En clima de final, comenzó el alegato por parte
de la fiscalía a cargo del doctor Abel Córdoba.
Los alegatos de las querellas,
como era de suponerse en un juicio con tantos casos e imputados, se llevó
consigo varias jornadas. Pero una vez que éstos finalizaron dieron lugar a uno
de los momentos más esperados lo cual quedó demostrado en la gran presencia de
público que se dio cita en el Aula Magna de la UNS. Es que fue el turno
del alegato de la fiscalía a cargo del doctor Abel Córdoba quien mucho tiene
que ver, tanto él como todo su equipo de trabajo, en este camino hacia la
búsqueda de verdad y justicia.
Fue en la audiencia que se desarrolló en la tarde del martes 26 de julio de
2012. Pasadas las 16 hs, el juez Jorge Ferro le pidió a Córdoba que empiece con
su alegato y éste lo hizo citando una pregunta que las autoridades del diario
fascista La Nueva
Provincia hicieron pública en una de sus ediciones del mes de
mayo de 1973.
Qué esperan nuestros hombres de armas, se preguntaba el diario de los Massot,
para reconocer que la
Argentina vive un clima de guerra eterna y proceder en
consecuencia sin concesiones ni contemplaciones. Y así lo repitió el fiscal
Córdoba resaltando que eso fue dicho en el 73, tres años antes del Golpe, por
la usina ideológica de la ciudad, tal como la llamó Córdoba, que ya en esa
época planteaba la ficción de que el país se encontraba en guerra.
Mientras Córdoba seguía con su alegato, en la sala reinaba el silencio. Hasta
los represores prestaban atención, tal vez como nunca, a cada palabra del
fiscal que estuvo secundado por el doctor Horacio Azzolin y por todos los
integrantes de la Unidad Fiscal.
Continuó Córdoba citando al diario naval pero esta vez con expresiones que La Nueva Provincia publicó
el 24 de 1976 cuando tituló “Llegó el momento” y donde se hablaba de abandonar
el profesionalismo, distinguir al amigo del enemigo y de una violencia
ordenadora. De esta manera, se refería el diario más viejo de la ciudad a lo
que finalmente ocurrió: una represión planificada, sistemática e
intencionalmente dirigida.
De un lado la usina ideológica y del otro el brazo ejecutor. Éste estuvo
constituido por las Fuerzas Armadas que, dijo Córdoba, se autoproclamó la
reserva moral de la Patria
y en nombre de eso, mataron en un rol de fundadores.
El crimen, destacó el fiscal, fue el instrumento del Terrorismo de Estado.
Entre muchos casos, Córdoba eligió el de Adriana Metz para ejemplificar, ella
misma declaró que a alguien se le había ocurrido que su mamá no esté más. Si
bien este juicio no va a poder revertir la desaparición, señaló Córdoba, es la
oportunidad de revertir la impunidad insoportable.
Uno por uno
En su alegato Córdoba consideró probados todos los hechos que se están
juzgando y la misma situación en cuanto a los imputados.
También, agregó, está probado que los acusados forman parte de un poder
ramificado que contribuyó a que los hechos se cometieran.
Los 17 represores sentados en la platea del Aula Magna, son apenas un puñado de
la cantidad que actuaron en esta jurisdicción. En referencia a ello, Córdoba no
se olvidó del fugado García Moreno, de Ibarra y de fallecidos impunes como
Cruciani y Corres del cual se preguntó cómo un ser insignificante pudo causar tanto
daño Tampoco se olvidó Córdoba de los médicos cómplices ni e la ineptitud del
Poder Judicial local que favoreció la impunidad ideológica.
Después, Córdoba se dedicó a hablar de cada uno de los 17 represores. Uno por
uno, mirándolos y dando un breve ejemplo de sus prontuarios. Y ahí sí los
imputados dejaron de prestar atención y volvieron a lo suyo, a lo que supieron
hacer en cada audiencia: hacerse los otarios. Eligieron la lectura algunos,
hacer anotaciones otros, mirar para cualquier lado unos cuantos.
Empezó con Miraglia, de quien dijo que hizo de la cárcel un anexo de La Escuelita. Siguió
con Delmé, encargado desde su jefatura de interrogar y desalentar a familiares
en su reclamo desesperado.
Fue el turno de Selaya para quien expuso la triste anécdota contada por el
psiquiatra de la cárcel de cuando el represor estaba en una oficina con una
escopeta en la boca de un detenido y delante de un nene de diez años.
La lista continuó con Mansueto Swendsen, jefe de área, responsable de los
secuestros ocurridos en ese sector que comandaba y también los cometidos en el
edificio que él ocupaba.
La próxima descripción fue para Taffarel, jefe de acción psicológica durante
cinco años, ejecutor claro y efectivo desde el destacamento de Inteligencia.
Cada vez que Córdoba nombraba a uno de los represores era como si los
estuviéramos señalando todos y mostrándolos a la sociedad, y así fue también
con Condal. En su momento, González Chipont dijo que participó de la lucha
contra la subversión y que eso lo podía avalar tanto Condal como Méndez.
Más tarde, el fiscal se refirió a Granada, ese mismo que parece un viejito siempre
sonriente y que en audiencias pasadas le convidó, de su tupper personalizado,
un sándwich de milanesa a Mansueto. Ese Granada fue jefe nada menos que del
torturador Cruciani.
A éste le siguieron Forchetti, comisario de la Federal de Viedma
reconocido en los secuestros; Tejada, jefe del torturador Corres; Páez
presidente del Consejo de Guerra y reconocido torturando víctimas, y Bayón,
jefe del Departamento 3, director de la Escuela de Guerra, protagonista de varias
misiones y que, pese a todo esto, en una declaración sostuvo que se encargaba
de autorizar casamientos.
Méndez, afirmó el fiscal, era aquel entusiasta oficial que fue ejecutor directo
de numerosos fusilamientos en las calles de Bahía Blanca y reconocido por un
joven como quien traslado a seis adolescentes.
Para el final quedaron Masson, quien tuvo una intervención activa en los
operativos, Abelleira, ese que se ufanaba con frases tales como “esta noche
salgo de cacería” y Goncálvez y Contreras, los cuales fueron reconocidos por
los vecinos en los secuestros.
Pero la acusación contra estos personajes no terminó allí. Para el fiscal,
ellos siguen accionando contra los familiares de las víctimas callando la
información acerca de qué hicieron con los desaparecidos.
Al mismo tiempo, destacó la valentía y constancia de los testigos así como la
labor del ex fiscal Hugo Omar Cañón, quien se encontraba en la sala, por su
trabajo y acompañamiento a los familiares en el camino a la justicia.
De sermones y botones
El alegato continuó con la metodología empleada que se basó en la
clandestinidad y el anonimato lo cual no parecía coincidir con la idea de La Nueva Provincia
que en julio del 76 pedía en sus sangrientas páginas que se apliquen juicios
sumarios y pena de muerte.
A ello le siguió la parte general del alegato que contuvo el funcionamiento de
la maquinaria de muerte y el eje de construcción de las víctimas. También se
refirió Córdoba a la experiencia de los familiares por el quiebre con el
vínculo social, soportando un aislamiento como el que sufrían las víctimas en
el cautiverio.
Mencionó el fiscal un documento del año 78 elevado al Director de Inteligencia
de entonces en el cual se brindaba detallada información sobre una ceremonia
religiosa desarrollada en la
Iglesia de Lourdes de Bahía Blanca, con el fin de recordar a
personas desaparecidas. El informe analiza el sermón del cura quien
responsabilizó a los padres de llevar a sus hijos la palabra de Dios para
evitar hechos como los sucedidos. La policía dispuso un servicio permanente
durante la ceremonia y el propio sacerdote previamente se había reunido con
autoridades militares.
Este espionaje a familiares de víctimas, continuó siendo ejemplificado por
Córdoba con lista de nombres, documentación de 1983 y 1987 en la que se piden
datos de familiares que reclamaban por los desaparecidos, y un informe
detallado de la marcha que en 1990 se hizo en contra de los indultos.
Luego de ello, Córdoba continuó con más datos similares hasta que tomó la
palabra el fiscal Azzolin para dedicarse a las pruebas a ser valoradas.
El alegato de la fiscalía aún continúa, tuvo sus momentos en las audiencias de
la mañana y de la tarde del miércoles 27 de julio de 2012 en las cuales se fue
detallando caso por caso los secuestros, asesinatos y desapariciones.
Pero una buena parte de la misión estaba cumplida: esa de recordar nombre por
nombre, esa de señalar a los responsables de tanta muerte y horror, señalar a
esos 17 que aún siguen haciendo daño aunque se hagan los otarios, señalar para
que los conozcan todos y todas y que de una vez por todas se haga justicia.
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