Triple
jornada de audiencias se realizó en el juicio por crímenes de lesa humanidad
cometidos en el ámbito de la Armada Argentina.
Miguel
Antonio Ginder tiene 57 años, es jubilado y vive en la localidad bonaerense de
Batán, partido de General Pueyrredón, ahí nomás de la conocida ciudad de Mar
del Plata. Pero durante 1976, Ginder vivía en Ingeniero White y a partir de un
secuestro por parte de personal de la Marina, su vida cambió para siempre con
consecuencias que siguen hasta el día de hoy.
Ginder fue uno de los testigos de las audiencias que se desarrollaron los días 28,
29 y 30 de octubre de 2014 en el tercer juicio a represores que se desarrolla
en Bahía Blanca.
La causa es la número 1103 conocida como “Armada Argentina” pero caratulada
como “Fracassi, Eduardo René y
otros…”.
Miguel Antonio Ginder fue el tercer testigo de la mañana del martes 28 de
octubre y contó lo sucedido el día 3 de agosto de 1976 cuando se le allanó la
casa de Ingeniero White y se lo llevaron no solo a él sino también a su papá.
Cabe mencionar que él y su padre, también llamado Miguel, son hermano y padre
de Catalina Ginder, casada con Heldy
Rubén Santucho; que fueron asesinados y desaparecidos en La Plata junto con su hija
Mónica Santucho, de 14 años, secuestrada y asesinada.
Para
Miguel Ginder, el horror arrancó alrededor de la 1 de la mañana, hora en la que
irrumpieron militares armados que rompieron, revolvieron y robaron mucho de lo
que encontraron en la vivienda.
Ginder dijo que los ocupantes pertenecían a la Armada y que fueron ellos
quienes encapucharon y esposaron a él y a su padre. Luego, ambos fueron
llevados a Prefectura, debajo del puente La Niña. Eso lo sabe porque al llegar
allí les quitaron tanto las esposas como las capuchas.
En ese lugar permanecieron todo el día pero a la mañana siguiente el papá de
Miguel sufrió un infarto y fue trasladado al Hospital Municipal de Bahía
Blanca. Miguel Ginder quedó en Prefectura hasta que unas ocho horas después
llegó una ambulancia con el distintivo de la Armada. A Ginder lo metieron en
una camilla, esposado, atado y encapuchado. Esa capucha, señaló, la tuvo puesta
durante 75 días.
Su destino próximo fue la comisaría de la Base Naval Puerto Belgrano en donde
lo dejaron hasta el 3 de noviembre.
Ginder fue torturado y tuvo que soportar simulacros de fusilamiento: “Morí
veinte veces ahí adentro”.
Los simulacros, explicó, consistían en meterlo en un baúl de un auto, taparlo
con una frazada y llevarlo a un lugar donde en un silencio total le gatillaban
un arma cuyas balas nunca salían. Después de esa tortura lo devolvían al centro
de cautiverio.
Los primeros días, Ginder no lograba dormir ya que sus captores no se lo
permitían porque cuando veían que estaba por conciliar el sueño, se encargaban
de interrogarlo. Durante el día, solo recibía mate cocido y pan: “Me torturaban
psicológicamente”, declaró y agregó que en un momento le dijeron que su papá se
había muerto mientras que otro día le decían que estaba vivo Ginder y su papá
no fueron los únicos secuestrados de su familia. También lo fueron su hermana,
su cuñado y su sobrina cuyos restos fueron recuperados.
Por ellos le preguntaron en los interrogatorios: “porque mi hermana militaba”.
A Ginder lo interrogaban en el calabozo pero hubo una semana en la que no lo
fue a ver absolutamente nadie.
Una historia en los hombros
Quince días antes de recuperar la libertad, a Ginder le quitaron la
capucha, le soltaron las manos y le permitieron bañarse y afeitarse. También le
dieron una ropa de color azul. Ginder afirmó que siempre veía un guardia que se
llamaba Carrera o Cabrera al que lo volvió a encontrar tiempo después en La
Nueva Provincia donde ese hombre trabajaba como seguridad.
Ginder tenía una pescadería e iba a La Nueva Provincia a comprar diarios para
envolver el pescado. Toda una imagen…
Otro represor que pudo mirar a la cara se apellidaba Molina quien antes de
dejarlo libre le dejó en claro que debía olvidar todo lo que ocurrido.
Carrera o Cabrera le había dicho a Ginder que Molina era el “capo” de
Inteligencia de Marina.
En la garita de la Base Naval lo dejaron llamar a su papá quien lo fue a
buscar. Ginder estaba en libertad, corría el 3 de noviembre de 1976.
“Siempre sufrí de los hombros, horrores…”, manifestó Ginder respecto a las
consecuencias que le quedaron. Más allá de lo físico, cuando salió se sintió
excluido por amigos, conocidos y hasta por propios familiares que cruzaban de
vereda cuando lo veían.
Su casa fue vigilada y visitada por las fuerzas pero solo cuando él y su papá
se encontraban en la pescadería: “A mi viejo le robaron hasta las hojitas de
afeitar del botiquín del baño”.
El miedo le dejó a Ginder una suerte de fobia hacia los uniformes. “Yo no me
pongo ni uniforme de scout hoy”.
Anterior al Golpe de Estado, ya había habido un allanamiento en la casa de los
Ginder. En ese momento su sobrina Mónica, que en ese entonces tenía doce o
trece años, vivía allí. El allanamiento fue violento, rompieron la puerta de
chapa y los invasores estaban todos de civil.
Tanto la hermana de Ginder como su cuñado y su sobrina fueron secuestrados en
la localidad de Melchor Romero en el mes de diciembre del 76.
En cuanto a los interrogatorios que pasó, Ginder comentó que las preguntas
arrancaban sobre su hermana pero seguían por amigos, vecinos y hasta la chica
con la que salía: “Preguntaron hasta por el verdulero del barrio”.
Respecto al mencionado Molina, en oportunidad de declarar ante el juez Tentoni,
éste le mostró fotos y al detenerse en una de ellas, Ginder vio el rostro de
Molina: “Tardé cincuenta segundos en reconocer a Molina”.
Ya casi concluyendo su participación en el juicio, a Ginder se le ofreció decir
lo que quiera en unas últimas palabras: “Lo que quiero decir es que todo esto
que yo viví a los 19 años que yo era un pibe que laburaba, de mi casa al laburo
y los sábados y los domingos de joda como cualquier pibe de 19 años. A mi esto
me cambió la vida para siempre, nunca más volví a ser el mismo, nunca más dormí
una noche entera, jamás. Entre la una y las tres de la mañana me despierto
hasta el día de hoy, lo que pasa es que hoy ya estoy canchero, me doy vuelta
para el otro lado y sigo durmiendo pero durante años y años y años yo me
desvelaba una y media, dos de la mañana y estaba dos horas con los ojos ante
cualquier ruidito que escuchaba. Pánico a los ruidos de cerradura, de cerrojo,
pánico me quedó hasta el día de hoy, eso no me lo borro más e la mente.
Me ha traído un montón de consecuencias, tengo dos divorcios, me cambió la
historia, después que salí de ahí yo no fui el mismo…”.
Pese a todo lo sufrido, Ginder se sigue mostrando dispuesto a colaborar para
que haya justicia lo cual demostró al despedirse de los jueces. “Cuando guste a
mi me citan y yo vengo”.
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