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Lagrimas de la memoria
La del jueves 25 de agosto fue de las audiencias más difíciles, la emoción surgió de los testimonios. Es obvia la importancia del juzgamiento que se está realizando y también en el hecho de hacer y mantener viva la Memoria, pero recordar no es fácil y arrastra consigo el dolor de muchos años.
Categoría: Derechos Humanos

La del
jueves 25 de agosto fue de las audiencias más difíciles, la emoción surgió de
los testimonios. Es obvia la importancia del juzgamiento que se está realizando
y también en el hecho de hacer y mantener viva la Memoria, pero recordar no
es fácil y arrastra consigo el dolor de muchos años.

Liliana Morsia fue la declarante que abrió la
audiencia número 12. Su historia es más que importante ya que fue la esposa de
Pablo Fornasarai, uno de los fusilados en lo que se conoció como “La masacre de
calle Catriel”.
Pablo y Liliana se conocieron en La
Plata donde él estudiaba y se pusieron de novios. A los once
meses se casaron, y estando ella embarazada terminan viviendo en Bahía Blanca
donde nace su hija en febrero de 1976. La desaparición de compañeros de
militancia en La Plata
y de funcionarios asesinados por la
Triple A, habrían motivado a Fornasari, señaló Morsia, a irse
de La Plata en
busca de un lugar aparentemente más tranquilo.
En Bahía Blanca el matrimonio y su pequeña hija hacían una vida normal hasta
que el 25 de junio Pablo se va a la mañana diciendo que regresaría a las 16. Al
no tener a quien llamar y pasadas varias horas de ausencia de Fornasari,
Liliana agarró a su hija y se instaló en un hotel del centro y llamó a sus
suegros para avisar lo sucedido.
Luego de que la familia deambulara por varios lugares en busca de Pablo,
aparece una carta de éste donde dice que está preso en el Batallón con Gatica y
que Castillo ya no estaba allí.
La mamá de Pablo se dirigió al lugar, pero al llegar le dijeron que ya lo
habían liberado y que se había ido. Según Liliana, en cualquier lugar del país
donde decían que, por ejemplo, habían matado a alguien, su suegra iba a ver si
se trataba de Pablo. Este terrible transitar provocaría más tarde un deterioro
en la salud y la posterior muerte de la mamá de Pablo.
En el medio, surge la noticia del fusilamiento de calle Catriel y su madre encuentra
su cuerpo presuntamente en la morgue del Hospital Municipal: “Ahí se cerró la
historia de Pablo con las consecuencias de cada uno, el terror con respecto a
su madre, a nosotros, a mi hija…”.
“Acordate siempre que sos lo más lindo que tengo y lo que más quise en la vida”,
decía en la carta Pablo, de 27 años, a su mujer que en ese momento tenía entre
19 y 20. Por este hecho se fue a vivir a Capital Federal donde se encontraban
sus padres. Allí consiguió trabajo, aunque en una pensión mientras su pequeña
permanecía con sus padres, solo se veían los fines de semana: “Fue terrible
esos tres años, en realidad yo a mi hija la quise tener siempre desde la
concepción y no poder tenerla… vivir todo el tiempo con miedo…”
Liliana trabajaba en una oficina de Corrientes y Florida, cada vez que veía un
allanamiento pensaba que le tocaba a ella.
A los tres años, logra irse con su hija y sus padres a vivir a Berazategui.
Pese al paso del tiempo, las secuelas por lo vivido son imborrables. A los diez
años su hija comenzó con problemas de depresión, tema por el cual aún continúa
recibiendo medicación.

“Vi todo deshecho”
Con sus 79 años a cuestas, a Elsa Fernández le costó declarar. Sin embargo,
brindó su buena voluntad y contó su experiencia cuando vivía en Cafulcurá al 300, a metros de calle
Catriel, durante 1976.
Según Elsa, desde la infancia tenía una amistad muy grande con los dueños de la
casa de calle Catriel. Estos habían vivido también sobre Cafulcurá y es allí
donde en el momento del hecho, se encontraban las hijas de Elsa festejando por
la reciente mudanza.
La noche de la tragedia, una de las hijas fue a la casa de Elsa para que busque
a su nieto porque había ocurrido algo horrible: “Venía muy shockeada”. Cuando
Elsa llegó al lugar se encontró con un escenario de destrucción: “Vi todo
deshecho”.
Elsa es técnica hematóloga jubilada y cuenta que le llamó la atención ver
mujeres tirando agua sobre las paredes con sangre, la cual caía, por lo cual
pensó que no se trataba de sangre.
Aproximadamente a las seis de la mañana, muy asustada, tomó a su nieta y se
fue.
Consultada sobre presencia militar, Elsa señaló que vio personas con un equipo
verde haciendo guardia y que escuchó decir que una persona se refería a los
“boinas verdes”.
Más tarde dio más detalle de la casa de sus amigos. Estos eran Gladys Roldán y
Raúl Porras. El terreno en cuestión daba de calle a calle, por Cafulcurá vivió
Gladys de chica y cuando se casó, construyó su vivienda en la mitad del terreno
que daba hacia Catriel.
En ese momento una de las viviendas estaba alquilada por inmobiliaria (cree que
podría ser Martínez Falcón) mientras que la de los hechos estaba desocupada.
Elsa también agregó que por la radio decían que quienes tengan casas
desocupadas avisen dado que allí podían esconderse personas. En su declaración
señaló que cree que eso no lo debe haber hecho el dueño de casa, pero sí podría
haberlo realizado quien administraba la casa.
“Yo no sabía lo que era ‘La
Escuelita’”, dijo Gladys, quien se enteró hace poco de la
existencia y quedó muy sorprendida al saberlo. De su relato se deduce que
siendo pequeña pasó noches allí o en un sector cercano debido a que un sargento
amigo de la familia la llevaba de paseo al lugar.

“La vida nuestra se modificó”
La última mujer en dar testimonio fue Elsa Manuel, hija de la declarante
anterior que vivía en Cafulcurá 321, el mismo terreno de la casa donde se
produjo la masacre. Esa noche estaban de festejo por la mudanza a la nueva
vivienda cuando empezaron a escuchar tiros. Más tarde unos veinte miembros del
Ejército golpearon la puerta de la casa de Elsa y al ingresar se metieron en
todas las habitaciones.
Según narró, la visita duró alrededor de tres horas, en su casa había muchos
asilados políticos chilenos que a partir de ello, durante un largo tiempo,
tuvieron que ir a firmar una serie de papeles a Villa Floresta
Al otro día el barrio estaba convulsionado por lo sucedido. La casa desocupada
se encontraba acribillada, destruida y vacía.
Elsa no pudo contener la emoción y por eso se dispuso un cuarto intermedio para
que se recuperara.
Al reanudarse el juicio, Elsa dijo recordar poco las edades de los militares
pero sí se acuerda de uno mayor, de 50 años, y otro de unos 30. Al entrar a su
casa, los militares habrían dicho que “venían de un enfrentamiento”. A la
mañana siguiente se enteró realmente de lo ocurrido. La mayoría de la gente,
señaló, comentaba que a los chicos los habían puesto ahí y los habían matado.
También dijo que supieron que se trataba de cuatro personas: “Después de eso la
vida nuestra se modificó, dio un vuelco terrible”.
Más tarde, Elsa Manuel fue consultada acerca de quienes estaban en su casa el
día del festejo. Fue así como nombró a Adrián Carlovich, a la mujer de Carlos
Rivera y a una chica que era familiar de un militar.
Esta persona, amiga de alguien que estaba en la reunión, recibió un trato
diferenciado esa noche. Mientras el resto prestaba declaración, a ella la
sacaron y la mantuvieron en un jeep: “La alejaron de ellos y le preguntaron qué
hacía con gente como esa”. Se trataría de la hija de un oficial de Marina cuyo
apellido podría ser Aznar
Elsa siguió viviendo en calle Cafulcurá hasta que luego junto a su familia optó
por irse del país. Durante diez años permaneció en Suecia.
En su barrio, los comentarios luego de la masacre fueron los del momento. Todos
quedaron muy shockeados y cada vez se fue hablando menos del tema, el miedo
invadía: “Mis amigos, los que no desaparecieron, se fueron”, contó Elsa quien
militaba en la
Juventud Peronista y cuyo marido era asilado político chileno
con relación con organizaciones de la zona. El trabajo de Elsa, explicó, era
ayudar en los barrios con la leche para los chicos, con apoyo escolar y con
aquellas personas que necesitaban un terreno.



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2011-09-12 13:24:00
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