Testigos
atónitos, aunque sin que se les mueva un pelo, los habitantes de la Bahía del
Silencio siguen en su quintita egoísta, calladitos y sin moverse porque si se
mueven se hacen los seudo opositores revolucionarios, o reclaman a cacerola limpia
porque su ideología es la que les enseño y todavía machaca el golpismo de La
Nueva Provincia. En el Concejo Delirante el juego es similar o peor en su
actuar. Cobran por eso mientras la ciudad se sigue hundiendo en la mediocridad.
Mientras tanto TODOS repiten el remanido discurso aún presente sintetizado en
la impiadosa palabra radical de los 80/90/2000, de que esta es una “ciudad
isla” por sus bondades. Bondades como las que hemos visto en estos días,
¿quizá? Como, en esta ciudad, se sigue violando la democracia sin que a nadie
le llame la atención, más allá de algún comentario frívolo. Sin el más mínimo
razonamiento explicitado, con la contundencia que debe tener la política,
cuando se ve que se elige bajo una representación partidaria y popular, para
que luego todos los elegidos bajo ese paraguas ahora digan: me compre otro
paraguas. Para que un municipio y un legislativo comunal, que tenía una cifra
de representantes que actuaban en nombre de la representación por la que habían
sido elegidos, ahora modifican el juego de mayorías y minorías sin elecciones
previas, mientras todo sigue silenciosamente igual, como si nada pasara. ¿No es
esto también inseguridad?, la jurídica digo. La ética digo. La del respeto por
el otro digo. La de la vergüenza y la dignidad digo. Esa por la que el capanga
mayor vino, estuvo y dijo: “yo me juego por Bahía Blanca”. La del menemista
decadente asociado al procesado, que mueve los títeres, aunque ahora no le
salga todo tan bien como antes.
Frente para la Victoria-PJ. Pejotismo descarado. Ese al que nuestra Presidenta
dejó bien en claro cuando en uno de sus discursos definió: “yo soy peronista,
no pejotista”. Siempre clara nuestra Presidenta Cristina. Pollera de la
Cristina de la que se colgaron TODOS estos saltadores o salteadores de la
política para llegar.
La Bahía del Silencio, más silenciosa que nunca. Palabras vacías. Discursos
elementales y descarados. Sonrisas burlonas dirigidas a los que seguimos
esperando una ciudad que valga la pena vivir. Una más allá del shopping y los
privilegios de las minorías clase media. La del respeto por la ley para todos,
y no solo para los marginados que se pueden llamar cartoneros o como sea. La
que tenga una policía que cuide y no una policía brava, otra cuestión de la que
“acá no se habla”. La de la política de verdad, y no la del disimulo, estos
esperpentos que ocupan roles de oficialistas y opositores. ¿Se romperá alguna
vez el silencio? ¿En qué momento?
Eduardo A. Hidalgo
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