Por Natalia Carabajal Figueroa*
Bahía Blanca duele. Quizá porque duele tanto es que, desde que se encontró el cuerpito de Micaela Ortega, en medio de un descampado, asesinada ella, no cesa la lluvia en esta Tierra del Diablo como se conocía a la zona cuando todo era campo, monte y la ría tenía su costa blanca por los salitres.
Esta tierra nunca fue segura para las mujeres, aunque algunos insistan en mencionar que antes no pasaban “estas cosas”. Porque pasaban, la lista de muertas es extensa antes de Micaela, porque la ciudad no escapa a la realidad del país y del mundo donde las mujeres sufrimos diversas violencias históricas enraizadas en el sistema patriarcal en el que nacemos, sobrevivimos y morimos.
Muchas conjeturas, versiones, juicios y prejuicios se desparramaron a lo largo de los 35 días en que esta nena de 12 años estuvo desaparecida. Muchas de esas frases y conceptos fueron propagadas y propaladas por los medios con hipocresía y cinismo, buscando sostener 35 días de “primicias”.
Medios, comunicadores y comunicadoras que, salvo algunas excepciones, se dieron la cita diaria en la carneada mediática a la que fue sometida Micaela Ortega, su intimidad y por consiguiente su familia y entorno.
Por mencionar un ejemplo: la Red Local de Violencia de Género de Bahía Blanca, que está integrada por diversas organizaciones sociales y organismos del estado que trabajan históricamente en temáticas de género, tuvo que expresarse públicamente y manifestar su preocupación por la publicación que realizó el portal “La Brújula” de la carta que Micaela le había dejado a su familia antes de “irse”. A las horas de conocerse la noticia del hallazgo de Micaela asesinada, con excusas, defendiendo lo indefendible, una trabajadora del mismo medio decía que la difusión de la carta fue porque “toda información es importante”, calificando de “vital” el texto que no hizo más que estigmatizar a la niña. A posturas y argumentos similares se aferraron cuando en 2009 un juez sentenció a uno de los actuales editores responsables, por dar a difusión “los nombres de los menores delincuentes”; una lista que se fue leyendo a lo largo de un programa radial del mismo grupo; dando a publicidad nombres, apellidos, domicilios y demás datos de chicos y chicas en conflicto con la ley penal.
Ante el reclamo de la Red, por la difusión de la carta, que calificó como una “invasión a la privacidad de la familia y una violación a los derechos humanos de la niña”, cerraron los comentarios de lectores del portal en esa y otras publicaciones sobre Micaela; pero mantuvieron la imagen de la carta que viajó por redes y medios nacionales.
Ese último fragmento de la intimidad de Micaela y su familia, publicado, sumó a la violencia por mujer y a la violencia mediática y simbólica, la vulneración de sus derechos de niña.
Lejos de gran parte de la prensa local, acostumbrada a las fuentes y noticias policiales, estuvo la decisión de hacer prevalecer los intereses de esta niña sobre cualquier otra cosa, y sostenidamente se reafirmó el poco respeto por su dignidad y sus derechos.
La madre de Micaela, Marcela Cid, desesperada entre preguntas que rozaban la recriminación, se sometió durante 35 días a innumerables explicaciones sobre si la nena tenía dos, cinco o cuatro perfiles de Facebook o sobre qué habían discutido el día anterior a la desaparición. Ella, la madre, solo pedía por su hija y repetía lo que nadie daba por cierto: que alguien la había convencido y que el camino para saber qué pasó estaba en las redes sociales.
Que con 12 años Micaela se haya “escapado”, haya estado 35 días desaparecida, haya sido salvajemente violentada y asesinada, para algunas personas es culpa “de las redes sociales”, del padre y la madre que “no controlaron”, y hasta se culpa y responsabiliza a la niña por su ser “rebelde y precoz”.
Las versiones de “se fue con un novio”, “estaba embarazada y no se lo dijo a la mamá”, “se fue por sus propios medios”, “difícilmente esté en Bahía Blanca”, se cayeron una por una en las pocas horas que llevó encontrar el cuerpo luego de la puerta que se abrió con la ayuda internacional.
No pudo Micaela, ni con las leyes vigentes, ni aun muerta, escapar de las coberturas periodísticas machistas a las que se somete a las mujeres víctimas de violencia. Porque grosera o solapadamente, como el agua salitrosa de nuestra ría bahiense, se escurre en todas partes el machismo, se encubre al patriarcado y sus dilectos hijos bajo distintos rótulos, y se realza y se deja bien marcadas las acciones y la vida privada de las víctimas.
Más allá de la foto con el cartel del #Ni Una Menos, resuena el grito de ¡Vivas nos queremos! Queremos vivas hablar, gritar, denunciar, interpelar a nuestra sociedad, en especial a quienes avalan, desde el lugar que sea, y justifican, naturalizan y legitiman, las desigualdades y horrores del sistema patriarcal.
*Periodista, directora del periódico EcoDias, integrante de Red PAR – Periodistas de Argentina en Red por una comunicación no sexista.
Fuente: comunanet.com.ar
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