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España

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Migración, esperanza y muerte

Nadie esperaba un ataque de esa magnitud contra la fuerza militar enviada
por España a El Líbano en la misión de control y pacificación de las
Naciones Unidas en ese país. Pero sucedió. Y los primeros informes tuvieron
una especial repercusión en Colombia y en la comunidad de residentes
colombianos en España.
El explosivo que destruyó un vehículo militar español mató a 6 soldados,
pero tres de ellos, Jefferson Vargas Moya, de 21 años, Jeyson Alejandro
Castaño Abadía, de 20 años, y Yhon Edisson Posada Valencia, de 20 años,
eran oriundos de Neiva, Pereira y Manizales, Colombia. Los tres habían
llegado a España con la esperanza de encontrar un trabajo que les
permitiera una vida mejor que la que tenían en su país.
Uno de ellos emigró tras la muerte de su padre, con la esperanza de poder
sostener a su familia con el fruto de su trabajo en España. Pero como les
sucede a muchos de los migrantes, las cosas no suelen resultar tan fáciles.
Y eso les llevó a aceptar una plaza en las fuerzas armadas españolas. Para
ello tuvieron que firmar un contrato de “enganche” por tres años, al
término del cual, tenían la posibilidad de quedar en servicio y acceder
finalmente a la nacionalidad española. Un mecanismo similar al que utilizan
las oficinas de reclutamiento del ejército y la marina de los Estados
Unidos.
Las Fuerzas Armadas españolas sólo admiten a los nacionales de países «con
especiales vínculos históricos, culturales y lingüísticos», es decir, a los
hispanoamericanos y originarios de Guinea Ecuatorial. El contrato es
restrictivo en cuanto a los destinos que pueden ocupar los extranjeros. Eso
determina que la mayoría de ellos terminen asignados a las unidades “más
operativas”, eufemismo que define en realidad a las misiones de mayor
riesgo. En esto también hay un paralelismo con Estados Unidos, donde el
porcentaje de víctimas de origen hispano o afroamericano en Irak o en
Afganistán, es muy superior al que tienen en el total de efectivos activos.

La esperanza se viste de uniforme
Inicialmente el Ejército español puso el límite de un 2% de extranjeros en
sus fuerzas. Pero recientemente ese porcentaje se elevó al 9%. Actualmente,
los inmigrantes enrolados suman 4.300, lo que representa el 5,5% de los
78.000 efectivos de tropa y marinería profesional que dispone España, según
datos proporcionados en abril pasado por el Ministerio de Defensa. Sin
embargo, en las misiones de riesgo como la que sufrió el ataque mortal en
El Líbano, los extranjeros llegan al 30%. Suelen pertenecer a la Legión o a
la Brigada Paracaidista.
La esperanza de una vida mejor que no encuentran en sus países de origen,
hace que más del 80% de los extranjeros enrolados en el ejército español
sean de origen ecuatoriano o colombiano. El resto, pertenece a otros
países, especialmente a los de la región andina. Hace un año, también fue
un inmigrante latinoamericano el primer militar español muerto por una
acción hostil en Afganistán. Se llamaba Jorge Arnaldo Hernández y había
nacido en Perú.
El presidente colombiano Álvaro Uribe afirmó que los jóvenes ciudadanos de
ese país que murieron con el uniforme militar español, eran “una ofrenda a
la paz del mundo”. “Es un hecho luctuoso que el heroico pueblo de Colombia
ofrenda a la paz del mundo”. La pretenciosa solemnidad de esas palabras
intenta encubrir la verdad: miles de colombianos emigran de su tierra
desplazados por la falta de futuro, por una inacabable guerra interna a la
que se ha sumado la intervención militar de la principal potencia del
planeta. Emigran por la profunda corrupción provocada por el narcotráfico y
por la acción criminal de los paramilitares. Se van porque la injusticia y
la impunidad se han convertido en estructurales en Colombia.
Pero esa expectativa que les lleva a cruzar esperanzados el océano, muchas
veces se frustra ante una realidad laboral muy dura. Y entonces intentan lo
que aparece como un atajo: incorporarse a las fuerzas armadas españolas, y
aguantar allí el tiempo suficiente como para ahorrar y solucionar problemas
de su lejana familia gracias a una paga de aproximadamente mil euros
mensuales. La esperanza se viste de uniforme.
Pero como ocurre con trabajos preferentemente ocupados por extranjeros, la
proporción de inmigrantes muertos suele ser notablemente superior. La
explicación es sencilla: ellos suelen ser destinados a las tareas o las
operaciones de mayor riesgo. Pero Álvaro Uribe prefirió especular con los
sentimientos de sus connacionales, y esconder la realidad con apelaciones
demagógicas.

Los derechos de las víctimas
Para sus familiares, la tragedia de los latinoamericanos muertos en la
voladura del blindado español en El Líbano, tiene una penosa continuidad en
las derivaciones jurídicas y administrativas del suceso. El Senado español
había aprobado cuatro días antes una reforma legal que ampliaba a los
extranjeros enrolados en las Fuerzas Armadas los beneficios de pago de
indemnizaciones. Pero hasta que no se publique en el Boletín Oficial del
Estado, no tiene vigencia.
Al momento de redactar este Mirador, se sabe que el Ministerio de Defensa
busca una fórmula para que los herederos de las víctimas colombianas puedan
recibir los 140.000 euros de indemnización que fija la ley. La opinión
pública española está ampliamente a favor de que se reconozca ese derecho a
los extranjeros enrolados en sus fuerzas militares.
Por su parte, el juez de la Audiencia Nacional española Fernando Grande-
Marlaska, decidió actuar de oficio y abrir una investigación sobre el
atentado y la eventual responsabilidad del Estado. En una de sus primeras
acciones, prohibió la incineración de los cadáveres de los seis militares
por si fuera necesario practicarles una segunda autopsia. Estas dos
circunstancias no han hecho más que agravar el desconsuelo y la angustia de
los familiares de los chicos colombianos que vinieron a España para
construir un futuro mejor, y encontraron la muerte. Uno de ellos, Jeison
Alejandro Castaño Abadía nació en el departamento de Risaralda y su familia
vive en Madrid. Sus padres preparaban un gran recibimiento cuando, en un
mes, abandonara el Líbano y regresara a España para bautizar a su sobrina y
gozar de unas merecidas vacaciones. Pero una llamada del Ministerio de
Defensa derrumbó todos los sueños. Les comunicaba la muerte de su hijo y
las circunstancias de la tragedia. Alberto Quintero, tío de Alejandro, lo
calificó como un “emprendedor que estaba luchando para estudiar”. Y añadió:
“Es muy triste todo esto. Están enviando jóvenes a la guerra donde les
arrancan la vida apenas comienzan a vivir”.

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2011-10-25 10:11:13
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