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Que se quiebre el círculo
Categoría: Interés general

Los fusilamientos de 1907
“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas. Esta vez es posible que se quiebre el círculo…» (Rodolfo Walsh).

Hasta que un día cualquiera te fusilan…
El hecho inicial sucedió en los muelles donde se construían los elevadores que extenderían el puerto de Ingeniero White. Allí resultaron cesanteados dos obreros remachadores que trabajaban en las obras de ampliación del Ferrocarril del Sur. El sábado 20 de julio de 1907 los obreros reunidos en asamblea resolvieron declararse en huelga, exigiendo la reincorporación de sus compañeros, la jornada laboral de 8 horas y un 30% de aumento en los salarios. Pero en el amanecer del lunes, cuando todos debían paralizar las obras, la medida se efectivizó sólo en algunos pocos sectores. Por la tarde los grupos obreros celebraron una nueva asamblea y aprobaron la realización de una acción de agitación en las instalaciones de la rivera de Ingeniero White donde trabajaban más de 3.000 hombres. El conflicto de White de 1907 se presentaba como una paritaria más de las tantas de esa época, donde una negociación racional podría haber acabado con la protesta en pocas horas. Pero nada de esto sucedió.
Al amanecer del martes 23, minutos antes de las 7 de la mañana, un grupo de obreros ingresó al área de trabajo lanzando consignas y llamando a la huelga. A poco de recorrer los talleres, decenas de empleados comenzaron a seguirlos sumándose a la agitación. Los huelguistas arrojaban las herramientas al agua y descargaban la bronca contra las máquinas. A los pocos minutos, con las primeras luces del día y la helada matinal cayendo sobre el puerto, los vigilantes de la empresa comenzaron a perseguir y dispersar la protesta. El clima se tornó confuso, algunos gritaban, otros corrían; hasta que en medio de playón se dieron los primeros incidentes, luego de que los capataces Williams Kelly y Patrics O’Bryan, ambos de nacionalidad inglesa, quisieran obligar a golpes a un obrero a permanecer en el trabajo. Según La Protesta, Kelly era “un déspota con los obreros acostumbrado a insultarlos de hechos y de palabra, y el segundo -O’Bryan- un rompehuelgas incorregible”. Lo cierto es que en esta ocasión los custodios cargaron sus armas de fuego y chocaron con los rebeldes. Se produjo un forcejeo que terminó con los dos vigilantes heridos.
Éste fue el motivo expreso que encontraron las autoridades de Ingeniero White para desatar una violentísima cacería de obreros nunca antes protagonizada en la historia de la ciudad.
Todavía no eran las nueve de la mañana, cuando salieron marchando por las calles de tierra del puerto los obreros que acababan de paralizar las obras. Se dirigían a la Casa del Pueblo entonando consignas con la intención de celebrar otra asamblea. Estaban esperanzados en poder detener la producción en el puerto y emitir comunicados para instalar en el debate público la huelga. La asamblea en la Casa del Pueblo comenzó cerca de las 9 de la mañana. De inmediato se izó en lo alto de la casona una bandera negra que flameaba con el viento que soplaba desde la ría. Los obreros colmaron el local para debatir a los gritos, con intervenciones preferentemente en castellano, pero con comentarios por lo bajo en varios idiomas más.
Pasadas las 10 de la mañana, el oficial de la Subprefectura Juan Posse organizó un grupo de 18 hombres encargados minuciosamente para reprimir a los responsables del incidente. Los marinos salieron formados desde la sede oficial, caminaron 100 metros y se pertrecharon frente a la Casa del Pueblo en dos hileras. Sin dar aviso alguno, Posse dio la orden de abrir fuego, pero los marineros no se animaron a apretar el gatillo. Entonces enojado, el oficial sacó su propio revólver y al repetir la orden fue él mismo quien comenzó a disparar. Ahora sí los verdugos acataron la directiva y lanzaron una primera ráfaga cerrada de Máuser, generando desconcierto entre los asambleístas sorprendidos por los ruidos. Desconociendo el origen de las explosiones, alguien desde adentro de la casa respondió con un “¡Viva la Anarquía!” al que le contestaron con 7 descargas más, que penetraron en el frente del local sembrando el pánico en el centro del puerto. La cacería estaba desatada. Los impactos destrozaron las paredes y bañaron con sangre todo el piso del salón. Los obreros gritaban, se apilaban en los rincones, buscaban refugio saltando el pequeño paredón del fondo que lindaba con un terreno. Los represores desencajados, derribaron la puerta y comenzaron el desalojo.
Entre los gritos, los soldados continuaban disparando a menos de 5 metros de distancia a quienes iban saliendo. Con las pericias médicas posteriores se supo que todos los heridos estaban lastimados en su torso o en las piernas, evidenciando las intenciones asesinas de los disparos. Los agentes requisaron y palparon de armas a más de 500 personas y ni siquiera a uno solo le encontraron armamento alguno. Sólo cinco cuchillos, habituales atuendos de los hombres de la época, fueron las armas detalladas en la investigación oficial.
En el centro del puerto y a plena luz de la mañana se estaba protagonizando un fusilamiento sangriento. La gente que pasaba y aquellos que escuchaban desde lejos los disparos se acercaban curiosos a la esquina del conflicto. Nadie reconocía una revuelta obrera, ni distinguía huelguistas de otras víctimas; los Máuser apuntando en todas las direcciones se apoderaban de las miradas.
La brutalidad no se limitó a los huelguistas. Violentos golpes de culata eran lanzados por los marinos para quienes en aquel momento pasaban circunstancialmente por el escenario de los hechos. José Falcioni, un joven italiano católico, miembro de la sociedad recreativa La Siempre Verde de White y desvinculado totalmente de cualquier actividad política, pagaría con su vida aquel encuentro casual con las fuerzas del orden.
El puerto quedó desolado, en silencio. El clima se tensó y el temor se sentía en cada esquina, ante la presencia de los ejecutores. Los comercios cerraron sus puertas atemorizados por la sensación general.
Nada de esto importó a los oficiales que de inmediato se pusieron al servicio de la empresa inglesa. Merece el recuerdo el ayudante de la marinería Jorge Loppe, quien se negó a obedecer las órdenes de fusilamiento impartidas por Posse frente a la Casa del Pueblo. En ninguna de las ocho descargas ejecutó su arma, conciente de lo cobarde e irracional de la directiva. Un ejemplo no imitado por sus colegas.

El primer despacho a La Vanguardia
El corresponsal local de La Vanguardia, el emblemático periódico del Partido Socialista, no demoró en llegar al lugar de los hechos y enviar el primer despacho que se conoce de este conflicto. El cronista, veloz y preciso, dictaba el telegrama que encendía la redacción porteña.

– Bahía Blanca, 23 (2 PM). Los obreros constructores y remachadores de este puerto, que se hallan en huelga, reunidos ayer en la Casa del Pueblo, han sido asesinados cobardemente.
Corresponsal.
– Bahía Blanca 23. Comprobando lo comunicado a la tarde, adelantó las siguientes noticias. A las 10 AM de ayer, se encontraba reunido en la Casa del Pueblo de Ingeniero White un número considerable de huelguistas, la Subprefectura, en conocimiento de la reunión, envió un piquete de marineros armados a Máuser, por encargo, según parece, de proceder sin miramientos, contra los huelguistas que serían unos 800.
Al abandonar el local, los asistentes, fueron recibidos a balazos por la marinería (La Vanguardia, Buenos Aires, 24 de julio de 1907).

La descripción de este corresponsal, que desde el propio puerto enviaba sus textos al diario, es sin duda el testimonio más fiel que se conserva en la reconstrucción de los hechos iniciales. La Vanguardia le dedicó un espacio central en su tapa del día siguiente a las informaciones que llegaban desde el sur:

Los telegramas que recibimos anoche completan la crónica de los tristes y lacónicos sucesos.
– Bahía Blanca, 23. Al sentirse las descargas acudieron 40 hombres, del Octavo de Infantería Destacado de la ciudad, y un piquete del Cuerpo de Bomberos, rodeando el local obrero y tomando presos a todos lo que se encontraban en él, y que por efectos del ataque, no habían podido abandonarlo.
– Bahía Blanca, 23. Después de la matanza del que fueran víctimas los huelguistas, se han enarbolado en la Casa del Pueblo, una bandera roja con un crespón negro, en señal de duelo, como protesta por la barbarie con que se han masacrado cobardemente a los trabajadores en huelga.
– Bahía Blanca, 23. Los obreros de la ciudad, en conocimiento de los hechos sucedidos, organizaron una columna de manifestantes, con la intención de recorrer el pueblo, pero las fuerzas de línea la disolvieron.

Este fue sólo el comienzo de la peor casería de la época.
Con el correr de los días fueron muriendo Atiliano Pacual y José Falcioni, los primeros mártires del movimiento obrero bahiense.
Los cortejos fúnebres de ambos constituyeron la expresión más importante de la clase obrera local, de aquella etapa. El cadáver de Falcioni fue baleado por el propio Astorga, hasta mutilarle el rostro. La brutalidad con que reprimió el Estado fue de un carácter salvaje.
Los episodios de Ingeniero White conmovieron a toda la nación, en todas las ciudades del país se seguían los acontecimientos. De inmediato se comenzó a gestar un movimiento espontáneo de los proletarios, que hasta sobrepasó a las grandes centrales sindicales, la FORA y la UGT.
Todo terminó con un debate profundo en todos los rincones de la Argentina. La oligarquía nacional reaccionó en sus máximos estamentos, ante la solidaridad de la totalidad de la clase obrera que sacudía al régimen.
La huelga solidaria más importante de la historia de aquellos pioneros proletarios fue para repudiar la actitud salvaje de los marinos de Bahía Blanca.
Estos hechos concentraron un extenso capital periodístico que presenta con claridad la realidad mediática de la ciudad. Los ejemplares de La Nueva Provincia, constituyen un instructivo de la muerte y la crueldad.
Al cumplirse un siglo de aquellos fusilamientos, los mártires regresan para reclamar su lugar en el relato histórico de la ciudad.
¡Parece que se está quebrando el círculo!

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2007-07-28 00:00:00
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