El 1 de abril Martha Mantovani va a cumplir 80 años y será su primer cumpleaños después de haber relatado ante la justicia el secuestro, el cautiverio y las torturas por ella sufridas durante 1976. Y si bien podría pensarse que después de eso sus días serán más aliviados, ella afirma que no, ya que lo que le ocurrió se lo va a llevar hasta la muerte. Así lo declaró en la mañana del martes 24 de febrero de 2015 en una de las audiencias del tercer juicio contra represores que se lleva a cabo en Bahía Blanca.
El proceso de juzgamiento se está desarrollando en el marco de la causa número 1103 conocida como “Armada Argentina” y caratulada como “Fracassi, Eduardo René y otros…” que comprende los delitos de lesa humanidad en el ámbito de la Armada Argentina, específicamente en la Base Naval Puerto Belgrano.
Por esta causa, están siendo juzgados 25 imputados que son Víctor Aguirre, Luis Bustos, Felipe Ayala, Raúl Domínguez, Víctor Fogelman, Francisco Martínez Loydi, Héctor Selaya, Carlos Stricker, Alejandro Lawless, Leandro Maloberti, Domingo Negrete, Néstor Nogués, Tomás Carrizo, Oscar Castro, Raúl Otero, Gerardo Pazos, Pedro Pila y José Luis Rippa. A estos se les suma, Guillermo González Chipont, Félix Cornelli, Enrique De León, Eduardo Fracassi, Manuel García Tallada, Edmundo Núñez y Luis Pons.
En la audiencia del 24 de febrero, Martha Mantovani declaró en tercer lugar, pasadas las once de la mañana y luego de un breve cuarto intermedio.
Requeridos sus datos personales, Martha señaló que nació el 1 de abril de 1935 y que desde los 18 años trabajó en Teléfonos del Estado siendo hoy jubilada de esa ocupación. Martha vive en la provincia de Misiones, lugar en el que decidió afincarse como una de las consecuencias de lo que le pasó. Justamente lo que le pasó arrancó durante el transcurso de la última dictadura militar cuando tenía 40 años de edad: “Yo fui secuestrada el 18 de noviembre del 76”, testimonió Martha. Además de su trabajo en ENTel, Martha también tenía su puesto en la librería Siringa Libros (calle Chiclana al 300), de allí salía cuando fue interceptada. Siringa era una sucursal de la casa central de Neuquén donde vivía el dueño del comercio.
La librería cerraba generalmente a las 21:30 y quienes esperaban a Martha era su hija mayor y el encargado de Siringa quienes terminaron contra una pared cuando un auto subió violentamente a la vereda y bajó una persona con una media de red en la cabeza. Martha recibió un culatazo y fue tirada en el asiento trasero del auto, tapada con una manta.
En el vehículo había dos personas adelante y uno atrás con sus borceguíes en la cabeza de Martha.
Si bien nació en Tres Arroyos, sus años en Bahía le sirvieron para reconocer caminos y fue así que describió que en el recorrido pasaron por unas “barras” que servirían como reductoras de velocidad.
“La matamos acá”, “la matamos más adelante”, decían los secuestradores en el mientras tanto hasta que el coche se detuvo y uno bajó diciendo que iba a comprar cigarrillos. Según Martha el camino era por Villa del Mar, conocía la zona por haber ido mucho allí en los veranos.
Otra vez en viaje, los secuestradores hablaban de muerte, se reían y se pasaban una botella: “Yo creo que durante todo este genocidio, tal vez el alcohol les hacía olvidar todo lo que hacían pero vivían chupando”.
En un momento el auto dobló y llegó a un sitio que no sería otro que la Base Naval Puerto Belgrano. Dos veces los ocupantes del auto necesitaron un permiso o venia para poder ingresar al lugar. Cuando el viaje terminó, a Martha la encapucharon y la bajaron “era un lugar que tenía como un declive” describió y comparó con una rampa para personas discapacitadas.
Martha fue desnudada y allí empezó a recibir torturas físicas: “Es un delito de género”, afirmó respecto a esas torturas sufridas por ella y miles de mujeres más que pasaron por los centros clandestinos de la dictadura argentina.
Delitos de género
Al comenzar a hacer referencia a delitos de género, el juez José Triputti le ofreció a Martha Mantovani hacer uso del derecho de desalojar la sala de audiencias debido al carácter íntimo de las cuestiones que podía llegar a relatar. Martha se negó rotundamente a que los asistentes no escuchen lo que tenía para decir: “El público tiene que saber lo que pasó en el país”.
Continuando su relato, contó que la sentaron, le sacaron la capucha “sopapo va, sopapo viene” y le dijeron que no se de vuelta. En una pared blanca se leían inscripciones tales como ERP, Montoneros y EVITA.
A Martha le preguntaron por una pareja de la cual ella conocía al varón pero dijo a sus captores que no conocía a ninguno. Luego, los represores le dieron ropa, se mofaron de su cuerpo y finalmente la colgaron de dos argollas cabeza abajo y siguieron con las preguntas. Al rato la cambiaron de posición, pero siguió colgada y recordó: “Tengo bien presente que eran dos argollas grandes de hierro”.
Unas horas después fue retirada de ahí y la engrillaron de pies y manos para ser llevada a otro sitio, esta vez sin capucha pero con los ojos vendados.
Martha describió que el lugar era tipo “barraca” con paredes ásperas de una altura de un metro y medio. Ese dato lo sabe porque se acuerda de las noches en que los guardias se apoyaban en esas paredes para vigilar, insultar y largar algún perro que lamía a las víctimas.
Fue allí que escuchó llorar a Diana Diez con quien se reconoció. Ambas trabajaban en ENTel y Diana fue secuestrada el mismo día que Martha pero en horas del mediodía.
Sobre Diana dijo que era muy religiosa “se la pasaba rezando el Padre Nuestro y llorando”.
Martha también escuchó una tos masculina y fue Diana la que le preguntó a ese hombre “¿Vos sos Russin?”. El hombre dijo que sí y Diana le dijo que se quede tranquilo ya que a Patricia la habían soltado hacía dos días.
El propio Russin dijo en ese momento “estamos unos cuantos” y mencionó a un joven que fue concejal justicialista y del cual Martha no recuerda el nombre: “Así fueron transcurriendo los días con la tortura, con los sopapos, con música muy fuerte las 24 horas del día”.
De los parlantes también se escuchaban los gritos de los torturados así como del techo de chapa se oía el ruido de la lluvia que en aquel noviembre se repitió varios días. Respecto a los guardias dijo que eran alrededor de 14: “Cuando el sol más fuerte estaba era cuando más nos sacaban afuera a tomar sol”.
Otros tipos de torturas fueron los simulacros de fusilamiento que, comentó, hacían temblar hasta la raíz del cabello.
A la hora de la comida, ésta era de buena calidad: “Comíamos con la mano, no teníamos cubiertos”. Era la comida tal vez lo único hecho con cierta humanidad.
“La tortura era común, a algunos les tocaba más seguido, a otros un poco más espaciado”.
El amor o la locura
Martha Mantovani describió la tortura con picana eléctrica pero también hizo referencia a “algo muy horrible” que, dijo, debe ser considerado como violencia de género la cual incluye, entre otros actos, el manoseo y la risa y los comentarios groseros y socarrones sobre los cuerpos de las mujeres.
Martha ejemplificó contando la situaciones que se vivían de manera más dolorosa y extrema por el hecho de ser mujeres y recordó, entre otros, a los guardias mirando cuando las mujeres iban al baño: “Esas son cosas que no se olvidan, es un ultraje…”. Esos hechos tan sufridos por las víctimas incluso hoy, a los represores “no les importaba”.
Acerca de su libertad, Martha declaró. “Yo tuve la suerte, no sé por qué ni cómo fue, que zafé”.
“Tal vez por mis familiares que se movieron, tal vez porque ese era mi destino, tal vez porque me la banqué. Pero yo pienso y sigo pensando a través de los años cuál será el estado de esa madre que no sabe dónde está su hijo…”.
En oportunidad de un viaje a Capital Federal, Martha charló con el hijo de Russin “y este nene me pedía datos…”. Lo único que quería saber era dónde estaba el papá para llevarle una flor.
En cuanto a su actividad, Martha explicó: “Yo no tenía militancia política, solamente era delegada de mis compañeros en el sindicato”.
En aquella época Martha se había separado de su pareja por lo cual era cabeza de hogar. Dos años después de todo lo soportado, adoptó una niña de tres meses y ese volver a criar un hijo “fue lo que me salvó de la locura”.
Según Martha lo suyo fue ínfimo comparado a lo ocurrido con otras formas aunque tiene sus resabios y sus momentos “pero dentro de todo lo he superado” declaró y agregó “nunca reuní a mi familia para contar lo que estoy contando”.
El hecho de pasar una navidad engrillada de pies y manos siendo el divertimento de sus secuestradores produjo que jamás volviera a celebrar una navidad, las hicieron comer y “después sacarnos a bailar, engrillados, para mofarse, para reírse, ¿es violencia de género o no es violencia de género?”. Y fue contundente con sus palabras para describir la llegara del mes de diciembre y con él las vísperas de las festividades: “quiero evaporarme”.
La tortura llegaba a cosas como que en un día de lluvia, durante el encierro, un guardia le lea en voz alta un aviso fúnebre que refería a la muerte de un familiar lo cual en realidad no había ocurrido: “Hasta ahí llegaba el ensañamiento de esas personas”.
Como ya se dijo, durante muchas horas se escuchaba música que en realidad eran canciones prohibidas de la época: “Qué linda música escuchaba la Cora Pioli”, decían los represores refiriéndose a otra víctima.
Martha declaró que una noche un muchacho gemía y lloraba de dolor. Cuando entraron los guardias, los llantos y las quejas desaparecieron “y nunca más se lo escuchó”.
Al otro día a quien no se oyó más fue a Russin y lo mismo pasó con los murmullos que venían del sector donde estaban secuestrados los hombres. Martha supone que esa noche se los llevaron a todos.
En la Base, Martha era puesta a lavar ropa y asegura que las camisas que lavaba eran de grafa.
Durante su cautiverio pudo bañarse dos veces y fue en una especie de caja metálica tipo baño químico con ducha. Obviamente ese momento era acompañado de agravios sumado a que luego le daban ropa de talles más chicos para vestirse y se mofaban de eso.
La familia de Martha hizo gestiones para dar con su paradero pero no obtuvo respuestas. En realidad las obtuvo del obispo que dijo “Algo habrá hecho”, Marta fue liberada a las 2 de la mañana del 30 de diciembre de 1976.
“Una gran fogata” hizo su madre con la ropa que llevaba Marta al regresar del cautiverio, quemó todo en el patio con un poco de kerosén: el pantalón blanco, la camisa roja, los zapatos azules de taco de corcho… Quedaron los hechos vividos, los recuerdos que a 39 años trajeron a Marta Mantovani de nuevo a esta Bahía Blanca que no le gusta y de la que eligió irse lejos.
Esos recuerdos los expuso esta mujer en su testimonio generoso y valiente en este tercer juicio histórico.
Al recuperar la libertad, Martha perdió el puesto en la compañía y fue reincorporada recién al año pero no se le reconoció el tiempo sin trabajar.
Entre otras cosas sufridas, un médico se negó a atenderla al tiempo que recibió al menos tres visitas de quien podría ser un guardia que decía ser vendedor de ropa: “¿Vos no te acordás de mi?”, le dijo el hombre y cuando Martha respondió que no, él insistió: “Yo estuve con vos en algún lugar”.
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