VENDEDORES DE HUMO
¿Es Kyoto mejor que nada?
Cada vez que se empieza a vender algo que hasta ese momento había sido
gratis, exclamamos “¡Pronto habrá que pagar por respirar!” Hasta ahora
había sido una broma. Ya no, el protocolo de Kyoto está aquí y algunos
consideran que su mecanismo principal es justamente ese: vender el aire.
Lo llaman “comercio de emisiones” y consiste en el establecimiento de
una cantidad fija de permisos para emitir gases de efecto invernadero, para
su distribución y para permitir que sean comercializados.
La idea es que cada país signatario del protocolo se ha comprometido en
reducir sus emisiones de efecto invernadero. Según esto, se han repartido
cuotas de emisiones entre los estados, fijando una reducción global de un
5,2% respecto de las emisiones de 1990. A su vez, cada país reparte sus
permisos de emisión entre sus contaminadores, especialmente las empresas.
¿Y qué hacen los contaminadores con sus permisos?
Puede ser que contaminen por debajo de su límite y entonces se guarden
los permisos para el siguiente año o los vendan en el mercado de emisiones.
También puede pasar todo lo contrario, entonces el que se ha pasado de
sucio puede “limpiar” su nómina comprando permisos de contaminación a otros
que no los han utilizado. Además, se pueden obtener nuevos créditos de
contaminación a través de los Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) o de
Implementación Conjunta (IC). Estos consisten en invertir en planes de
reducción de contaminación en otros países y así «ganar» derechos de
emisión a través de estos proyectos. Los MDL se orientan a países no
signatarios del protocolo, mientras que los IC sólo se pueden dar entre
países firmantes. A esto llaman “mecanismos de flexibilidad”. Teniendo en
cuenta en qué ha consistido la famosa flexibilidad laboral de los años 90,
¿qué se esconderá ahora detrás de tan elástica expresión?
De esta manera, el protocolo de Kyoto consigue la cuadratura del
círculo: crea un sistema de reducción de emisiones que, sin embargo, y como
por arte de magia, permite contaminar por encima del límite impuesto,
blindar el status quo actual y multiplicar las oportunidades de negocio.
¿Virtuosismo empresarial? ¿Sinergias del capital?
El nuevo colonialismo del carbón
Detrás de la retórica verde se esconde un aparheid climático, un
sistema en el cual:
– Se exterioriza la responsabilidad, ya que las reducciones no
necesitarán realizarse en su lugar de origen, permitiendo a las empresas
seguir contaminando donde ya lo hacían o trasladarse donde salga más
barato; o bien comprar derechos de emisión en otro lugar, desviando así los
esfuerzos por una reducción en origen.
Trasladando la contaminación a países o regiones con menores costes
laborales, legislaciones más laxas y sin protocolos de reducción, se
reproduce a escala global lo que sucede en Inglaterra con el Landfill
Allowance Trading Scheme (LATS). Este plan asigna al mercado la gestión de
los residuos urbanos e industriales. Resultado: el 50% de las incineradoras
se ubican en el 10% más pobre del país. Y con la ventaja adicional de
“deslocalizar” la responsabilidad política y poner las decisiones en las
“manos invisibles” del mercado.
– Se pasa la factura al sur o a las próximas generaciones: el primer
Foro Internacional de Pueblos Indígenas y Cambio Climático ha declarado que
“los sumideros de carbono previstos en los Mecanismos de Desarrollo Limpio
(MDL) constituyen una estrategia global para expropiar nuestras tierras”.
¿Por qué? Porque si los bosques son capaces de capturar dióxido de carbono
de la atmósfera, Kyoto concluye que hay que promover monocultivos
forestales a gran escala. El problema es que esos procesos de
“compensación” usurparán tierras necesarias para la agricultura,
reemplazarán valiosos ecosistemas nativos, agotarán los recursos hídricos,
aumentarán la inequidad en la tenencia de la tierra, incrementarán la
pobreza y llevarán a la expulsión de los pobladores locales. No es ciencia
ficción, el sinsentido de “destruir bosques para plantar árboles” ya es una
realidad. La lucha contra las plantaciones y sus impactos socio-económicos-
ambientales se extiende en los países empobrecidos. Un caso es la empresa
brasileña Plantar que expulsa campesinos para plantar eucaliptos. La
resistencia generada en este caso se ha convertido en la bandera del
incipiente movimiento contra el comercio de emisiones.
– No se podrán reducir significativamente las emisiones si al mismo
tiempo las mismas instituciones internacionales están impulsando un
incremento en el uso de energías fósiles. Las cuentas no salen. El Banco
Mundial, implicado en el Mercado de emisiones con el Fondo Prototipo de
Carbono (PCF), está apoyando simultáneamente la construcción de 850 nuevas
plantas de carbón en India, China y EE.UU. que según Christian Science
Monitor, en 2012 emitirán 2,7 billones de toneladas de CO2 anuales.
Todos menos EE.UU.
A esa altura, los países signatarios de Kyoto deberían haber reducido
sus emisiones en… ¡483 millones de toneladas! Por no hablar de la negativa
de EE.UU. a subirse al carro, ya que en su haber cuenta con un 24% de las
emisiones globales, equivalente a las de los 135 países de la cola. De
todos modos, no hace falta estar fuera de Kyoto para incumplirlo: en
Catalunya se acaba de aprobar un Plan de l’Energia 2006-2015 que prevé un
aumento de las emisiones de entre un 94% y un 127%, radicalmente lejos del
15% asignado.
David King, jefe de los asesores científicos del gobierno británico,
considera que el objetivo de evitar un aumento de más de dos grados en la
temperatura media de la atmósfera “es, me temo, imposible”. Sólo para
estabilizar la concentración de gases al doble del nivel existente al
inicio de la revolución industrial… serían necesarios 30 protocolos de
Kyoto.
De todos modos, es poco probable que ni siquiera se alcance la
reducción de emisiones acordada. Entre otras cosas porque el mercado de
emisiones ya está empezando a desviarse de su objetivo inicial debido al
bajo precio de los derechos de emisión, pues acaba saliendo más barato
comprar derechos de emisión que invertir en reducciones reales. A la cabeza
de este fenómeno está el “aire caliente” de Rusia, que revienta los precios
al contar con una enorme cantidad de créditos, asignados por la enorme
superficie boscosa del país. ¿Se entiende ahora mejor porque Putin accedió
en 2005 a adherirse al protocolo?
¿Todos ganamos?
Según el semanario The Economist “la próxima revolución verde ya ha
empezado. Se sumen o no los grupos ecologistas, estamos saliendo de una era
oscura de costosas, autoritarias e ineficaces regulaciones ambientales a
una nueva edad verde de gestión innovadora, lúcida y dinámica basada en el
estímulo de la iniciativa” ¿Pero alguien cree que esta “revolución verde”
se ha sacado el boleto ganador por ser menos “ineficaz”? En realidad es más
probable que se trate de una consecuencia de la correlación de fuerzas
actual.
En las negociaciones de Kyoto, la buena nueva desregulación de las
grandes empresas predicada por decenas de lobbies, junto a la necesidad de
seducir a EE.UU. -pionero de los mercados de emisiones con el dióxido de
sulfuro (SO2) y los óxidos de nitrógeno (NOx)- han permitido darle la
vuelta a la tortilla y han seducido a ONG’s y a países muy afectados por el
cambio climático. Si en las primeras negociaciones sobre el clima se
hablaba de “controlar la actividad empresarial”, al final lo que se ha
plasmado es una nueva transferencia del desarrollo sostenible al sector
privado, en la que la nueva Bolsa del carbono adquiere un papel
protagonista. Como advierte Carbon Trade Watch, “el Protocolo de Kyoto
afirmaba que el comercio de emisiones debe ser suplementario a las
reducciones directamente en origen. Sin embargo, lo que significa
suplementario no ha sido cuantificado todavía…”.
Al final, muchas ONG’s no sólo se han desviado del objetivo inicial
sino que se han posicionado como verificadoras, lo que legitima al mercado
de emisiones y además monopolizará su tiempo y sus recursos. Y, nosotros,
¿dejaremos que el Mercado gané esta nueva batalla “en las mentes y los
corazones”?
Fuente: Ecoportal.net
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