Luis Sagasti (Bahía Blanca, 1968) es profesor, narrador y crítico de arte. El mes pasado presentó en La Casa de la Cultura su segunda novela Los Mares de la Luna publicada por Editorial Sudamericana.
De la mano de Julián y Emilia asistimos a una gran fiesta. Todo es glamour, lujo, comidas muy elaboradas y diálogos intrascendentes, pero entonces, detrás de la trabajadísima trama del lenguaje, comienza a esbozarse una pregunta: ¿qué pasa cuando no pasa nada?
Los lectores estamos obligados a participar de la fiesta. Luis nos invita a utilizar la intuición para rastrear posibles sentidos, completar frases y tomar o dejar los indicios que nos llevarían a responder la pregunta inicial; de esa manera nos envuelve en la trama, y al mismo tiempo, nos hace dudar de su existencia.
¿Por qué escribís?
Varias razones: una porque tengo voz grave y no me da para cantar rock, si me dedicara al arte sería cantante de rock.
Otra: es una forma de dar a conocer mi mundo, no sé si compartirlo, darlo a conocer y también aclararme las experiencias, cristalizar ciertas tensiones de la experiencia. A mí se me aclaran un poco las cosas.
Y la última porque me gusta inventar historias y me encanta contar historias. Eso viene, también, porque yo no sabía cantar, en las guitarreadas yo sólo aplaudía y la forma que uno tenía de acercarse a algunas chicas era contar historias.
¿De qué manera tu novela toca el nervio de la época actual?
En primer lugar, no estoy completamente seguro de si la novela puede tocar el nervio de esta época. Creo que si vos, de alguna manera, ponés de manifiesto las tensiones de una época lo podés hacer por dos vías: una más bien formal, que atañe a la construcción del relato, a la cuestión plástica del lenguaje, y otra vinculada con lo que se cuenta, con la historia en sí.
El hecho de que las frases están cortadas con un punto es parte del ritmo, de la métrica de la novela, pero, ¿hace falta continuar la frase? No. La idea de conversación superpuesta en una gran fiesta me parece que pude tener una empatía con nuestra época: el zaping, la fragmentación, el video clip, todo es un poco corrido. Pareciera que hay cosas que resuenan. Yo lo buscaría por ahí. Siempre es más interesante buscarlo por el lado formal.
Porque si lo pensamos por la historia que se cuenta daría lugar a leer mi novela como una alegoría de la fiesta menemista o de la dictadura militar, y no, no fue mi intención primaria. Mi intención fue contar una historia. Me interesaba la idea de que los paraísos son inhabitables, parto de ahí, la imagen de una fiesta, una fiesta casi perpetua donde no hay, aparentemente, conflictos. ¿Qué pasa cuando alguien quiere abandonar el paraíso y no puede hacerlo, no puede pedir ayuda?
Los títulos de los distintos capítulos están en latín. ¿Qué relación guardan con la obra?
Son los distintos mares de la luna en latín. Hacen a los distintos estados generales de la fiesta, empieza con el mar de la serenidad, después viene un mar más agitado y al final el océano proceloso, me pareció muy poético, parece que toda la novela es mar.
Los mares de la luna no son lo que parece dice uno de los personajes y eso también te da a pensar que esta fiesta pude significar otra cosa, pero yo lo puse sobre todo porque me gustaba el sentido poético.
¿Cómo ves la realidad cultural de Bahía Blanca de los últimos años?
Yo creo que hay que cambiar el paradigma cultural y tomar el paradigma basquetbolístico, para hacer una gestión cultural enriquecedora. ¿Y cómo es el paradigma basquetbolístico? Se forma jugadores y se van por el mundo, no se los puede retener por una cuestión de plata, pero hay grandes escuelas de básquet. En cultura desde hace muchos años la tesitura es: traigo gente de Buenos Aires que viene acá a hacer obras de teatro, conferencias, y se van. Los gestores culturales más bien parecen productores artísticos. Al Teatro Municipal vienen obras de Buenos Aires que no agregan nada y por poca plata se podrían haber traído cosas que realmente sirvan un poco. Sobre todo faltan formadores.
En la comedia municipal se gastan no sé cuantos miles de pesos hace años y por ahí ese presupuesto, a mi parecer, sería mejor gastarlo en formar o apoyar grupos independientes. Cultura ha perdido poder de referato, desde hace años ser auspiciado por la Subsecretaría de Cultura no significa nada, porque se auspicia cualquier cosa, y eso no puede ser. Se han ignorado grandes producciones, editoriales, proyectos y espacios culturales, que no recibieron nada y que son muy reconocidas afuera. Mientras tanto parece que seguimos pensando que hay que traer gente y verla, es una política de lo visible.
El poder de legitimación que tiene la Subsecretaría de Cultura es muy importante como para dilapidarlo apoyando cosas que no tienen ninguna contemporaneidad. Bahía se perdió en el año 50. Estaría bueno cambiarlo, pero lo que falta es una decisión política.
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