Un estudio del Foro Humanitario Mundial, encabezado por el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, estima que el costo económico y humano del cambio climático asciende ya a unos 125.000 millones de dólares anuales, significa la pérdida de 300.000 vidas y afecta cada vez a más gente en todo el mundo, en especial a los pobres.
Las medidas financieras para alcanzar el éxito en la seguridad climática van más allá de lo que hasta ahora han considerado los principales países desarrollados y de lo que reclaman China y las naciones en desarrollo.
Estas medidas no deben consistir sólo en aportar una suma global, sino también en la aplicación de un paquete de compromisos firmes durante un amplio lapso con una contribución inicial de la magnitud de por lo menos un billón de dólares.
La redistribución de masivos recursos económicos y humanos que hoy se destinan al sector militar podría satisfacer la mayor parte de las necesidades en materia de seguridad climática. Se trataría de dar prioridad al mejoramiento de la vida en el planeta en lugar de otorgársela al poder de matar.
Si la cifra de un billón de dólares puede parecer irrealmente alta en las actuales circunstancias, debemos recordar que es sólo una porción de lo que Estados Unidos ha gastado en las guerras de Iraq y Afganistán y en los actuales intentos de rescate de sus principales instituciones financieras y su debilitada economía.
En la crisis del cambio climático hay una necesidad mayor aún de rescate que en la crisis económica y financiera, aunque ambas están inextricablemente relacionadas.
Somos la civilización más rica que ha existido. ¿Podemos aceptar realmente que no estamos en condiciones de salvarnos a nosotros mismos y a las generaciones futuras?
Hay buenas noticias en cuanto a las promisorias dimensiones del progreso tecnológico que nuestra sociedad del conocimiento ha producido. La información cada vez más sofisticada y la tecnología proporcionan herramientas que nos permiten entender y manejar los sistemas complejos que determinan el funcionamiento de nuestra civilización.
Los países económicamente más exitosos de Asia, en especial Japón y Corea del Sur, ninguno bien dotado de recursos naturales, han construido su éxito gracias al desarrollo de tecnologías avanzadas y de altas tasas de inversión en educación e investigación.
Asimismo, China está haciendo progresos impresionantes para transformarse en una economía basada en el conocimiento y la tecnología, lo mismo que otros países asiáticos en diferentes grados.
¿Qué debemos hacer? En primer lugar, necesitamos un nuevo paradigma económico que integre las disciplinas tradicionales con las nuevas percepciones de la economía ecológica.
Esta nueva economía debe proporcionar los cimientos teóricos de un sistema que incorpore en la política tarifaria y en las cuentas nacionales los verdaderos valores del ambiente y los servicios que proporciona la naturaleza. Debe incluir también un régimen fiscal y de regulación con incentivos para el logro de la sostenibilidad económica, social y ambiental.
Las acciones de la gente y sus prioridades dependen de su motivación. Aunque todos estamos motivados por el interés propio, en un plano más profundo, la ética, la moral y los valores espirituales suministran la base subyacente de nuestra motivación. Gran parte de los actuales conflictos, violencias y terrorismos surgen no de motivaciones económicas sino de ideologías extremas y de prejuicios hondamente arraigados.
En una economía de mercado que conduce el proceso de la globalización, el mercado proporciona las señales que motivan la necesidad del desarrollo sostenible. Se necesita una política impositiva que favorezca los productos y los procedimientos más beneficiosos para el ambiente y la sociedad, y que aumente los gravámenes de los que son nocivos.
Pero ninguna nación puede adoptar en forma aislada esa política sin perjuicio para su propia economía. Esto sólo puede realizarse efectivamente en el marco de un acuerdo internacional obligatorio para todos los países.
La próxima Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático que se celebrará en diciembre en Copenhague, será una de las más importantes y de las más difíciles. Es una inquietante paradoja que mientras nuestro futuro depende de grados de cooperación sin precedentes, vivamos una creciente competencia y división. (…)
Fuente: Tierra América.
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