Se recordó la obra y la impronta del obispo Enrique
Angelelli en el acto homenaje llevado a cabo por las agrupaciones católicas y
metodistas de la ciudad.
“Tratamos de vivir con
alegría esta marejada que lentamente nos alcanza y que también podemos
convertir en Pascua”, rescató Juan D’Amico, sacerdote católico al recordar
testimonios de Angelelli. “Creo que la palabra encarnación cierra muy bien la
vida y el compromiso de Angelelli, y otras palabras como cambio en el mundo, el
hombre en el centro, magisterio de la Iglesia y Concilio Vaticano. Estas
palabras marcan las preocupaciones, las motivaciones y los desafíos de
Angelelli”, agregó en la apertura en honor al obispo asesinado hace 41 años,
durante la última dictadura militar. “Algo había que decir de Angelelli, lo que
él dijo es suficiente” cerró.
En la memoria de muchos
“Angelelli (en tiempo)
presente”, la muestra recordatoria, giró en diversos espacios de la ciudad y
cerró el día sábado con la exhibición de fotografías y textos del Centro Nueva
Tierra.
Adolfo Pérez Esquivel,
premio Nobel de la Paz, recordó haber conocido al obispo en 1974, “nos íbamos
en su coche a Chilecito”, agregó. “La pobreza cambia de nombre, pero en todos
lados tiene el mismo rostro”, dijo trayendo a la memoria los recorridos
ecuménicos realizados por el obispo y destacando la obra de “hacer caminar la
palabra” como parte del aporte de Angelelli, “él tenía esa capacidad de
escuchar a los otros, y después saber deducir, analizar por dónde ir”. Lo
describió “siempre unido en el compromiso con el ser humano”.
La primera noticia que tuvo
sobre la muerte de Angelelli llegó desde Barcelona el día 4 de agosto, al
enterarse, dijo, “creo que lo mataron, era una intuición porque tenía muchas
amenazas”. Los informes de la Iglesia llegaron con ambas hipótesis, una la del
accidente y otra la del asesinato, “en ese momento acompañamos todo lo posible
con oración, con todos los obispos presentes”.
Para Pérez Esquivel es muy
importante el rescate de los mártires “no tanto para decir cómo murieron sino
cómo vivieron, qué sentido profundo, ese compromiso profundo de abrazar la
cruz, pero no un fatalismo sino un sentido de vida”. La pasión de Angelelli por
unir la fe y la dimensión temporal en sus palabras se plasma en que “toca a las
comunidades cristianas discernir a la luz de la fe los hechos y los
acontecimientos de la vida diaria y buscarle soluciones”.
Según Pérez Esquivel
quienes militan como lo ha hecho Angelelli en su labor en diversas comunidades
religiosas contienen una alegría interna, “cuando vemos tanta miseria, tanta
muerte, tanto dolor siempre hay una luz de esperanza, algo que nos mueve a
seguir, a no renunciar, Angelelli esto lo sabía, como aquellos que dieron su
vida”. Los mártires son elegidos afirmó, los definió con una entrega de vida y
libertad de espíritu, “en eso hay una fuerza muy grande y ahí está la esperanza
de los pueblos”.
“La paz no es carencia de
conflicto. Unos la quieren silenciosa y silenciada para que no se contamine ni
se manche con el dolor, la miseria material y de hombres concretos de nuestro
pueblo, otras la quieren que sea fiel al Concilio, a las orientaciones del
magisterio y que vaya logrando una renovación y los cambios implicados y
exigidos por la letra del Concilio y del mundo, que tiene sed de Dios”,
testimonió Angelelli, quien entendía los designios de su confesión y las
cuestiones coyunturales del mundo.
“El hombre objeto de todas
las preocupaciones del Concilio representa como también para la Iglesia riojana
el centro de sus preocupaciones y afanes, no hablaba en el aire el hombre,
aterrizaba constantemente. Quiere compartir sus angustias, esperanzas,
debilidades y aspiraciones, el hombre se salva según la dimensión humana que da
a su propia existencia pero no podrá alcanzar su plenitud sin Dios, un
humanismo exclusivo lo deja trunco, poder tener a acceso a Dios hay que hacerlo
a través de la humanidad, no hay otro camino”. En estas semblanzas
espirituales, la figura de Angelelli alcanza el pensamiento claro, para él eran
necesarias las luchas por “la superación de las desigualdades sociales, los
esfuerzos para librarse de toda personalización, el hambre, la ignorancia, la
miseria y el pecado, así como la toma más creciente de conciencia de la
dignidad humana”.
“La paz es posible”,
aseguró Pérez Esquivel, y se logra cuando “logramos establecer las relaciones
humanas, la complexión en la diversidad y no en la uniformidad”. Un poema de
Pedro Casaldáliga anuda al obispo asesinado con la historia nacional, “presente
a nuestro ojos el Desaparecido (los desaparecidos)/ abierta la posada del
Encuentro/ quizás en la penumbra/ cantando en nuestras bocas el vino/ de la
Sangre/ nutriendo nuestra vidas el pan de la Promesa/ (Hay que seguir nomás por
el/ reguero de tanta/ sangre, Enrique).
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