La trayectoria de fray Antonio Puigjané estuvo siempre marcada entre el
ministerio pastoral y la actividad política: la primera etiqueta que le
impusieron fue cura tercermundista. En el archivo de la Dirección de
Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dippba) había tres
legajos de él y en cada uno de esos documentos permanece de manera indeleble su
misión por las personas que más sufrían.
(Por Agencia Andar) “He intentado, con mucho
interés, ponerme al servicio de los hermanos que más sufrían. Eso lo he sentido
muy hondo. Al principio lo buscaba a través de la formación pero después tuve
autorización, en Mar del Plata, para salir del convento e irme a una villa. Ahí
comenzó una nueva experiencia, primero fui yo y luego otros dos”. Esa
experiencia de fray Antonio Puigjané comenzó en 1969 y terminó violentamente en
1972 cuando monseñor Plaza exigió que salieran de la villa y volvieran al
convento.
Esta historia es conocida, la contaba el mismo
Puigjané en una entrevista que Mona Moncalvillo realizó para la revista Humor.
Una copia de esa entrevista forma parte del legajo 17.760, varios, D.S.
(Delincuentes Subversivos) del archivo de la Dirección de Inteligencia de la
Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dippba) que gestiona actualmente la
Comisión Provincial por la Memoria.
En esa misma entrevista, el sacerdote capuchino
cuenta que un año después volvió a visitar a la gente de la villa: “Un hombre,
al verme, me vino a abrazar pensando que volvía; cuando le dije que no podía,
me dio otro abrazo, se le escaparon algunas lágrimas y dijo: ‘Bueno, no
importa, porque aunque estemos lejos seguimos en lo mismo…’. La gente seguía
luchando por una vida más digna, por una convivencia más fraterna, que era en
definitiva lo que buscábamos”.
Luego de la experiencia en la villa de Mar del
Plata, se fue a La Rioja donde trabajó junto a monseñor Angelelli, recientemente
beatificado junto a otros tres mártires argentinos. Su vida pastoral siempre
estuvo asociada a una vocación política de defensa de las personas que más
sufrían. Fue integrante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo,
denunció el asesinato de Angelelli y, en pleno terrorismo de Estado, acompañó
la lucha de las Madres de Plaza de Mayo.
Hay una foto conocida en el archivo de la Dippba:
Antonio Puigjané, durante un ayuno en la catedral de Quilmes en 1981, está
sentado en primera fila junto a Nora Cortiñas. Los agentes de inteligencia
señalan con fechas dos personas y las nombran: una es Laurean Armendariz de
Rivelli, la otra Hebe María Pastor de Bonafini.
Mucho antes de aquella escena, la inteligencia de
la Policía Bonaerense estaba registrando la labor pastoral y política de Puigjané.
En el archivo se encuentra tres fichas personales de él: el primer legajo es de
1972 y fue espiado hasta la disolución de la Dippba en 1998. Si bien mucha de
la información recolectada sobre el sacerdote se incluía en el factor
religioso, en algún momento su actividad le valió el mote de delincuente
subversivo.
La mayor información está en los legajos sobre el
ataque al cuartel de La Tablada, perpetrado el 23 de enero 1989 por el
Movimiento Todos por la Patria (MTP). Puigjané era integrante de la conducción
del MTP, luego del copamiento militar se presentó voluntariamente ante la
justicia sin saber que había una orden de detención en su contra. El sacerdote
siempre declaró que desconocía la idea del movimiento de atacar el cuartel; sin
embargo, lo condenaron a 20 años de prisión.
Un tiempo antes de la condena, en una entrevista
también registrada por la Dippba, Monseñor Novak destacaba los valores
religiosos de Antonio: “Su espiritualidad, espíritu de pobreza, de penitencia”.
Tenían todavía la esperanza de que la justicia le diera la razón: “Nosotros
poseemos la convicción de que él nada tuvo que ver con el golpe que se dio en
La Tablada. Tengo una carta autógrafa de él en la que manifiesta su horror por
lo sucedido en el Regimiento y no tengo por qué dudar de la veracidad de sus
dichos expresados en plena conmoción de lo ocurrido”.
Antonio Puigjané estuvo los primeros cinco años
detenido en Caseros y dos en Ezeiza; después cumplió 70 años, le otorgaron el
arresto domiciliario y se fue a vivir a una parroquia del barrio porteño de
Coghlan, a retomar el contacto con la feligresía desde una vocación pastoral
inquebrantable que nunca traicionó.
Fray Antonio murió hoy a los 91 años recluido en
la enfermería del convento de Nuestra Señora del Rosario, en Pompeya, donde
pasó sus últimos años. Había nacido en Córdoba, le decían “El Piru”, y a los 11
años ingresó en el seminario de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos,
donde empezó su vocación de ayudar a las personas que más sufrían.
Fuente: Agencia
Andar.
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