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Compañero de la historia
Eduardo Hidalgo, secretario general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bahía Blanca, declaró como testigo en el juzgamiento contra 17 imputados por delitos de lesa humanidad.
Categoría: Derechos Humanos

Eduardo
Hidalgo, secretario general de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos
de Bahía Blanca, declaró como testigo en el juzgamiento contra 17 imputados por
delitos de lesa humanidad.

Era tal vez el testimonio más esperado por quien se trataba. Fue secuestrado,
torturado, sufrió el secuestro de sus padres y los asesinatos de su hermano
Daniel y la mujer de éste, Olga Silvia Souto Castillo, quien estaba embarazada.
Todos hechos consumados por personal militar durante la última dictadura en
Bahía Blanca.
Se trata de Eduardo Alberto Hidalgo, el mismo que luego se unió a la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos en la que luchó y sigue luchando por
mantener viva la memoria. El mismo que no sólo batalló contra el olvido sino
contra quienes salieron a discutirlo. En todos estos años de democracia Hidalgo
ha brillado por su coherencia y tenacidad en la búsqueda de Verdad y Justicia.

Un 18 de octubre
Es una de las caras más visibles en Bahía Blanca en materia de derechos
humanos. Quizás por eso ese martes 18 se reunió gran cantidad de público en
Colón 80 y también medios de comunicación para escuchar su testimonio en el
juicio contra 17 represores acusados de delitos de lesa humanidad.
Con el correr de la declaración, el número de periodistas mermó quizás debido a
la negativa del Tribunal a que se tomara registro del audio y sólo se permitiera
filmar o fotografiar al testigo.
Eduardo, de 64 años, inició su relato diciendo que en 1976 vivía en Chiclana al
500, que no contaba con militancia política orgánica pero que sí se consideraba
peronista y ayudaba a su hermano Daniel en su militancia política.
Fue Daniel quien le pidió Eduardo que firme una garantía para una casa de calle
Salta la que luego, tras una denuncia de un vecino, tuvieron que abandonarla
los compañeros de su hermano y fue posteriormente allanada.
Avisado del hecho por la inmobiliaria a cargo, Eduardo fue al inmueble y vio el
parquet levantado. Consultó a un abogado que no pudo concretar averiguaciones
pero que le sugirió no ir al Comando del Ejército “porque no iba a volver más”.
Una noche, a la 1 de la mañana, personal armado de la Policía Federal entró al
domicilio de Eduardo, lo pusieron con las manos contra la pared, se metieron
por el pasillo mirando las habitaciones, y mientras el hijo de Hidalgo lloraba,
se llevaron a Eduardo a la cochera del edificio. Lo subieron a una Renault 12
Break blanca, le taparon la cabeza y así empezó un camino hacia el horror.

Primer secuestro
El auto arrancó por Chiclana y luego de un rato tomó presuntamente
Parchappe ya que, intuyó Eduardo, la cantidad de badenes que se sentían hacían
pensar que se trataba de esa avenida.
Luego del último badén, el auto se detuvo en un lugar que luego Eduardo ubicó
como de la Policía Ferroviaria a cargo de la Federal
Allí lo dejaron hasta que una persona de voz muy gruesa, “como de alguien que
fumaba mucho”, le preguntó sobre la casa de calle Salta.
Por los momentos que se vivían, Eduardo ya había pactado con su hermano Daniel
que en caso de que lo secuestraran, éste último debía escapar.
Ante la pregunta del interrogador de voz gruesa, Eduardo quiso ganar tiempo
para que su hermano abandonara la ciudad y sólo atinó a responder que conocía a
una persona a la que le firmó la garantía de la casa.
Un aparato con un ruido muy particular se encendió -se trataba de la picana
eléctrica- y el interrogador, ésta vez, solo la utilizó para rozarle el vello
del cuerpo.
A las pocas horas, alguien le toma datos particulares y de su familia con una
máquina de escribir. Eduardo, a esa altura, creía que su hermano ya se había
ido de Bahía Blanca.
Estuvo en cautiverio entre 12 y 15 días en los que le dijeron que su hermano
era montonero y que ya lo iban a encontrar. A él le decían que no le creían
nada y que lo iban a descubrir.
Su liberación se dio en el predio “Las 3 Villas” donde lo dejaron sentado:
“Como se te ocurra levantarte hasta contar hasta cien, te vamos a matar”, le
advirtieron.

Segundo secuestro
Eduardo se reintegra a su vida cotidiana y laboral, y al no tener más
noticias de Daniel, supuso que éste ya no se encontraba en Bahía Blanca.
Un mes después, sus padres reciben una carta de Daniel en donde cuenta haberse
enterado que Eduardo ya estaba libre lo cual sorprendió al propio Eduardo
porque de ser así, Daniel no había cumplido el acuerdo de irse inmediatamente
si él era detenido.
Esa carta fue llevada por una persona que días después volvería para buscar una
carta de respuesta por parte de Eduardo, en la que describió detalladamente a
su hermano todo lo sucedido.
En la noche del 9 de noviembre de 1976, a Eduardo le tocó vivir una historia ya
conocida. Un hombre, vestido de traje y con ametralladora, y acompañado de
otros hombres, tocó el timbre de su casa. De allí se lo llevan hasta el palier
donde siete u ocho personas “armadas hasta los codos” los esperaban. En el
ascensor fue esposado e insultado. Cuando llegan a la cochera lo suben a un
Falcón verde, lo encañonan y arrancan el auto hasta el Comando V del Ejército.
“Sí, es este”, dijeron desde el exterior del auto, que ya en el predio militar,
tomó un camino de ripio y piedras para después girar a la derecha y detenerse.
Eduardo es ingresado a una construcción donde el mismo hombre de la voz gruesa
de antes le leyó la carta que Eduardo había mandado a su hermano. El ocasional
narrador no era otro que Santiago “El tío” Cruciani, también conocido como
“Mario Mancini”. Eduardo pensó que Daniel había sido secuestrado, sin embargo
los represores le dicen que a su hermano “ya lo van a agarrar”.
Desde la noche y hasta el amanecer, Eduardo fue sistemáticamente golpeado
mientras permanecía desnudo atado a un árbol del patio del lugar, “con una saña
que es muy difícil de entender porque además lo hacían entre gritos, entre
risas, como si evidentemente lo disfrutaran”.
Finalizada esa tortura, lo trasladan a un sitio con piso de madera y es atado a
un catre de hierro en donde habían dos perros de los cuales, afortunadamente,
no sufrió ataques.
Eduardo estaba en “La Escuelita”. Allí soportó torturas de picana eléctricas
mientras se le preguntaba por su hermano y por Graciela Romero de Metz.
Un día, desde un televisor que había cerca de allí, escucha la voz del ex
periodista ya fallecido y ex agente de la Marina, José Román Cachero, que
informaba que “habían sido abatidos dos subversivos en calle Fitz Roy”. Si bien
no lo relacionó con Daniel, luego Eduardo se dio cuenta que se trataba del
domicilio de su abuela.
Siguieron las torturas, el horror se incrementó para Eduardo tras estar dos
días estaqueado sin comer ni ir al baño, y prosiguió con la violencia del
“Zorro”, uno de los represores de “La Escuelita”.
Tiempo después es trasladado al penal de Villa Floresta donde lo recibe el
“Mono” Núñez. Allí, a través de un conocido, se entera que los asesinados en
calle Fitz Roy eran su hermano y su cuñada embarazada.
Luego de su cautiverio en Floresta, es llevado a la Unidad 9 de La Plata cuyo
traslado volvió a implicar torturas hacia su persona y otros secuestrados, en
el vuelo de traslado.
En 1978 es traído nuevamente a Floresta y recupera su libertad el 22 de
diciembre de ese mismo año.
En su declaración y con sentida emoción, Eduardo recordó una frase que Daniel
le dejó en una carta: “Fuiste, sos y serás siempre un ejemplo para mí”.

Abogados del diablo
Durante todo el período de detención de Eduardo, su esposa concurrió al V
Cuerpo para saber sobre su marido y era atendida por el mayor Delmé. En el 77
la recibe el general Catuzzi. “Mejor que preguntarme a mí, vaya y pregúntele en
qué andaba metido su esposo”.
Eduardo fue visitado por el ex juez fallecido impune Guillermo Madueño y su
secretario Hugo Sierra, quienes preguntaron “con una enorme ironía y con una
sonrisa en los labios si sabía quién lo había secuestrado”. Eduardo conocía
sobre Madueño por comentarios de profesores de la UNS detenidos.
Los padres de Eduardo también sufrieron un secuestro. Los llevaron a la
comisaría y luego al Comando donde fueron separados. Su mamá, vendada, tuvo que
escuchar que un militar le dijera “el Ejército se ha visto obligado a abatir a
su hijo”. La señora se volcó hacía el represor queriéndolo golpear: “Mi madre
hace nueve años que está internada en una institución por continuas depresiones
y situaciones, adolece una enfermedad mental”.
Con el tiempo, Eduardo supo que su hermano había estado refugiado en la casa
del matrimonio desaparecido conformado por María Eugenia González y Néstor
Junquera. Un día que van a detener a la pareja, Daniel habría escapado
olvidándose la carta de Eduardo.
De acuerdo a las declaraciones de militares sobre los hechos, Eduardo pide
ampliar la denuncia por la muerte de Daniel y su esposa, “porque ahí no hubo un
enfrentamiento sino un asesinato”.
Lo sucedido nada tenía que ver con el comunicado oficial publicado en La Nueva
Provincia. Allí no existió ningún enfrentamiento sino que el tiroteo fue
iniciado desde el exterior del edificio.
Daniel, de 26 años, apareció muerto en el baño del departamento, siendo Emilio
Ibarra quien lo habría matado. Olga, de 22 y embarazada, habría sido muerta por
“el loco” Méndez en una habitación. Esto fue relatado en los Juicios por la
Verdad por un soldado que declaró lo que se contó al volver del operativo.
A fines del 76, Méndez y “el laucha” Corres fueron distinguidos y condecorados
por “la valentía en combate”.
Durante el juicio, tras una pregunta del abogado defensor Mauricio Gutiérrez
sobre Graciela Romero de Metz, Eduardo dijo que le llamaba la atención que el
abogado pregunte ya que él mismo, por Gutiérrez, dijo en el Juzgado Federal n°
1 que sabía quien se había apropiado del hijo de Graciela Romero de Metz. Dicha
declaración fue manifestada en la mesa de entradas ante un funcionario judicial
(el doctor Romero).
El siempre excéntrico abogado defensor Eduardo San Emeterio, también tuvo lo
suyo cuando Hidalgo mostró preocupación por las denuncias públicas que el
periodista Ricardo Ragendorfer realizó sobre San Emeterio en las cuales se lo
vincula a un Grupo de Tareas de la Fuerza Aérea. Ambos abogados son actuales
defensores de represores.
Por otra parte, Eduardo brindó al tribunal una carta del delator Mario
Roncoroni, a quien denunció, donde aparecen nombres para posibles detenciones.
En esa carta figura Mario Luis Peralta quien fue asesinado un 18 de septiembre,
siendo la fecha de la carta, el 1 de ese mismo mes.
Ante estos dichos sobre los abogados, la Fiscalía pidió la declaración de
Gutiérrez. Finalmente el Tribunal decidió remitir el testimonio de Eduardo al
Juzgado Federal en el que ya hay una causa abierta por las declaraciones de
Gutiérrez.

 “No me arrepiento de nada”
De Daniel, su hermano, Eduardo dijo que hacía militancia en los barrios y
que era “un tipo muy querido, con muchos amigos, que siempre me enorgulleció y
me va a seguir enorgulleciendo”.
De su cuñada Olga manifestó que era una mujer muy femenina “pero muy dura en
esto del coraje…”.
Luego de una extensa declaración que fue seguida por los presentes con una
atención y un silencio absolutos, una declaración llena de lágrimas de dolor
pero también de -aunque suene paradójico- entereza, fuerza, valentía y
satisfacción por estar allí, a unos metros de los represores, dando testimonio,
Eduardo concluyó: “Hoy me voy de este lugar satisfecho de lo que he hecho estos
35 años. Se ha ido la mitad de mi vida en esto, he dejado muchas cosas de mi
vida sin hacer, esperaba este momento como nunca. Hubiera querido que esté al
menos quien fuera el responsable de que llegáramos a este lugar, Ernesto
Malisia, hubiera querido que mis viejos estuvieran aquí…”. Somos muchos los que
esperamos 35 años, manifestó Eduardo: “No me arrepiento de nada, estoy
orgulloso de mi hermano, de mi cuñada, de mis padres, de haber hecho lo que
hice”.
Un gran aplauso acompañó a Eduardo al retirarse del estrado, una suerte de
felicitación y agradecimiento para este testigo de la historia de Bahía Blanca.



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2011-10-24 23:52:24
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