En los mares y océanos, que cubren aproximadamente el 70% de la superficie terrestre, existen dos tipos de energía que son la térmica y la mecánica. Ambas pueden convertirse en energía eléctrica a costo razonable, con daño ambiental entre nulo y bajo, este último vinculado principalmente con la fauna marina.
La energía térmica recuperable es el resultado del calentamiento de la capa superior de agua por el sol. Por efecto de las olas generadas por el viento, el agua superficial se mezcla con el resto sólo en los primeros 100 a 200 metros de profundidad. El resultado es que entre los trópicos de Capricornio y Cáncer -la franja comprendida entre los 23,5º de latitud hacia el norte y el sur del ecuador- es común una diferencia de unos 20º C entre el agua superficial y la ubicada a unos 2000 metros de profundidad.
Tal diferencia de temperatura se ha aprovechado en instalaciones de diverso tipo, una de las cuales abordaremos en esta nota. Se trata del uso de amoníaco como fluido de trabajo, por su bajo punto de ebullición (-33º C, a 1 atmósfera de presión), que permite su fácil vaporización usando el agua caliente de superficie. El vapor de amoníaco hace girar un turbogenerador, para ser luego condensado usando agua fría profunda (de aproximadamente 2.000 metros), transportada a la superficie mediante una bomba. El amoníaco condensado retorna al evaporador, completando el ciclo.
El rendimiento eléctrico es menor si, como fluido de trabajo, se utiliza agua de mar de la superficie en lugar de amoníaco. En compensación, el agua condensada a la salida del turbogenerador es agua destilada (sin sales), que en ciertos lugares puede ser más valiosa que la energía eléctrica no generada por usar agua en lugar de amoníaco.
La energía mecánica -convertible en electricidad– de los océanos corresponde al movimiento de sus aguas (energía cinética), por mareas, olas o corrientes marinas. Hay cierta arbitrariedad en esta división, porque las mareas provocan corrientes marinas. De las variadas formas que se han ideado para aprovecharlas, se describirá sólo una por cada fuente cinética.
Energía de las mareas (o mareomotriz): requiere sitios costeros donde se produzcan diferencias importantes de altura (5 metros o más) entre las mareas baja y alta. Una antigua usina mareomotriz, que desde 1966 genera 240 MW, se halla en La Rance, en la Bretaña francesa.
Un proyecto argentino de larga data -que, como tantos otros, hasta la fecha quedó en intención- propone aprovechar las diferencias de marea entre los Golfos San José (al norte) y Nuevo (al sur), separados por el istmo Ameghino que une la Península Valdez con el continente (Provincia de Chubut). Este proyecto, con las diversas variantes que han sido propuestas, está desarrollado detalladamente en el trabajo de F. R. Chingotto Araujo (1).
Energía de las olas: por medio de una instalación costera, las columnas de aire, cerradas por debajo por el agua del mar, son obligadas a oscilar verticalmente por las olas. Unas válvulas convenientemente montadas hacen circular el aire por una turbina, acoplada a su vez a un generador eléctrico.
Energía de las corrientes marinas: estas corrientes pueden ser naturales o inducidas, como en el caso del canal proyectado en el istmo Ameghino. Existe una turbina, que lleva el nombre de su inventor (Gorlov), que mantiene su sentido de rotación aun cuando la corriente de agua que la impulsa invierta su dirección. Esta propiedad, sumada al hecho de tener eficiencias cercanas al 35%, la hacen sumamente atractiva para la generación de energía eléctrica de bajo costo. El eje de la turbina, sea en posición vertical u horizontal, tiene que posicionarse perpendicularmente a la dirección del flujo del agua. La turbina Gorlov ha sido probada exitosamente en estrechos y en mar abierto, así como en pequeñas corrientes de agua.
 
Nota (1): Disponible en www.mindef.gov.ar/edna/biblioteca/coleccion/85_2003.htm.