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Construir futuros reales
Categoría: Interés general

Muchas son las noticias que llenan los espacios de los medios de comunicación mencionando casos de violencia. Muchas de ellas a su vez tienen como actores principales a los adolescentes, ya sea por la violencia entre pares -en su término en inglés bullying- o la violencia en la que confluyen adolescentes y adultos (padres, docentes, etc.).

¿De qué hablamos?
La violencia se la entiende como un comportamiento deliberado, que provoca, o puede provocar, daños físicos o psíquicos a otras personas, y se la asocia, también con la agresión, amenazas y/o ofensas.
Se ha convirtido en un tema recurrente de estos tiempos la participación de los adolescentes en peleas callejeras (en boliches, a la salida de boliches o en sectores de esparcimiento nocturno, entre otros), espacios y situaciones en las que el alcohol y su abuso opera de manera obvia.
La violencia, las situaciones de violencia traspasaron ya también las puertas de la escuela y se instala en sus aulas, en sus patios y en sectores aledaños a centros educativos.
Desconocer que las acciones violentas de los adolescentes y jóvenes se encuentran ligadas al mundo de los adultos, es querer tapar el sol con las manos. La sociedad actual, construida por los adultos, genera malestar en los muchos de sus integrantes, entre ellos los adolescentes. Malestar que se hace visible de diversas maneras: sensación de abandono, el no encontrar contención, y el sentimiento de constante amenaza de un entorno hostil.
¿Qué ocurre con nuestros adolescentes que se ven sumergidos en situaciones de violencia? ¿Qué es lo que acompaña estos ejercicios o demostraciones de poder y daño a otro, de sometimiento, humillación o desprecio?

Si bien las preguntas son amplias y resumir las respuestas implicaría una amplia reflexión colectiva, EcoDias trató de encontrar algunas puertas por donde intentar ingresar a este tema del que, como sociedad, no deberíamos desentendernos.
Conversamos con integrantes de la Subsecretaria de Niñez, Adolescencia y Familia, con miembros del Servicio de Emergencia de Niñez, Adolescencia y Familia de la Municipalidad de Bahía Blanca y también con una trabajadora social y un psicólogo que están en contacto con la realidad de la violencia en las escuelas.
Miradas a una misma problemática sobre la que no deberíamos dejar de reflexionar.

Violencia en la ciudad
Existe un registro de intervenciones de urgencias que presenta el Servicio de Emergencia de Niñez, Adolescencia y Familia. Esta dependencia cuenta con una guardia -derivada del 911- que asiste a menores cuyos derechos son vulnerados.
La guardia se implementó hace 4 años. En ese tiempo se han llevado adelante 727 abordajes, hasta el mes de agosto. Tiene un protocolo de actuación que delimita los casos en los que interviene.
Se atiende a menores en situaciones de violencia física y psíquica por parte de sus padres o responsables, en situación de calle, extraviados, niños y adolescentes que se van de su casa a raíz de problemáticas familiares, víctimas de abuso y explotación sexual, víctimas de sustracción por parte de uno de sus padres, abandonados por sus padres o adultos responsables, víctimas de cualquier tipo de explotación comercial (trabajo precoz, abusivo y explotador) o víctimas del uso y tráfico de cualquier tipo de drogas.
 “La guardia de emergencia de niñez es pasiva. Frente a una emergencia con un menor, vamos. Por ejemplo, un chico está pidiendo en la calle, sufre un maltrato, una violación, o cualquier situación violenta nos derivan a nosotros que asistimos al lugar”, explicó Elmo Fantino, quien junto a Ariel Sangronis son los responsables de este sistema.
 “Vemos muchas cosas en la calle, pero sobre todo mucha violencia. Todo está atravesado por la violencia, la misma adolescencia está atravesada por la violencia, las adicciones, y la violencia está relacionada con el alcoholismo”, explicó Fantino.
La guardia atiende la urgencia, para después en función de la problemática derivarlo a la Subsecretaría de la Niñez, Adolescencia y Familia de la comuna.
“Es difícil reinsertar y sacar de la exclusión a un pibe, lo que se puede hacer solamente es un acompañamiento con programas, porque es una cuestión pequeña con relación a lo que necesita. Con esto se busca que salgan del círculo vicioso de la exclusión”.
A los casos de menores en riesgo se llega por denuncias, de las cuales el 85% están identificadas y el restante 15% son anónimas.
De las identificadas, el 39% es de parte de los vecinos, el 40% de una institución, y apenas el 9% de la víctima, el 7% de un familiar que no convive con la víctima y el 5% de un familiar conviviente.
Respecto a los tipos de intervenciones, la mayor parte de ellas están relacionadas a violencia familiar, en el 39% de los casos.
Chicos abandonados, chicos en situación de calle, mendicidad o venta ambulante e intentos de suicidios son algunos de los ítems de abordaje que resaltan las estadísticas de la guardia. También se registran intervenciones relacionadas con abuso sexual infantil, abandono de hogar y averiguación de paradero, adicciones, explotación sexual en niños y adolescentes y violaciones.

Desde la escuela
 “No es casual que salga ahora en los medios el tema de la violencia en los pibes. Esto es porque son los mismos adolescentes los que lo publican, lo denuncian para que todos se enteren, porque la agresión al docente queda en la escuela, en la impunidad del aula, y no se entera nadie. Al chico no le sirve que no haya sanción, que no haya consecuencias de lo que hizo, entonces por eso mismo lo publican, lo dan a conocer, porque generan una respuesta que es lo que ellos quieren. En los videos nunca hay respuesta del docente, por sentirse solo, porque no tiene herramientas o que por lo que sea no da respuestas, entonces a partir de subir los videos empieza a ver respuestas, de los medios, de los padres, de los maestros, hasta expulsados. Por eso, la violencia hoy se convirtió en una forma de comunicación. Incorrecta o no, es una manera de expresión. La piña que pega un chico es una forma de decir algo, de mala manera pero una forma de decir algo, si con actitudes o con palabras o con malestar el chico lo hace notar”. Así comenzó diagnosticando Alejandro Otero, licenciado en psicología y que trabaja en escuelas especiales y polimodales y que junto a Gabriela Delfino, trabajadora social de escuela y jardín, integran el SUTEBA y realizaron un trabajo de violencia en las escuelas a partir de un perfeccionamiento docente.
Según Otero este tipo de situaciones se da en la escuela porque es uno de los pocos referentes de sociedad aún que tienen, el único lugar donde pueden decir algo o hacer algo y tienen consecuencias o respuestas. “Yo veo a los alumnos que a veces lo único que los estructura es la escuela o en su defecto el trabajo. En el trabajo muy rara vez van a faltar el respeto, van a insultar, golpear o robar. En la escuela, que tiene una estructura diferente, lo hacen esperando una respuesta, y no pasa en la casa o en otros ámbitos porque no hay respuesta. Todos dicen que el chico tiene que estar en la escuela para que tenga un marco de contención y de referencia, pero nadie piensa que vuelva a la familia, por eso que el chico se expresa ahí, porque es el lugar que se le asigna” agregó.
Por su parte Gabriela Delfino apunta hacia otra parte de conflicto, el adulto responsable de ese menor: “Los adolescentes están formados por sujetos que son los adultos que los acompañan, entonces hay que pensar cómo aprendieron ellos a resolver situaciones conflictivas en el medio social, cómo está instalada la violencia. De los 90 a esta parte ha habido un cambio muy brusco que ha desestructurado los vínculos sociales y esto es en todos los sectores medios y populares donde las vinculaciones y las formas de vincularse tienen que ver con el modelo económico. Un modelo económico que se basa en la competencia, donde no importa el costo que yo gane para lograr mi objetivo, teniendo mayor ganancia con el menor costo posible. Fueron esos años de exclusión social donde el que no ganaba quedaba fuera del sistema.”

Ni fantasear con el futuro…
Una de las características claras de la etapa adolescente es vivir el hoy. A la que se suma la clásica oposición a los valores de sus mayores. También manifiestan una necesidad de participación en cuanto a la uniformidad en el lenguaje y en la vestimenta, que no es más que la necesidad de encontrar un sitio en medio de la desorientación, encontrar el afecto que ya no aceptan de los padres -o no lo tienen-, y el hecho de ser considerados y aprobados por el propio grupo.
“Los adolescentes viven el hoy, y está bien porque es parte de la etapa, para eso estamos los adultos, para advertirles las consecuencias. Pero comenzaron a aparecer familias que se desrenponsabilizaron y no actúan como adultos, estos son los papás que vemos hoy en día. Papás jóvenes y no tantos que no toman en serio sus responsabilidades como adultos de hacer valer la cuestión de las consecuencias. Si yo soy adulto y tengo un hijo adolescente que se pelea en la esquina y no hago nada, estoy avalando lo que está pasando”, detalló Delfino.
Así se genera una falta de marco de referencia, en cuanto a normas de juego, de dónde está parado el adolescente. “El lugar del chico es la escuela, una escuela que tiene paros porque no les pagan a los maestros, donde el edificio se cae a pedazos y donde supuestamente lo que te enseñan no sirve para nada. Ese es el lugar del chico: una porquería. Por lo tanto el futuro está representado en su padre y abuelo, muchas veces desocupado o en un trabajo que no soporta porque no le gusta y por el cual protesta. En ese marco de no futuro no tiene posibilidad ni de fantasear con el futuro, pierde hasta el juego porque el juego es una fantasía llevada al acto. El adolescente tampoco puede jugar como adolescente planificándose el futuro que en todo caso será más angustiante que el presente que vive el adolescente”, aportó Otero.
Tanto Gabriela Delfino como Alejandro Otero coinciden en que la conducta de los adolescentes no es violenta sino agresiva. Y para demostrarlo describen el ejemplo del fútbol: “En las escuelas vemos que los chicos que se rompen la cara entre ellos afuera, se portan mal, contestan, se escapan, pero se ponen a jugar al fútbol y en la cancha respetan las normas. Cuando es penal, es penal, cuando se va afuera la pelota es fuera, si alguien hace un foul, frena la pelota, cobra el foul y siguen jugando, no le devuelve la piña. ¿Por qué? Porque hay una sanción, hubo un marco de referencia que reguló las relaciones entre ellos de manera equitativa. En ese contexto pueden apelar a la norma”.

La escuela está para enseñar
 “Nosotros decíamos que el adulto que vive sin proyecto por la falta de oportunidades, hace que uno viva constantemente el hoy, entonces no poder proyectarse hacia mañana se va haciendo carne, no poder pensar que a veces las soluciones son colectivas, no pensar que hay salida… El hecho de vivir el hoy hace que uno no se proyecte a futuro y resuelva las cosas de hoy. Si no podés proyectar no te podés hacer responsable del proyecto. Y eso se lo trasmitís a tus hijos”, dice Delfino.
En el caso de la escuela otro ejemplo es la imposibilidad de los adolescentes de cumplir el horario de entrada, una de las normas básicas de la escuela, y uno de los primeros indicadores de la falta de estructura en la vida del chico.
El conflicto en la relación de los padres con la escuela también es parte de este diagnóstico, ya que muchas veces ocurre que los mismos adultos son los que piden a la escuela que se ocupe de cuestiones de crianza tales como los límites del chico e incluso hasta el hábito de los pañales.
“A muchos padres les cuesta tomar responsabilidades, es más fácil pedírselo a alguien, en este caso la escuela, que hacerlo ellos. El rol de la escuela entonces cambia, pero no debemos olvidar que es enseñar”.

Adicciones
Además de las ya comunes agresiones en la escuela, cada vez es más corriente que los chicos lleguen en peligroso estado de salud, ya sea por consumo de drogas o alcohol. “Frente a esto nosotros no podemos hacer mucho”, aclaró Gabriela.
“Podemos llamar al 911 por el tema de la salud, pero para el abordaje de la situación tenemos muchos trabas, desde recursos hasta legales. En Bahía los únicos organismos dedicados a estos temas son el CPA y el Centro de Prevención de Adicciones del Hospital Municipal, pero están abarrotados”
“Vemos que los adolescentes hoy salen a ‘romperse’ -como ellos dicen-. Yo creo que acá hay un problema de relación con los adultos. Puede haber problemas psicológicos y neurológicos, pero hay quienes no tienen problemas orgánicos y tienen estas conductas”.
“Creo que romperse con alcohol o droga a veces es una forma de decir que tienen un problema y no saben cómo resolverlo. Muchas veces el chico quiere llamar la atención de esos padres que no ven o no quieren ver. El adulto no se está haciendo responsable de lo que le pasa al chico. Hoy el problema mayor -si te ponés a analizar- es con los padres, que frente a un problema con el chico en la escuela, van a violentar a la maestra, pero a veces -he tenido muchos casos- no se enteran que su hijo repitió el año”, señaló Gabriela Delfino, mientras que Otero concluyó: “En todo este contexto el adolescente va a la escuela, pega, tiene mala conducta, es violento. El maestro si tiene suerte trabaja con la familia y la escuela. Sino la escuela tiene que buscar a esos padres que no ven lo que pasa y no quieren ver. Otra medida es expulsarlo, pero dejamos al chico en la calle y no es solución. Por todo esto la violencia en la escuela hizo tanto ruido, porque la escuela no tiene herramientas para resolver este conflicto”.

El servicio local
La Subsecretaría de Niñez, Adolescencia y Familia está ubicada en San Martín 148, y su tarea es atender las necesidades y velar por los derechos de la familia, niños y adolescentes.
Dentro de la Subsecretaría funciona el Centro de Programas y Proyectos de Promoción y Protección de los Derechos de los Niños, cuyas coordinadoras Patricia Arrúa y Roxana Colli comentaron acerca del programa que intenta ser una solución para algunos adolescentes en situación de calle: “El Bahía Pibe es un programa de abordaje con chicos de la calle en distintos barrios de la ciudad como Harding Green, Stella Maris, Villa Rosas, Esperanza, Miramar, Nocito, Estomba, Cooperación II y White”, comenzó describiendo Arrúa.
La operativa de este programa es a través de un grupo de 21 operadores que conviven con los chicos de los distintos barrios de la ciudad, se instalan en el barrio e intentan conocer las necesidades de los adolescentes.
El Bahía Pibe intenta llegar a esa franja etaria que no es beneficiaria directa de ningún programa social. “Al principio los jóvenes hacen el contacto con los chicos que están en la calle y entablan una relación con ellos para saber qué quieren hacer y a partir de ahí empezar a trabajar a demanda y no bajar algo armado. Los chicos han pedido cerámica, diseño de historieta, telar, hip hop, tallado de metales. Queríamos llegar a los adolescentes, lograr un vinculo con ellos así creamos el equipo de trabajadores comunitarios con experiencia en trabajos con jóvenes. Crear el vínculo no es fácil, tenés que ir de a poco, porque no es fácil. Pero nosotros no vamos con nada armado porque con los pibes no sirve imponer las cosas”, expuso Arrúa.
Si bien no cuentan con una cifra definida de niños beneficiados por el Bahía Pibe, destacan que están conformes con la respuesta de los jóvenes que se han “enganchado” con la propuesta.
Roxana Colli comenta que “la característica principal de la adolescencia es la nada. En realidad, ellos lo que quieren es estar en la casa mirando televisión y nosotros tratamos de mostrarles que se puede estar mirando televisión pero también se pueden hacer otras cosas que tengan que ver con valorizarse a ellos mismos. Le pedimos que terminen la escuela pero no porque es una obligación, tratamos de hacerles entender que si terminan la escuela eso los dignifica como personas, más allá de que es una obligación. Cuesta mucho porque los chicos se han alejado del sistema educativo y es muy difícil volverlos al sistema porque sus realidades nos dicen que no van a volver nunca; entonces estamos trabajando en eso para que voluntariamente quieran volver a estudiar. Los adolescentes no tienen proyección de futuro, la mayoría no tienen rumbo y necesitan alguien que los acompañe”.
Según Colli, la violencia está instalada en el adolescente pero “a lo mejor ni siquiera es parte de ellos mismos sino que viene de cuestiones de los grandes y ellos la toman”.
Y concluye: “Todos tenemos que hacer una mirada hacia adentro y ser responsables de lo que nos toca. Los pibes no tienen la culpa el cien por cien de lo que está pasando, todos en alguna medida somos responsables: la comunidad escolar, la familia, la sociedad, y ellos mismos. El día que todos estos actores puedan hacerse cargo de la responsabilidad que les toca la cosa va a empezar a cambiar”.

Otras violencias, la misma violencia
Una estadística del Servicio de Emergencia de Niñez, Adolescencia y Familia indicó que un alto porcentaje de las situaciones de violencia familiar está relacionado con el alcoholismo del agresor (un 50%).
Otro índice hace mención a la gran cantidad abordajes realizados en niños en situación de abandono en al calle que provienen de familias afectadas por problemática del alcoholismo. Y un número importante de adolescentes afectados por esa enfermedad.
Aquí es donde la problemática se relaciona directamente con la policía, sobre todo cuando los menores participan de peleas, cuando salen de los locales bailables -donde consumen alcohol en exceso- y se encuentran literalmente tirados en la calle.
Altas fuentes policiales respondieron a nuestra consulta, dejando en claro que por ley esos menores no pueden ser “levantados” de la calle, excepto para llevarlos a una guardia o entregárselos a sus padres.
Según el caso se los deriva a los servicios locales de Niñez, que siguen los casos con los recursos que cuentan.

Promoción y Protección de los Derechos del Niño
El coordinador de la zona sur del Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos del Niño, Floreal Gramajo, habló con EcoDias y brindó su visión de la problemática: “La situación de violencia está planteada en comunidad, hay patologías actuales de violencia en los jóvenes, no es sólo la cuestión social, también hay que tener en cuenta la subjetividad de la persona”.
Según explicó Gramajo, en este sentido el Estado opera en dos aspectos, el de la promoción de los derechos, garantizando que los niños puedan disfrutar de los derechos y garantías, y el del ámbito restituido, cuando hay niños con sus derechos amenazados.
“Cuando hablamos de violencia de un niño a otro, también debemos pensar que también tienen actuar las escuelas y los Ministerios de Salud y Seguridad en un trabajo conjunto. Aunque tenemos programas de otros organismos y propios interrelacionados con varias disciplinas y campos de distintas ciencias”.
A lo dicho por Gramajo hay que sumarle que el Estado tiene la responsabilidad de intervenir fuertemente cuando se trata de violencia en los menores para asegurar sus derechos. En la actualidad, lo hace mediante una ley provincial que para abordar las distintas situaciones de violencia, distingue a los niños trasgresores de los niños vulnerados en sus derechos.
El Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos del Niño provincial depende de la subsecretaría de Niñez y Adolescencia del ministerio de Desarrollo Social bonaerense, y a su vez agrupa los servicios locales de las comunas de la zona sur de la provincia.

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2008-09-13 00:00:00
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