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PERPETUA PARA EL EX COMISARIO ETCHECOLATZ

PERPETUA PARA EL EX COMISARIO ETCHECOLATZ
Justicia para dos enfermeras bahienses

Diego Martínez

Mientras en Bahía Blanca continúan impunes los crímenes cometidos al
amparo del Estado Terrorista, en La Plata el ex comisario Miguel
Etchecolatz fue condenado a reclusión perpetua por los homicidios agravados
de las enfermeras bahienses Nora Formiga y Elena Arce Sahores.

Mientras las causas por los crímenes cometidos en jurisdicción del
Cuerpo V de Ejército y la base naval Puerto Belgrano descansan sin
sobresaltos en la justicia federal, y en todo el país son casi 250 los
militares y policías detenidos por delitos cometidos durante la última
dictadura militar, el Tribunal Federal 1 de La Plata condenó a reclusión
perpetua al ex comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz por “delitos de lesa
humanidad” cometidos “en el marco del genocidio que tuvo lugar en la
Argentina entre 1976 y 1983”.
El ex director de Investigaciones de la Policía bonaerense fue
condenado por dos privaciones ilegales de la libertad y torturas y seis
homicidios agravados, entre ellos los de Nora Lidia Formiga y Elena Arce
Sahores, jóvenes enfermeras de Bahía Blanca, docentes en la Cruz Roja
platense y militantes de la Juventud Universitaria Peronista. Sus historias
han sido reconstruidas por familiares y allegados desde el comienzo de la
democracia hasta estos días, ya que también formaron parte del Juicio a las
Juntas en 1985 y del Juicio por la Verdad de La Plata en 1999. La condena
incluyó el caso de Diana Teruggi, asesinada durante un operativo que
incluyó el secuestro de su beba Clara Anahí Mariani, aún no restituida, y
el asesinato del bahiense Juan Carlos Peiris, miembro de la Juventud de
Trabajadores Peronistas.

“Son mis amigas”
El 22 de noviembre de 1977 Elena Arce Sahores viajó de Buenos Aires a
La Plata para dar clases de enfermería en la Cruz Roja. Eran las 17.30 hs.
cuando llegaba junto a su novio al departamento de su amiga Nora Formiga,
en calle 54 al 1271. Metros antes vieron un tumulto, corridas, testigos
paralizados.
El muchacho sugirió alejarse pero Elena reconoció a las víctimas.
– ¿Por qué se llevan a mis amigas?, gritó.
– ¿Las conoce?, preguntó, fusil en mano, uno de los secuestradores.
– Son mis amigas.
Las secuestradas eran Nora, Teresa Calderoni, otra joven embarazada no
identificada y, tras su presentación, Elena. La patota la integraban
miembros del Regimiento 7 de Infantería y policías bonaerenses de civil.
Les ataron las manos por la espalda, las encapucharon, las metieron en los
baúles de un Dodge 1500 naranja y un Renault 12 azul, y partieron con rumbo
desconocido.

A los tres días volvieron a saquear el departamento. Abrieron con la
llave de la secuestrada y cargaron los muebles en un camión del Ejército.
Como el dueño vivía en el edificio levantaron un acta “para dejar expresa
constancia de los elementos secuestrados en la finca”. Enumeraron unos
pocos, que tampoco devolvieron. La firmaron el capitán Enrique Armando
Cicciari y el sargento primero Juan Basilio Viscelli. En la faja de
clausura se leía “R.I.7. Grupo Operacional 113”.
Calderoni fue liberada al mes. La tiraron al costado de un camino. “No
puedo hablar porque me matan”, repitió durante años. En cautiverio vio a
Nora y a Elena, muy torturadas, en el centro clandestino La Cacha, en la
localidad de Olmos. Luego fueron trasladadas a la Comisaría 8 de La Plata,
donde compartieron calabozo durante ocho días. La noche del 20 de enero de
1978 les avisaron que serían liberadas y se las llevaron.
En la seccional policial alcanzaron a compartir datos sobre La Cacha,
que luego permitieron reconstruir el “circuito Camps”, como se conoce a los
centros clandestinos del sur del Gran Buenos Aires regenteados por el ex
coronel Ramón Camps. El mes pasado, después de 29 años, familiares de
Adriana Tasca -secuestrada durante su quinto mes de embarazo- le
agradecieron a las hermanas Formiga el gesto de Nora y Elena. Las bahienses
habían informado al resto de los cautivos que Adriana estaba en La Cacha y
su certeza de que no la matarían sin antes parir. El dato permitió no
abandonar la búsqueda e identificar al nieto 82 recuperado por Abuelas de
Plaza de Mayo.

“Los cuerpos no se entregan”
En febrero de 1978, en medio del calvario que para los familiares de
desaparecidos implicó el silencio de militares y eclesiásticos, Alfredo
Arce Garzón logró entrevistarse con el coronel Mario Horacio Torres, jefe
del departamento operaciones del Cuerpo V. Según declaró el padre de Elena
durante el Juicio a las Juntas, el militar tomó nota, prometió averiguar y
días después le aconsejó “no piense más en ella y rece mucho”. Tres días
después, cuando le reclamó el cuerpo de su hija para sepultarla, el coronel
fue elocuente: “Los cuerpos no se entregan”.
Siete años atrás, durante el Juicio por la Verdad, Torres dio su
versión de aquellos diálogos. Recibió a Arce Garzón “con un copetín” pero
“el señor, poco comunicativo, no tomó ni comió nada”. Después habló con “un
compañero, el coronel Roberto Roualdés”, quien al día siguiente le
respondió que “no existe ninguna lista donde esa persona figure como
desaparecida (sic) o baja en combate”. Roualdés no era cualquier compañero:
era jefe de la subzona Capital, dueño de la vida y la muerte en la mayor
ciudad argentina. Al comunicarle la noticia, Torres notó al padre de Elena
“más angustiado” y le recomendó “una profunda fe en Dios, que rece mucho”.
Cuando los jueces le recordaron las palabras de Arce Garzón, el coronel
negó haber admitido la desaparición de Elena. “Jamás podría decirle a un
padre de la muerte de su hija y menos hablar del cadáver”. Arce Garzón ya
no estaba para responderle pero su hija Alejandra se encargó de recordar
las verdaderas palabras del militar y agregó que durante el último diálogo
“Torres le dijo que se olvidara de él porque si le preguntaban algo no lo
iba a conocer”. Aún nadie denunció al coronel Torres por falso testimonio.

“No servía para matar”
En agosto de 1978 un nuevo dato reavivó esperanzas. En respuesta a un
hábeas corpus la Comisaría 8 informó que Elena, Nora y Margarita Delgado
habían ingresado como detenidas e incomunicadas el 11 de enero y nueve días
más tarde habían sido liberadas “a disposición del Área Operacional 113”.
– Pero no busque más a Elena, está en el cielo -le aconsejó al padre de
la víctima un oficial de apellido Inchausti.
Tres años después el entonces capitán de fragata Jorge Retes admitió en
presencia de Alejandra Arce que había visto a las enfermeras secuestradas
en la Escuela de Mecánica de la Armada. “Las careamos en la ESMA para
determinar su ingreso a Montoneros”, agregó. Según declaró la ex esposa de
Retes en 1999 el marino contó que intentaron utilizarla “en la
contraguerrilla” pero “como no servía para matar” los oficiales de la
Armada “la usaban para mantener relaciones sexuales”. Retes se retiró como
capitán de navío y vivió impune en Bahía Blanca hasta su muerte en
septiembre de 2000.
No es el único dato sobre la participación de la Armada. Al recibirse
de enfermera, Calderoni consiguió trabajo en el Hospital Naval, donde un
suboficial le confesó “yo te conozco, vos sos la Tana”. Casi se desmaya:
así la llamaban en cautiverio. “Yo te quería mucho pero tus amigas están
muertas, nosotros las matamos”, admitió el marino. Al día siguiente la
mujer renunció.
En 1999 el Equipo Argentino de Antropología Forense exhumó tres
cadáveres hallados el 21 de enero de 1978 en la intersección de las rutas 6
y 215, cerca de La Plata, y confirmó que se trataba de Nora, Elena y
Margarita Delgado, las enfermeras “liberadas” el día anterior de la
comisaría 8.
Según el acta de defunción las tres “NN” (no name, sin nombre) habían
fallecido por “destrucción de masa encefálica por proyectil de arma de
fuego”.
Esta semana Etchecolatz se convirtió en el primer asesino condenado por
esos crímenes.

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2011-10-25 10:11:13
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