Era una foto color, ahí estaba Viviana hablando sin hablar. Gritando con los
ojos y la boca cerrada. Los colores de la campera, los yuyos, la mugre, los
zapatos y pantalones rodeándola. En el texto que acompañaba a esa imagen
dejaron en claro que ya sabían que “era una conocida prostituta”.
Una imagen publicada en 1997 me acompaña y hoy se reedita. Es la imagen de
Viviana Aguilera, una mujer asesinada, tirada en un basural el 17 de octubre de
1997.
Bahía Blanca en aquel entonces tenía un diario, La Nueva Provincia, y decidieron
poner la imagen de esta mujer en la tapa, el rostro de la muerta tirada en la
tierra entre las piernas de los funcionarios públicos que realizaban los
peritajes y las investigaciones.
Era una foto color, ahí estaba Viviana hablando sin hablar. Gritando con los
ojos y la boca cerrada. Los colores de la campera, los yuyos, la mugre, los
zapatos y pantalones rodeándola. En el texto que acompañaba a esa imagen
dejaron en claro que ya sabían que “era una conocida prostituta”.
Por aquel entonces Viviana tenía algunos años más que yo, pero no muchos.
Recuerdo que escuché en una reunión de producción en un medio que se propuso
hacer un repaso por la vida de esa mujer asesinada; la frase “A quién mierda le
va a importar si es una puta”.
Viviana Aguilera era en las palabras que se usaron en aquel entonces en el
diario local: una prostituta, “conocida prostituta”, una mujer de la noche, era de
las que se dedican al trabajo callejero. Ejercía la prostitución en la calle.
Salió publicada incluso la esquina en la que estaba “trabajando”, esa puta
esquina en palabras de Sonia Sánchez. Viviana un año antes de ser asesinada había
denunciado a un subcomisario por pedirle coimas para “trabajar”.
Recuperando las publicaciones de ese entonces: La que da cuenta del hallazgo
del cuerpo en la tapa con la foto donde se ve la cara de Viviana y la nota
interna; y también la del año anterior donde ella denunciaba los pedidos de
coimas; pensé en algunas cuestiones que comparto en estas líneas.
Hace 20 años quizá con esfuerzo podía reconocer algunos aspectos y marcas de
discriminación, prejuicios y de hipocresía que hoy puedo señalar. En las muchas
publicaciones que hubo sobre ese “caso policial” el denominador común era la
polarización entre la gente de bien,
“el subcomisario”, la vecindad indignada por las putas en las esquinas, la
sociedad decente y la puta, “la
prostituta”, la que tuvo esa suerte -la de terminar en un basural entre mugre-
por el “trabajo” al que se dedicaba según predecía el juez actuante consultado
en las notas.
Entiendo que poco se ha avanzado en materia de tratamiento de esta temática
cuando se trata de prostitución a la luz del nuevo crimen de una mujer el
pasado 17 de julio.
Hoy hay que cuidarse y estar atentos/as al lenguaje que en la mayoría de los
casos se nota que es por serpolíticamente correctos y porque ya no da lo mismo
hacer periodismo con el machismo al hombro que dejarlo un rato guardado.
Pero con la prostitución el machismo y la violencia se cuelan por las rendijas.
Y si no se cuela, por ejemplo se deja abiertos los comentarios en los portales
digitales, para que los cuelen las y los lectores.
El patriarcado sigue agazapado protegiendo y protegiéndose en ese sistema
prostitucional del que nos habla Lohana Berkins (y digo nos habla porque me
cuesta pensarla en pasado).
Una sola vez en todas las palabras y frases de aquel entonces se menciona (como
los nombra el psicoanalista Juan Carlos Volnovich en el capítulo 1 de Ir de
Putas) a los “anónimos, comunes, invisibles”: a los clientes, a los hombres que
pagan por usar el cuerpo de una mujer.
Aída Rosa Caballín
Lo mismo se repite en estos días en que “apareció” un cuerpo de otra mujer
tirado en la ciudad. Muerta obviamente, asesinada, estrangulada, y de repente
una descripción, una cita en medio de tantas, unas pocas palabras en las
primeras notas de los portales digitales valió para que esa mujer, Aída Rosa
Caballín, de 42 años reviviera el caso de dos décadas atrás.
Por supuesto que “fuentes ligadas a la investigación” fueron quienes le dieron
el relato perfecto a los medios para que se sepa que además de que tenía una
soga alrededor del cuello, se conozca algo que, siendo julio, estando en invierno
y con temperaturas por debajo de los 10 grados sería un mero detalle: “Además,
comentaron que no presentaba golpes visibles y que «estaba bien abrigada,
con guantes, como quien trabaja en la
calle y sabe que va a pasar frío”.
Hoy ya no tenemos diario en papel en la ciudad pero si el portal La Nueva -ex
La Nueva Provincia- y La Brújula que publican básicamente las mismas noticias,
titular más, titular menos. En el portal de La Nueva Provincia encontramos que
el mismo día reeditan la nota del año 2017 con título largo “A 20 años de un
crimen casi calcado, que tuvo el sello de la impunidad” y hablan de Viviana
Aguilera ahora ya como “trabajadora sexual” y se cuidan recortando las fotos de
archivo donde solo se ven hombres y no a la muerta tirada como sí lo publicaron
apenas hace un año.
En este 2018 los otros publican la imagen general del cuerpo de Aída Rosa
Caballín con acercamiento, obviamente, y no cierran los comentarios a lectores
que se despachan“pasa que por TV, “dejaron deslizar” la posibilidad de que
desempeñaría el oficio más viejo del mundo”, “Dedicado a las feministas que
hicieron cerrar todos los cabarets”.
Así, comenzó a construirse en los medios locales nuevamente esta nueva
“victima”, detalle tras detalle.
Prostitución
Con la naturalización de la prostitución que se observa, invisibilizando a
los varones que pagan, “los clientes”, los prostituyentes, esos hombres que son
quienes ponen el dinero para que ese circuito se sostenga, ellos quedan
nuevamente fuera del análisis mínimo que se pueda pretender. Se mira y se
nombra solo a la prostituta, o a la prostituta asesinada, naturalizando la
prostitución -repito-, se nombra a los posibles fiolos, a las compañeras de
“trabajo”, las esquinas… todo se nombra, menos a los varones prostituyentes.
Esos varones que pueden ser cualquier varón: el que lee esto incluso, porque
justamente el varón prostituyente, no tiene un perfil determinado, porque “pagar
por una puta” es un privilegio reservado a todos los varones.
Dice Volnovich sobre
por qué un varón paga por sexo: “para denigrar a la mujer y reforzar
estereotipos tradicionales que puede ver en peligro. No es porque no pueda
conseguir a una mujer de otra forma. (…) No hay nada menos sexual que el
intercambio de sexo por dinero. Lo que está en juego es la violencia, el
ejercicio del dominio y la explotación del cuerpo de las mujeres, que se
disfraza, se encubre, a partir de la satisfacción del deseo sexual. El pago
garantiza que el deseo de la mujer quede siempre en suspenso. Aun en aquellos casos
en los que se aspira a que la prostituta llegue al orgasmo como evidencia del
placer recibido para exclusivo beneficio del narcisismo del cliente, lo más
anhelado por los varones -ser objeto del deseo de una mujer- es lo más temido.
Ese temor se disimula a través del pago. He tenido pacientes que pueden
conseguir cualquier mujer, pero no pueden dejar de pagar por sexo”.
Mucho nos queda por
transitar para poder desnaturalizar a la prostitución, poder debatir sobre el
tema, y por supuesto lograr visibilizar a los varones prostituyentes y
visibilizar también la violencia que se ejerce en eso que se nombra como el
“mayor privilegio de los varones” que es el hacer uso de los cuerpos de mujeres
en la búsqueda, entre otras cosas, de reforzarse en su “ser macho”.
Mientras que eso no se proponga, ni se insinúe al menos en el tratamiento que
hacen los medios, en especial en estos crímenes como el de Viviana y Aída Rosa,
lo que siguen construyendo desde el poder comunicacional bahiense es más patriarcado.
Décadas separan el crimen de Viviana Aguilera del de Rosa Caballin, y los
cambios culturales y sociales de los que los medios somos parte, se demoran si
no se promueven tratamientos y reflexiones que aporten a la igualdad y a
terminar con todas las formas de violencia. Porque a pesar de todo y por sobre
quienes se aferran a seguir contando muertas, sabemos qué pasará con el
patriarcado: se va a caer.
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