porque les pongo lavandina”. Es inadmisible limpiar, cocinar
o usar de agarradera un repasador con manchas. “Si es nuevo se puede usar para
los vasos, sino uso servilletitas de papel y los termino de secar, más si son
de vidrio”.
Sin elección
La mamá de Lidia tuvo 5 hijos, su marido falleció cuando tenía 45 años, “ella
se quedó sola, nos crió a todas, mi hermana cuatro años mayor que yo nos fuimos
al Hogar del Niño de Villa Rosas, estuvimos ahí 3 o 4 años, hasta que mi
hermana cumplió los 12 años, me sacaron también porque me enfermaba mucho
porque estaba sola. Mi papá murió en un accidente de la Junta (Nacional de
Granos), yo tenía 3 años”. Su familia vivía en una casa de chapa y madera en
Villa Serra, “después fuimos haciendo los cimientos, quedó atrás la casita,
hasta que pudimos terminar la pieza y una cocinita chiquitita chiquitita, que
después se convirtió en baño”. Lidia trabaja en el Museo del Puerto desde el
año 2001 para una empresa de limpieza, 14 años y declara “que me quisiera ir,
ya me jubilé, tengo miedo que me saquen, me dijeron que tenga buena salud voy a
estar acá”. Tuvo tres hijos, “mi hija mayor tiene 40 años, mi hijo 39 y la
chiquita tiene 30, tengo nietos, uno de ellos ya va a la Escuela Técnica.
Estuve casada 40 años, hace 10 años que soy viuda, mi marido era mayorista de
frutas y verduras en la zona”.
Asegura que el repasador es “mi compañero de trabajo. Voy a comprar repasadores
y busco los grandes, para que me den una buena utilidad”. Si hablamos de los
cambios en usos y costumbres, Lidia se arriesga con un recuerdo, el repasador
era parte del ajuar de cualquier novia y futura esposa. “Yo tenía una valija,
todas mis hermanas guardaron en esa valija, era de cuero marrón que tenía mi
mamá, no sé si se la habían dado a ella, una patrona o qué. Yo siempre de chica
trabajé con mi mamá, en casa de familia. Ella salía de la fábrica de bolsas y
tenía tres departamentos en la calle Mitre, entonces yo iba le sacudía, subía
las sillas, le limpiaba los muebles, ella lavaba los pisos, los enceraba, entre
las dos nos ayudábamos para que fuera rápida la tarde, porque ella se levantaba
a las 4 de la mañana para ir a la fábrica. Yo era la única más chica, me quedé
con mi mamá, mis hermanas eran todas empleadas domésticas en casa de familia
con cama adentro, cuando salían con la valijita preparadas para casarse, así
que ahí ponían repasadores, toallas, toallones, sábanas. A mi mamá le compraba
en Santa Rosa Modas, dos repasadores para ella y dos para mí, para guardar, un
toallón para ella y uno para mí, para guardar, como estábamos las dos solitas,
yo compraba para las dos”.
SABER MÁS
Si te interesa ver el repasador de Lidia o conocer más historias visitá el
Museo del Puerto y su tendal en la cocina: de lunes a viernes de 8.30 a 12.30,
sábados y domingo de 15.30 a 19.30 horas.
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