Buscarita Roa, de la asociación Abuelas
de Plaza de Mayo, pasó por la ciudad y fue la principal oradora de las Jornadas
por la Recuperación Jurídica de la Memoria. En la UNS narró su historia y
recibió el reconocimiento y calor del público bahiense. La casa de estudios le
rindió homenaje, con la entrega de una plaqueta conmemorativa.
Semanas atrás (ver EcoDias 362), distintas organizaciones políticas juveniles organizaron
un acto en el mismo edificio universitario de Colón 80 donde tendrán lugar los juicios
a los genocidas. Del mismo formó parte, como principal oradora, la abuela de
Plaza de Mayo Buscarita Roa.
Ante un auditorio colmado, Roa fue homenajeada por la Universidad Nacional del
Sur (UNS), mediante una resolución firmada por el rector de esa casa de
estudios, ingeniero Guillermo Crapiste. También recibió de manos de María del
Carmen Vaquero, vicerrectora de la institución, una plaqueta recordatoria de su
paso por la ciudad.
“Ha sido muy fuerte para mí esto. Los reconocimientos los agradecemos, pero
tampoco es que los merezcamos: ustedes saben que cualquier mamá, abuela o papá
al que le hubiera pasado lo que nos pasó a nosotros, hubiera hecho exactamente
lo mismo. Así que esto que hacemos, lo hemos hecho por amor a nuestros hijos, a
nuestros desaparecidos, y con la certeza y la confianza que tenemos en nuestro
trabajo de que esto no volverá a ocurrir nunca más”, dijo Buscarita,
emocionada.
Abuelas, siempre abuelas
A continuación, Roa comenzó una alocución en que detalló la historia de la
asociación que integra y su propia y conmovedora historia personal.
“Treinta y cinco años en esta lucha son muchos. Los años pasan, nos vamos
poniendo mucho más viejas y algunas se están yendo. Ese es el motivo por el que
estoy hoy acá: yo ya encontré a mi nieto, hace diez años, y podría haberme
quedado en mi casa y decir ‘hasta acá llegué, me voy a dedicar a otra cosa, a
cuidar a mi familia’, pero las cosas no son así. Cuando una de nosotras
encuentra a los nietos, sigue con más fuerza trabajando porque faltan muchos y
las Abuelas cada vez son menos, por lo que queremos que las pocas que quedan
puedan encontrar sus nietos y disfrutarlos un poquito”, reflexionó.
Antes de comenzar a narrar la historia de las Abuelas, no pudo contenerse y un
llanto asomó en sus ojos, cálidamente saludado por los aplausos del público.
“Esto lo hago casi todos los días, pero casi todos los días me sucede: todavía
no puedo acostumbrarme a contarles lo que pasó sin quebrarme”, dijo, agradeciendo
la muestra de cariño.
Su hijo desapareció en 1978, pero “para una madre conviven siempre en el
corazón, nunca desaparecen. Y más cuando una no lo ha visto irse. Eso es lo
peor de todo lo que nos ha sucedido, que no hemos podido ver los cuerpos de
nuestros hijos porque no sabemos dónde están, y los genocidas se niegan a
contar lo que hicieron. Y seguramente se van a ir de este mundo sin decirlo
porque han hecho un pacto de silencio, y eso es lo más cruel que han podido
hacer: seguir castigándonos, torturándonos”.
“Mi hijo era estudiante de Psicología, era un luchador de la vida y luchaba por
un mundo mejor, que era lo que hacía esta gente. No solamente estudiantes, sino
todos los que desaparecieron. Profesores, médicos, abogados, trabajadores. Pero
realmente para nosotros todos los desaparecidos son nuestros hijos”, agregó.
“A mi hijo se lo llevan junto a su esposa y con mi nietita, que tenía ocho
meses. Los llevan a un centro de tortura llamado El Olimpo. Y a la nena la
tienen un día o dos en ese lugar”, narró.
A la pareja, secuestrada en el centro de detención y tormento, le dicen que la
nena será remitida a sus abuelos, cosa que no ocurrió. El genocida conocido
como “Turco Julián” entrega la nena al coronel Ceferino Landa. “Le dice
‘llévesela nomás, mi coronel, porque estos van a ser comida de los pescaditos
dentro de poco’. O sea, tenían la idea de que los iban a tirar al mar o el Río
de la Plata”, recordó Buscarita. El militar no podía tener hijos y se quedó con
la nena, porque a su esposa le gustó “como quien elige un perrito o un gatito”.
Robo de identidad
La pequeña fue recibida por la pareja de apropiadores quienes “la adoptaron
como hija propia, le cambiaron su nombre y fecha de nacimiento y por supuesto
su apellido. Mi nieta tenía ya documento, pero terminó llamándose Mercedes
Beatriz Landa Moreira”.
“Por supuesto, nos enteramos por casualidad. Mi nuera era muy jovencita, tenía
21 años, hablaba varios idiomas y estudiaba psicología también. Y la tenían en
ese centro clandestino para que ayudara y trabajara ahí adentro. Y en un
descuido ella agarra el teléfono y llama a su mamá, para preguntarle si tenía a
la nenita. Ahí se entera mi consuegra que no la tenían sus padres”, contó Roa
durante su conferencia del martes 18.
“Imagínense el terrible pesar para nosotros, cuando vino mi consuegra (con la
noticia). Al principio tuvimos un poco de desconfianza, ella pensaba que yo
podría tener la nena y yo pensaba que podría tenerla ella. Un día nos visitamos
y conversamos, y no, la nena no había llegado a las manos de ninguna de las
familias”, añadió.
Habiendo eliminado a los padres de los chicos apropiados, los represores “lo
que menos se pensaron es que iban a quedar abuelos para buscar a los chicos”,
reflexionó.
“Desgraciadamente, la menor cantidad de personas de buena fe adoptaron chicos.
La mayoría se los llevaron coroneles, personas de la policía, algunos médicos,
y le hicieron su documento falso”, indicó.
Tras la formación de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, en 1977,
“comenzamos a visitar todo lo que nos decían: cuarteles, cárceles o casas de
enfermos mentales, porque pensábamos que los habían torturado de tal manera que
podían estar enfermos de la cabeza y no recordar quiénes eran”.
“Yo sabía, a diferencia de otras abuelas, que mi nieta estaba viva en alguna
parte, alguien la tenía que tener. Y así fue como empezamos a caminar, a
golpear puertas. Sin saber adónde íbamos, lugares donde nos decían ‘algo habrá
hecho, por algo será’. Eso nos decían a veces hasta algunos sacerdotes, cuando
íbamos a las iglesias a pedir si algún sacerdote podía acompañarnos o mandar
una nota”, reveló.
Trabajar por la inclusión
El hijo de Buscarita era
discapacitado, le faltaban sus dos piernas desde un fatídico accidente en las
vías del tren. Es el único desaparecido de esa condición. “Él se había hecho un
tratamiento y se había puesto sus piernas ortopédicas, pero para ir a la
Universidad se las sacaba e iba en la silla de ruedas, porque así podía subir
las escaleras”.
Así conoció a su compañera, que colaboraba con los discapacitados en un centro
de lisiados. “Eran jóvenes que, además de los sueños por cambiar las cosas,
tenían ganas de colaborar con los demás y hacer el bien hacia los demás”.
En la militancia que abrazaron juntos, “mi hijo luchó por una ley que le diera
oportunidad a las personas discapacitadas de poder trabajar”. La gente que
estaba internada en ese instituto y no tenía familiares cerca se quedaba sin
implementos básicos, como jabón y crema dentífrica, por lo que necesitaba
dinero para comprarlos. “En los tiempos del presidente interino Cámpora,
lograron que esa ley pudiera ser emitida, y pudieron trabajar. Mi hijo entró en
una fábrica de Alpargatas, en Buenos Aires”. Otro de sus compañeros, ciego, se
puso a trabajar en una biblioteca para no videntes.
“Pero eso duró muy poco. Porque vino el golpe militar, y quienes lo
protagonizaron pensaron que estas personas, que había tomado la Avenida del
Libertador y hecho tantas cosas para conseguir esta ley, eran extremistas y
guerrilleros”.
“Esto sucedió en muchas partes de Latinoamérica, pero en ningún país hay niños
robados. La Argentina es el único país que los tiene. Ahora son jóvenes y están
en manos de apropiadores”, resumió.
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