La administración del tipo de cambio y
la determinación de precios de referencia confrontan con los intereses que se
escudan detrás de la teoría económica ortodoxa.
La
teoría económica ortodoxa sostiene que salario y nivel de empleo se determinan
juntos en el mercado de trabajo, donde el empresario analiza si la contratación
de un trabajador mejorará la relación entre costos y producción.
En caso de que los trabajadores estén pidiendo salarios más allá de su
productividad, nadie los contratará, por lo que tendrán que pedir salarios más
bajos y así hasta llegar a un equilibrio. Cuanto menores sean las pretensiones
salariales, aduce la ortodoxia, mayor será la contratación y subirá el empleo
por lo que cualquier intervención en el mercado por fuera de la oferta y la
demanda, afectará el nivel de ocupación.
Las posiciones heterodoxas de la economía, en cambio, entienden que los
empresarios no contratan trabajadores porque estos “sean baratos”, sino que lo
hacen si la producción de sus empresas cuenta con perspectivas de crecer,
situación que requerirá más mano de obra. Ese crecimiento sólo se producirá si
existe una mayor demanda por los productos que ofrezcan. En pocas palabras, el
nivel de empleo depende del nivel de demanda.
Una vez definido el nivel empleo, el salario real será determinado por el poder
de negociación de los trabajadores y por la política económica en curso (tipo
de cambio, tasa de interés, políticas laborales). Aquí es donde se entiende lo
beneficioso que resulta la mejor distribución del ingreso. Más empleo es mejor
salario, y eso significa mayor demanda y mayores ventas y, otra vez, más
empleo. Ese es el círculo virtuoso.
Bajo esta última visión podemos analizar qué sucedió con el salario real en los
últimos 20 años. Desde 1993 hasta 1998 el salario real cayó casi un 10 por
ciento. Y no fue por una alta inflación sino por un aumento continuo del
desempleo producido por las políticas neoliberales. Desde 1998 hasta 2003, -eclosión
de 2001 mediante- la caída del salario fue del 31%. La mega devaluación de 2002
hizo subir un 40 por ciento los precios y el desempleo, que trepó 20 por
ciento, no permitió la recuperación de los salarios.
En 2003 y por primera vez en más de diez años, se subieron los mínimos de
salario y jubilación. Desde entonces el impulso estatal a las negociaciones
colectivas recompuso la demanda doméstica de los trabajadores y jubilados y el
poder de negociación de los primeros. Entre 2003 y 2008 lo salarios reales
crecieron 23%. A partir de allí, la crisis internacional congelo la demanda
externa, por lo que el Estado desplego un conjunto de políticas contra cíclicas
para impulsar la demanda interna. Amplias políticas de ingreso y de inversión
social, en conjunto con impulsos a la distribución del ingreso, llevaron a que
los salarios reales crecieran 19% en 5 años. En 2014, la disputa por el tipo de
cambio entre sectores de presión y el Gobierno no fue otra cosa que una pelea
por los salarios reales de los trabajadores. Las políticas activas para
mantener estable el precio de la divisa hicieron posible que el salario real
crezca 7% entre 2013 y marzo de 2015
Administrar el tipo de cambio en el contexto de políticas dirigidas a controlar
la inflación mediante la determinación de precios de referencia y mejorar la
distribución del ingreso con sostenimiento de la inversión pública, son pilares
de un modelo económico que tiene metas de empleo a base de mejores salarios y
mercado interno.
Nota: este artículo fue publicado originalmente en el semanario Trabajo y
Economía, en la edición de Tiempo Argentino.
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