Un medallista tejiendo crochet en el entretiempo, madres deportistas amamantando, reclamos frente a vestuarios cosificadores, retiros en pos de priorizar la salud mental por encima de las exigencias y el patriotismo de las competencias son algunas de las postales que comenzaron a llamar la atención en el mundo entero en estas Olimpíadas 2021.
Claro que estos procesos de visibilización en torno a diversos temas que atraviesan y superan lo meramente deportivo, dejan expuestos aquellos hilos que, cada vez más firmes, van cobrando relevancia dentro de escenarios tan multitudinarios y sexistas, como lo son los Juegos Olímpicos.
Los planteos y movilizaciones que han llevado a cabo colectivos LGTBI+, feministas, antipatriarcales, antirracistas, entre otros en los últimos años, no han pasado desapercibidos en el desarrollo de este mega evento. Eso no quita, que sobre todo el deporte, continúe sosteniendo y promoviendo -tanto prácticas como normas- misóginas y tradiciones que perpetúan el abuso de poder.
Expresiones como las nombradas al principio, comenzaron a centellear de forma ininterrumpida desde el inicio de dicho evento. Ya que las categorías históricamente definidas a través del binarismo, lograron no romper, pero sí revelarse contra los estereotipos a los que estaban sometidos por reglamento como deportistas.
Una denuncia por las dificultades para conciliar maternidad y deporte de la nadadora española Ona Carbonell, un retiro de competencia por la reivindicación de la salud mental de la gimnasta estadounidense Simon Biles, la multa dolarizada que recibió el equipo femenino de hadball de Noruega por no utilizar un uniforme que las sexualizaba; así como la contundente aclaración de la atleta española Ana Peleteiro que expresó frente a un periodista: «No somos de color, somos negros. De color son ellos, que cambian más de color que el sol». Fueron algunos de los actos que expusieron de forma irrebatible, diferentes matices resultantes de los procesos sociales y el cuestionamiento al status quo que impulsaron los movimientos de los colectivos.
Inequidad y misoginia, los pilares del deporte
Desde sus inicios, la práctica del deporte no solo fue negada, sino que luego cuando aprobada, se sostuvo más que restrictiva para las mujeres. Las limitantes se diversificaron entre excusas varias que impedían un desarrollo igualitario entre las categorías masculinas y femeninas: discriminación por edades, privación para ingresar a locaciones de entrenamiento, falta de vestimenta adecuada, entre tantas otras.
Claro que las justificaciones y teorías biologicistas no se hicieron esperar, sirviendo de respaldo para que institucionalmente el camino de las mujeres dentro del deporte fuese todo lo contrario a ser allanado. Los prejuicios y los impedimentos provenían de una sociedad que sentenciaba que ellas no podían, o no debían hacer deporte. Aquí todavía sin siquiera pensar -y menos poner sobre la mesa- el debate sobre los procesos menstruales, de gestación y post-parto, ya que estos representaban la exclusión sin escalas de cualquier mujer en cualquier disciplina.
Por otro lado, luego de décadas de insistencia y persistencia por parte del sector femenino, la participación comenzó a ir en aumento, ya había más mujeres disputando podios en diversos juegos. Con la deferencia de que los deportes femeninos no merecían ser televisados por catalogarse de aburridos y poco interesantes para ocupar el prime time.
La teoría biologicista original
Y aquí es, donde son innegables los resabios y los orígenes tan cargados que atraviesan la construcción de todos los sentidos sociales. La típica frase que hemos escuchado repetida hasta el hartazgo: es una cuestión biológica, los varones por naturaleza son mejores que las mujeres en el deporte. He aquí la premisa original que posibilitó por tantos años, las dudas y renuncias de tantas mujeres y ni que hablar de diversidades en estos espacios.
Que las niñas debieran jugar con muñecas, a la cocinita, a cuidar bebotes, a verse mejor con polleras y vestidos inmaculados; con la contracara de las restricciones que hablan tanto o más que las posibilidades: no trepar árboles, no tirar piedras, no patear objetos, no jugar con autitos, no jugar a la guerra, no a las bolitas, no saltar.
Nada en lo que se puedan ver prendas íntimas, pero de todas formas tampoco se cambiaría de vestimenta en busca de comodidad para ingresar a dichos juegos, ya que el lema de lucir hermosa e impecable para que ser querida estaba por sobre toda comodidad. Entonces, ¿cuántos mensajes liminales, subliminales hay dentro de estas prácticas y costumbres? Pues más que muchos.
Los tiempos de entrenamiento son determinantes al momento de incorporar y optimizar movimientos, técnicas y destrezas. La infancia es un gran momento de juego, que puede o no dar herramientas a niñes al relacionarse con un cuerpo en movimiento. Pero si en los juegos, las mujeres siempre fueron relegadas a la inactividad, a la sonrisa plasmada con delantal y vestidos almidonados, ¿cómo se pretende que la historia del deporte en la categoría femenina, tenga de repente del mismo nivel que el del masculino que viene desde sus orígenes beneficiado, financiado y aprobado al 100%?
Todavía hay un gran camino a recorrer, pero esta edición de los Juegos Olímpicos sí que ha dejado en claro mucho de aquello que por décadas se confinaba en las sombras.
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