Al cierre de esta edición la justicia federal debía resolver la situación procesal del teniente coronel (R) Mario Carlos Antonio Méndez, miembro de los grupos operativos del Cuerpo V durante la última dictadura.
No esperaba encontrar periodistas. Menos aún preguntas molestas. Pero los tiempos cambian, incluso en Bahía Blanca.
– ¿Participaba en operativos? -lo indagó una joven cronista en la puerta de tribunales.
– No, no participé -arrancó Mario Méndez, citado a prestar declaración indagatoria.
– ¿Reivindica lo actuado por la dictadura? -preguntó un periodista, grabador en mano.
– Tenía 21 años, no puedo reivindicar nada. No tenía conocimiento de causa ni de fundamento. No recuerdo -dijo, resignado al ridículo.
– ¿Por qué le decían Loco de la Guerra?
– Es mi apodo desde los 12 años, cuando era cadete. A algunos les dicen Carlos o Jorge (sic), a mí Loco, a mi hermano Carpincho, ¿qué se yo?
Agachó la cabeza y, coherente con la misión divina cumplida hace tres décadas, cuando el arzobispo Jorge Mayer bendijo su medalla al valor en combate, dejó ver debajo del brazo que sigue encomendado a la Virgen de las Mercedes.
Cordobés, hijo de militar, Méndez mamó de chico el amor por las armas. En el liceo afinó la puntería, egresó como subteniente y cuando lo destinaron a Colonia Sarmiento era un respetable instructor de tiro. Esa fue una de sus misiones desde que llegó a Bahía Blanca en noviembre de 1975. Los colimbas lo recuerdan imprevisible, desequilibrado, tenso pero feliz de ostentar armas y granadas en la campera, exultante cuando le tocaba acompañar al general Azpitarte a ver a los almirantes de Puerto Belgrano.
Méndez declaró en el Juicio por la Verdad en 2000. Lo destinaron a la compañía Comando y Servicios, dijo. Dependía del teniente coronel Jorge Palau, enlace entre los comandantes y los que reciben las órdenes. Palau era el encargado de llevar, con asesoramiento de inteligencia, registro de quién entraba y quién no entraba. Secuestrados, claro. El teniente Luis María ODonnell era el hombre de Ibarra que tenía la misión específica de recibirlos, asentarlos, llevarlos a la oficina de Palau y más tarde trasladarlos adonde sea.
Sobre la comunidad informativa, reuniones de servicios de inteligencia para cambiar figuritas, aclaró que no era sólo militar: participaban elementos de todos los sectores sociales, dato central para comprender la complejidad del genocidio. Ejemplificó con el presidente de una determinada empresa, sin dar nombres. Las reuniones se hacían en el destacamento, a puertas cerradas.
– ¿Escuchó hablar de tirar personas al mar?, preguntó el fiscal Hugo Cañón.
– Creería que al mar no -arriesgó- por una razón sencilla: el Cuerpo V no tiene medios orgánicos. Pero de ese tema no se hablaba.
Méndez negó haber integrado la Agrupación Tropas que conducía el mayor Jorge Ibarra, encargada de secuestrar con vida a sus blancos para entregarlos a los interrogadores de La Escuelita. Es improbable que logre sostener esa falacia. En 1987 el general Vilas declaró que Méndez estaba en comisión en la Agrupación Tropas. Su amigo Julián Corres, prófugo de la justicia, lo recordó bajo el mayor Ibarra. Y el propio Ibarra admitió que, si bien Méndez estaba en Comando y Servicios, me lo podían asignar para algún operativo. Los conscriptos recuerdan que integraba la patota. Salían de caza después de cenar y volvían de madrugada, excitados, a relatar sus hazañas.
Méndez se refutó a sí mismo cuando explicó sus condecoraciones. Admitió haber participado sólo en dos operativos, ambos atípicos: las personas que debían secuestrar vivas (una pareja en el primer caso, una mujer en el segundo) se resistieron y fueron asesinadas. Ni siquiera le consta que el Ejército los haya ultimado. Cuando mataron a la pareja estaba auxiliando a un compañero, de ahí la medalla al heroico valor en combate; a la mujer le explotó una granada en la mano y una esquirla lo lastimó: de ahí herido en combate. Si el juez se atiene a sus palabras concluirá que fue premiado dos veces sin haber disparado un tiro ni detenido a nadie.
Son llamativas las memorias de los defendidos por el teniente coronel (R) Mauricio Gutiérrez (quien en dictadura prestó servicios en el departamento jurídico del Cuerpo V, se ufana de haber estado un par de veces en La Escuelita y en los 90 fue procesado por encubrimiento del asesinato del soldado Omar Carrasco, causa prescripta): sólo recuerdan hechos que involucran a fallecidos, y ninguno participó de detenciones. Nadie secuestró, nadie torturó, nadie fusiló. Nadie fue.
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