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Haciendo memoria, sobre rieles
A principios de 2011, el senador provincial José Zingoni presentó en el Congreso bonaerense un proyecto de ley para declarar “Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires” a Arthur Coleman, máxima autoridad del Ferrocarril Sud, cuando éste era de dominio inglés. Conocido el proyecto, el escritor e historiador Ramón Minieri remitió una nota al Senado donde expone una visión histórica opuesta, considerando la penetración británica y sus consecuencias.

A principios de este año,
el senador provincial José Zingoni presentó en el Congreso bonaerense un
proyecto de ley para declarar “Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos
Aires” a Arthur Coleman, máxima autoridad del Ferrocarril Sud, cuando éste era
de dominio inglés. Conocido el proyecto, el escritor e historiador Ramón
Minieri remitió una nota al Senado donde expone una visión histórica opuesta,
considerando la penetración británica y sus consecuencias.

A comienzos de este 2011, el senador provincial bahiense José Zingoni elevó a
la Cámara del Congreso bonaerense a la que pertenece un proyecto de ley por el
que propone declarar “Ciudadano Ilustre de la Provincia de Buenos Aires” a
Arthur Coleman.
El texto está fechado en La Plata el 3 de marzo. Coleman fue mandamás en el
Ferrocarril Sud cuando éste se encontraba bajo dominio de capitales británicos.
Además, tuvo en sus manos la administración de servicios fundamentales para la
ciudad como la electricidad, los tranvías, el Mercado de Victoria, el gas y el
agua, actividades vinculadas al mismo ferrocarril inglés.
La presentación del proyecto por parte de Zingoni motivó una respuesta del
historiador y escritor Ramón Minieri, quien elevó al Senado un documento donde
cuestiona, desde una visión revisionista de la historia local, regional y
nacional, la interpretación histórica que subyace en los fundamentos de
Zingoni.

El proyecto
En el otoño de 1884, el ferrocarril llegó la ciudad. Seis años después, el
puerto bahiense había crecido y, con ello, se volvió necesario establecer una
traza que comunicara a Bahía Blanca con el sector portuario adyacente. Esta
necesidad, por supuesto, era la mera traducción al castellano del circuito
económico que implicaba la exportación de los recursos nacionales, con destino
a Inglaterra.
El gobierno municipal de entonces, escribe Zingoni, “se encontraba en la
dificultosa tarea de gestionar fondos de dinero desde la provincia” y no
consideró conveniente ninguno de los proyectos presentados en primer término.
Fue allí cuando emergió la figura de míster Arthur Coleman, quien elevó una
propuesta concreta.
Esta vez, el municipio la evaluó satisfactoria, pues se traducía en un
importante ahorro de inversión comunal. El proyecto de Coleman, relata el
senador Zingoni en su escrito, “detallaba que la traza cruzaría
mayoritariamente por terrenos propiedad del Ferrocarril GS, los cuales serían
donados a tal fin y de modo que la inversión municipal se reducía en un
importante monto”.
“El Honorable Concejo Deliberante estableció que el ancho del camino que va
desde la Avenida Colón hasta su enlace con la calle Guillermo Torres sería de
25 metros. La empresa Reid y Cía. obtuvo el contrato de la obra. Para la misma
se trajeron más de tres millones de adoquines de Tandil”, ilustra el documento.
Arthur Coleman -a quien el legislador bahiense prefiere llamar Arturo- “fue así
la máxima autoridad del Ferrocarril del Sud en la ciudad de Bahía Blanca y la
empresa, de capitales ingleses, además de la concesión del ferrocarril que unía
Buenos Aires con Zapala, tenía la de los puertos de Ingeniero White y Galván,
la administración del Mercado Victoria y los servicios de gas, agua, tranvías y
energía eléctrica en nuestra ciudad”.
Nacido en Gales en 1868, Coleman llegó al país cuando poco le faltaba para
cumplir sus veinte años. “Luego de sus sucesivos ascensos terminó ocupando el
puesto de Superintendente de Tráfico de la Sección Bahía Blanca y fue
considerado por sus superiores y apreciado por sus subordinados a lo largo de
todos sus años de labor al frente de su lugar de trabajo”, narra Zingoni en su
escrito.
La vida ferroviaria del galés fue plasmada por él mismo, en un libro que dio a
la imprenta en 1948. Se titula “Mi vida de ferroviario inglés en la Argentina”.
En él “realiza una demostración de lo que significó la época en que le tocó
vivir en la Argentina, según él mismo, momento que representa la mayor
transformación experimentada por la República, desde la emancipación política
en 1810”, siempre según la lectura de Zingoni. Se trataba, claro, de un galés
que había llegado al Río de la Plata cuando se habían cumplido ya casi ochenta
años de la Revolución de Mayo.
“Coleman fue así, parte del progreso del país y de la ciudad que lo recibió y
donde vivió y trabajó. Observó y experimentó el progreso de Bahía Blanca,
impulsado en gran parte por los capitales de las empresas inglesas. Fue parte
de una ciudad donde tanto el ferrocarril, el muelle, los elevadores de granos,
tranvías, mercados de frutos y los servicios de electricidad, gas y agua,
fueron obras de capital británico”, escribe el senador bonaerense, quien
concursó para la intendencia de Bahía Blanca con escaso apoyo popular.

Desde otra mirada
Conocido el proyecto -presentado en la página web oficial de Zingoni-, el
historiador y escritor Ramón Minieri elaboró un documento para cuestionar la
visión anglocéntrica.
Minieri reside en Río Colorado y, desde allí, recolectó los datos necesarios
para la edición de su volumen “Ese ajeno Sur”, libro donde narra la “historia
de un dominio inglés de un millón de hectáreas en la Argentina”, según el mismo
subtítulo del volumen.
El historiador se dirige al titular de la Cámara de Senadores bonaerense para
“indicar algunos interrogantes, datos, y enfoques que no han sido contemplados”
en el escrito de Zingoni.
“En primer término, creo útil se establezca si el Sr. Arthur Coleman tramitó
alguna vez la ciudadanía argentina o manifestó interés por conseguirla. Esta
solicitud habría dado cuenta de su grado de identificación con nuestro país,
máxime teniendo en cuenta que no habría ocasionado la pérdida de su original
ciudadanía británica. No dispongo de datos que así lo acrediten o sugieran, y
ello me suscita dudas acerca de si el propio beneficiario eventual del honor de
ser ‘bonaerense ilustre’, habría estado realmente interesado en ese honroso
título. Por otra parte, no he sabido que jamás se haya interesado por ser
ciudadano bahiense en el sentido cívico del término, junto a los otros
ciudadanos, participando en la vida política de la ciudad donde tanto tiempo vivió”,
expone Minieri en su nota, remitida al Congreso hace algunas semanas.
Y va más allá. Como segundo apartado, señala la documentación que guarda el
archivo de Cartas Privadas y Telegramas de la empresa Argentine Southern Land
Co., dedicada al rubro de la tierra y la ganadería. La administración de los
ferrocarriles británicos estaba íntimamente ligada a esta firma, a tal punto
que por años Frank Henderson revistó como presidente de ambas compañías.
En su inspección del mencionado archivo, Minieri halló “una pieza ‘privada’ del
Sr. Henderson” donde informa “que según le ha comunicado el Sr. Coleman, para
lograr la concesión de los teléfonos era necesario esparcir un poco de ‘palm
oil’ -es decir, aceite de palma-; equivale a señalar la necesidad de repartir
coimas entre los funcionarios argentinos intervinientes. La carta data de marzo
de 1924”.
En cuanto al valor que el aporte arquitectónico y de infraestructura urbana que
las gestiones de Coleman representaron para la ciudad, Minieri se permite
ponerlo en duda. “La posición de Arthur Coleman, a quien se denominó ‘el Virrey
de Bahía Blanca’ por su enorme poder económico y político sobre la ciudad y la
zona, hace más que cuestionable el valor de su aporte para conectar al puerto
de Ing. White con el centro de la urbe”, subraya el historiador.
“Al igual que muchos caminos trazados en beneficio ante todo de las empresas
británicas (de los cuales abundan los ejemplos en nuestros campos), ese camino
era útil en primer término al propio FCS. La inteligencia de Coleman estuvo sin
duda en su capacidad para lograr que los ‘fondos provinciales’ a que alude el
proyecto de ley, fueran utilizados para esta obra de interés de su empresa. En
nuestros días como en aquellos, esto se llama aprovechamiento indebido de fondos
públicos”, agrega Minieri.
“Debo señalar también sucintamente que el Ferrocarril inglés sirvió, según he
señalado en mi estudio, como una suerte de agencia de inteligencia del
conglomerado empresarial británico, que comprendía a más de un centenar de empresas.
En particular, el FCS era una útil fuente de datos para los negocios
inmobiliarios, financieros y de exportación de las empresas del mismo origen,
en desmedro a menudo de las poblaciones y las producciones argentinas”,
enfatiza.
Por otro lado, “la localización de las estaciones, que alguna vez hizo a un
lado a pueblos anteriores, fue un negocio inmobiliario que por otro lado generó
la quiebra y el abandono de aquellos antiguos pobladores. No he observado que
en alguna correspondencia el Sr. Coleman haya manifestado preocupaciones en
torno a este particular”.
“Como es lógico, a los gerentes del capital británico en nuestro país les
resultaba conveniente señalar como interés nacional aquel que coincidía con el
suyo propio. Reconocemos su agudeza, pero ello no nos invita a honrarlos como
padres de la patria”, opina Minieri, en abierta polémica con lo expuesto por el
arquitecto Zingoni.
Finalmente, se permite una reflexión final sobre la valoración que de sí mismos
pueden hacer los ciudadanos bahienses. “Al igual que otras ciudades, esta tiene
un padrón invisible de ciudadanos privados de su patria chica por las
persecuciones políticas. Creo que para ellos sería una deshonra que se declare
ciudadano ilustre a alguien que no quiso actuar en el campo cívico, y cuyo
principal título es el leal desempeño de sus funciones gerenciales en beneficio
de una dominación extranjera. Si se desea encontrar a otros bahienses y
bonaerenses a quienes reconocer póstumamente como ciudadanos ilustres,
seguramente no han de faltar dignos representantes de tales condiciones.
También ese es un patrimonio invisible de la ciudad, y hace a su significación
y grandeza moral”, concluye Minieri en su argumentación, antes de solicitar a
la Cámara que no otorgue el visto bueno al proyecto elevado por Zingoni.

Ese ajeno sur
Ramón Minieri reside en Río Colorado, localidad de la provincia de Río
Negro ubicada a doscientos kilómetros de Bahía Blanca. Ha publicado libros de
poesía y ensayo, y en su rol de historiador escribió “Ese Ajeno Sur”, un
volumen donde documenta ampliamente los negocios que el capital británico
realizaba a expensas del país, centrándose específicamente en el análisis de la
zona sur de la geografía argentina. También como investigador, desarrolló
trabajos de historia oral con pobladores de las sierras y vecinos de la ciudad
de Córdoba.
EcoDias dialogó con él para conocer el origen de su inquietud en torno al
proyecto de Zingoni y su visión acerca de la importancia del revisionismo
histórico en temas tan caros a las querencias e intereses de los argentinos.
“Un compañero de secundario que vive en Bahía Blanca, me comentó extrañado la
existencia de este proyecto de ley, dirigido a honrar a un gerente del imperio
inglés en Argentina que nunca quiso mezclarse con los nativos y que se ufanó de
coimearlos, datos estos que surgían de mi libro ‘Ese Ajeno Sur’”, explicó
Minieri.
“Valga una reflexión personal. No tengo la conciencia tranquila; siento que
tengo una deuda con todos, porque pude estudiar en un medio donde no todos podían;
y porque he sobrevivido cuando otros perecieron. Me sentí obligado a salir al
cruce de ese proyecto; salvando la distancia, como si alguien propusiera
instalar una plaza ‘Alfredo Astiz’. Los intelectuales, por modesta que sea
nuestra versación, no podemos dejar prosperar la mentira o la media verdad en
nuestra sociedad sin llamar a debate, no podemos pasar indiferentes al lado de
las estatuas visibles o virtuales de los truhanes”, agregó.
¿Y cuál es la importancia que cobra la historia en la vida del presente y en la
construcción del futuro colectivo? “Considero que el proyecto del conocimiento
histórico es crítico constructivo. Aunque suene a paradoja, una destrucción que
construye. En cada una de sus jornadas, viene a desacralizar una versión
canónica, a bajar del pedestal a los ilustres, para interpelarlos, para ver
desde qué supuestos nos enseñaron a llamarlos ‘ilustres’. Al cumplir esta
tarea, aportamos a que otras miradas vengan a reconocer a los protagonistas
escamoteados, los que no ocupan lugar en los fastos del imperio y sus socios
nativos”, opinó Minieri en diálogo con este medio.
“Sin desconocer el valor del esfuerzo del senador Zingoni, me resultaría más
interesante, en la construcción de una sociedad democrática y soberana, que
destaquemos el papel de los inmigrantes, criollos, indios, las mujeres, en la
construcción del patrimonio social, económico y cultural de bahienses y
whitenses”, consideró, añadiendo que “observo que el motivo alegado para honrar
a Coleman no es otro que su sagacidad como gerente neocolonial; en tal caso,
que le hagan el homenaje sus comitentes: ellos cobraban los dividendos.
Entiendo más bien que a la historiografía le corresponde profanar, antes que
certificar credenciales de dominación actual o pasada”.
“Pensando en voz alta, les pediría a los jóvenes historiadores que acompañen
con visión crítica y constructiva la fundación de la Ciudad de Todos, una
sociedad con mayor libertad y justicia social. Para eso, tenemos que empezar
por cuestionarnos los relatos heredados. La historia de la Cruz y la Espada nos
llevó al genocidio interior. La acompañó la historia del Imperio Liberal,
aparentemente amable, con su versión de una ‘buena’ globalización que nos dejó
‘obras hechas’, relato que omitió la degradación interna de una sociedad
colonizada”, subrayó.
“Este cuento del buen Imperio también es el vector de una práctica política.
Funciona como arbotante de una propuesta de relación dependiente de los poderes
‘globales’. Al paso del tiempo, cuando esa relación se torna insostenible,
cuando se producen las rebeliones contra los nuevos estatutos imperiales, se
llega de nuevo a la violencia como resultado: tiros y estado de sitio, para
sostener el pago de la deuda”.
“Por eso me parece urgente y delicado, y sobre todo para los bahienses, debatir
sobre estas versiones de su historia. ‘Atrás de los equívocos, se vienen los
perjudicos’, decía don Ata (Atahualpa Yupanqui). Y puesto que la historiografía
está en función de un proyecto, más visible o más encubierto, siempre,
apostemos a la historia que sustente la Ciudad de Todos. No pasa por ninguno de
esos dos relatos a los que me refiero”, concluyó el historiador.

La casa de Coleman
Entre los considerandos que Zingoni menciona en su proyecto, se encuentra
uno vinculado al valor histórico y arquitectónico que posee el edificio que fue
su casa en Bahía Blanca. Ubicada sobre la Avenida Alem, durante un cuarto de
siglo sirvió como morada al Instituto Argentino de Oceanografía (IADO) y
actualmente alberga a la “Muestra Permanente de Ciencia y Desarrollo”. A partir
del dato, el senador bahiense observa que “es indiscutible que la influencia de
este personaje en el desarrollo de la ciudad y región ha sido fundamental”.
Con estas afirmaciones también polemiza el historiador Ramón Minieri. En la carta
que remitió a las autoridades del Senado de la provincia de Buenos Aires para
solicitar que no hagan lugar al proyecto de Zingoni, entiende que una
“consideración especial merece el aporte de este proyecto, en el sentido de que
Arthur Coleman fue dueño de una mansión en un área residencial de Bahía
Blanca”.
“Que esto sea alegado como fundamento para considerarlo ciudadano ilustre,
parece un resultado de cierta concepción patrimonialista cerrada o elitista de
nuestra vida cultural y social. Según esa concepción, si alguien construyó algo
expectable, con cierto valor monumental y estético, necesariamente ha de ocupar
un lugar importante en la historia”, escribe Minieri.
“Me permito invitar a revisar esos conceptos. Sin duda la ciudad de Bahía
Blanca ha contado entre sus habitantes a muchos que merecerían el rango de
‘ciudadanos ilustres post mortem’: esforzados inmigrantes que crearon
instituciones, gremios, partidos políticos, que participaron en las luchas y
los sacrificios de una ciudad naciente, mujeres que participaron en esas luchas
y construyeron también la sociedad, pero que no dejaron ninguna mansión detrás
suyo, sino las humildes casitas de las barriadas populares, en el mejor de los
casos”, ejemplifica.
“Bueno es ponerse al tanto de que conforme al avance de los conceptos de
patrimonio cultural, hoy esas barriadas, como el legado inmaterial dejado por
aquellas personas, sean consideradas como tal -pues lo son”, concluye.

Actividad editorial
Tanto el senador José Zingoni como el historiador Ramón Minieri habían ya
esbozado sus interpretaciones divergentes de la historia de la ciudad, la
región y, en suma, el país.
Como se ha dicho en esta misma nota, Minieri publicó -además de varios
volúmenes de poesía- un libro titulado “Ese ajeno sur”. Allí analiza
pormenorizadamente la incursión de los capitales de origen inglés en esta parte
del país. La obra posee más de 400 páginas y fue editada por el Fondo Editorial
Rionegrino en 2006 y declarada de Interés Provincial por el gobierno de Río
Negro.
Diez años antes, Zingoni había dado a la imprenta un libro que lleva por título
“Arquitectura Industrial: Ferrocarriles y Puertos”. Lo escribió en su carácter
de arquitecto. La obra, editada por la Editorial de la Universidad Nacional del
Sur (EdiUNS), repasa el legado patrimonial arquitectónico que dejaron los
capitales ingleses, durante las décadas de penetración económica, comercial y
cultural británica en el país.



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2011-11-07 19:32:00
Etiquetas: Sociedad.
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