El ex
concejal Julio Ruiz prestó declaración respecto a su secuestro, en el juicio
contra los 17 acusados de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura
en Bahía Blanca.
En 1976 Julio Ruiz vivía con su mujer y sus tres hijos en una vivienda de calle
Cacique Venancio al 600 de nuestra ciudad. Por ese entonces, Ruiz trabajaba en
la Cervecería Santa Fe de Bahía Blanca, había militado en Juventud Obrera
Católica y se encontraba haciendo lo propio en el Peronismo de Base.
35 años después, a Ruiz tal vez se lo conoce más por su paso, hace pocos años,
en el Concejo Deliberante. Como víctima de la última dictadura militar, le tocó
días atrás atestiguar sobre su caso en el juicio que se desarrolla contra 17
represores acusados de delitos de lesa humanidad.
Su testimonio lo brindó en la mañana del miércoles 26 de octubre de 2011 y el
mismo comenzó con detalles de cómo cambió el panorama laboral ni bien iniciado
el golpe de Estado. Ese día Julio entraba a las 6 de la mañana a su trabajo “y
no me voy a olvidar nunca lo que el superintendente de la fábrica que estaba en
la puerta, nunca estaba a las seis de la mañana en la puerta pero ese día
estaba, nos decía a cada uno de los que entrábamos: ‘Ahora mandamos nosotros’”.
A ello le siguió más adelante un despliegue militar en la fábrica a modo de actitud
intimidatoria hacia los trabajadores.
El 19 de octubre, los militantes del Peronismo de Base realizaron una
volanteada en algunos lugares de trabajo. Ese día, Julio se encontraba
almorzando temprano con su familia cuando un grupo armado irrumpió en su casa,
lo golpeó, maniató y lo vendó: “Incluso arrancaron un cable del velador y
alcanzaron a pasármelo así muy fugazmente”.
Minutos más tarde los captores tomaron el automóvil de Julio -una Citroneta- y
se lo llevaron hasta el Comando V Cuerpo de Ejército: “La preocupación mía era
qué había pasado con los chicos y con mi mujer…y además pensé ‘estoy muerto’”.
Después de cruzar una tranquera y transitar un camino de tierra, lo metieron en
una habitación, Julio intuía que estaba en La Escuelita y percibía que a su
alrededor se movía gente. Allí fue golpeado e interrogado acerca de si era un
oficial montonero.
Fue en ese momento que llegó un personaje del que dijo siempre que si lo sentaran
enfrente con los ojos vendados, lo reconocería de inmediato por el estilo de su
voz. No se trataba de otro que del tristemente celebre, ya fallecido, Santiago
“Tío” Cruciani: “Yo digo que aparte de ser un torturador, era un cuadro político,
sabía de qué estaba hablando”.
Fue Cruciani el que dio la orden de llevar a Julio al “detector de mentiras”,
tal como llamaba a la tortura. Desnudo, tirado en un elástico, Julio sufrió
electroshock lo cual le producía un dolor intenso: “No se podía gritar porque
se le cerraba la mandíbula a uno, los músculos se agarrotaban de tal forma y
además la lengua se hinchaba”.
Las preguntas eran sobre su militancia, sus compañeros y distintos aspectos de
su vida política: “El que tenía la voz cantante era Cruciani, después supe que
era Cruciani, en ese momento no sabía quién era. Y había otro más bruto y más
salvaje al que le decían el ‘Pelado’”.
Finalizada esa sesión de tortura, a Julio lo llevan a la rastra a una cucheta
sin colchón en donde quedó esposado. Allí, dijo, había más gente: “En general,
lo que más se escuchaba eran suspiros”. Si bien se les había dicho a los
secuestrados que no podían hablar entre ellos, Julio, al reconocer que habían
traído a su compañero Pablo Bohoslavsky, pudo establecer algún tipo de
contacto, charlaron y se dieron ánimo: “Una vez nos agarraron hablando a Pablo
y a mí, y nos llevaron y nos colgaron con los brazos para atrás durante no sé
cuanto tiempo, pero por lo menos 24 horas no pude mover los brazos. Ellos
llamaban la cruz a eso, llega un momento en que uno no puede respirar”. Otro
momento espantoso que le tocó vivir fue cuando escuchaba los gritos de las
mujeres detenidas.
Julio también reconoció a su compañero Rubén Ruiz y a chicos muy jóvenes que en
algunos casos hasta deliraban.
Entre los guardias, también señaló a uno al que llamaban “Abuelo” quien siempre
les decía: “Ustedes están en carácter de muerto acá, ni respiren”.
Finalmente, fue Cruciani quien le comunicó que no iba a ser “boleta”. Allí
empezaba otra historia.
“Yo esperaba el tiro”
Un día, Julio y sus compañeros son cargados en una camioneta y abandonados
en el Parque de Mayo: “Yo esperaba el tiro”, señaló Julio quien agregó que
segundos después llegó otro vehículo con personas que se mostraban “sorprendidas”
de encontrarlos allí. Éstos, militares, cargan a las víctimas en un furgón y
los trasladan a un lugar que identifican como el Batallón 181.
Allí los recibe Jorge Enrique Mansueto Swendsen quien se hace el desentendido
de la situación de Julio y el resto, y les comunica que van a permanecer ahí
hasta que se esclarezca su situación, y que no iban a tener problemas. Un día
los llevaron al frente del edificio y a través de una ventana les mostraron a
sus familias que estaban a unos 30 metros y con las cuales no tuvieron
contacto.
En ese cautiverio, el testigo tuvo que elegir un militar que haría las veces de
abogado defensor debido a que iría a “juicio militar”. Su defensor -podría ser
Botta o Bruno- cumplió su labor, dijo Julio, dentro de lo que se podía. El
presidente del tribunal era Osvaldo Bernardino Páez y la condena fue de un año
y medio de prisión. Tiempo después el juicio fue anulado y llegó una sentencia
del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, en la cual se dictaron alrededor de
cinco años de cárcel.
Finalmente permaneció cinco años y tres meses.
Ruiz fue trasladado a la unidad de Villa Floresta en enero de 1977.
De su permanencia, recuerda que se escuchaban los arrullos de las palomas “y me
parecía que estaba escuchando el submarino”, debido al ruido que se producía
cuando a una persona le meten la cabeza en el agua y en determinado momento la
víctima intenta respirar.
Minutos después de esa anécdota, una paloma cruzó por el Aula Magna donde se
desarrolla el juicio, causando la sorpresa e impresión de quienes allí se
encontraban.
El 21 de agosto de 1977, Julio y otros presos son llevados en avión hasta la
cárcel de Rawson. En el trayecto volvieron a sufrir golpes al igual que sucedió
luego en la unidad penitenciaria: “Nos empezaron a dar una marimba terrible”.
Alguien les advirtió: “Ustedes acaban de llegar a la Unidad 6 de Rawson, esto
es para que sepan cómo se tienen que portar y además estamos festejando el 22
de agosto”.
Las condiciones de hacinamiento y la falta de baños, hacían que la primera
parte de su período en Rawson fuera deplorable. Así estuvo 15 días hasta que
luego lo pasaron al pabellón convencional.
Clínica psiquiátrica al revés
En Rawson las autoridades y guardias buscaban hasta el más mínimo detalle
para sancionar a los presos mandándolos desnudos a los calabozos con pisos
mojados: “Yo tuve suerte de que no soy un tipo distraído, porque el peor pecado
en Rawson es ser distraído”.
Si bien la convivencia con sus compañeros era buena, estar en Rawson
significaba una experiencia peligrosa para la salud mental de todos: “En
realidad, la cárcel de Rawson era una clínica psiquiátrica al revés, o sea una
clínica psiquiátrica para enfermar. Nos salvaba el hecho de que éramos casi
todos militantes formados”.
En aquel tiempo, tuvo visitas de su mujer quien permaneció en esa localidad
durante toda la estadía de su marido.
En 1978 lo entrevista el juez Guillermo Madueño y su secretario quienes lo
incitaban a autoincriminarse para poder ser sobreseído.
Debido a su incierta y peligrosa situación, Ruiz tuvo que negociar para que le
llegue el ansiado sobreseimiento.
Otra visita que recibió fue de un mayor del V Cuerpo quien le preguntó si su
esposa lo seguía visitando. Ante la respuesta afirmativa, el represor expresó
“Qué raro…”.
Una Argentina diferente
Julio Ruiz recuperó su libertad el 21 de diciembre de 1981: “Me encontré
con una Argentina distinta, con una esposa que era una desconocida, ella había
militado conmigo…”.
Julio se separó de su mujer, lo cual le provocó un momento traumático: “Era la
consecuencia de la derrota de una vida, en ese tiempo teníamos más apego a lo
tradicional, nosotros nos casamos muy jóvenes, entonces para mí ese fue el
momento más difícil de mi vida, el único momento en que pensé en matarme porque
se me había derrumbado todo. El país que conocía no estaba más, ahí me enteré
que existía el trabajo en negro, por ejemplo”.
Días después de salir de la cárcel, Julio consiguió empleo colocando antenas de
Entel y paradójicamente la primera la tuvo que instalar en Rawson.
Su ex mujer quería irse a Suecia, sin embargo Julio pensaba diferente: “Yo
quería volver a mi barrio”.
Ruiz estuvo mucho tiempo sin poder ver a sus hijos, ya que un abogado dijo en
un escrito que Julio era una persona peligrosa. Más adelante, sus hijos se
fueron directamente con él: “Estoy en mi barrio, soy el presidente de la
Sociedad de Fomento… Creo que está bien, estoy en paz… No tengo más que
agregar…”.
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