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Las palabras como motor de vida
Lecturas de verano es un espacio en el que se comparten textos de escritores y escritoras locales, durante los meses de más calor, para acompañar las tardes de las y los lectores con historias novedosas.
Categoría: Cultura
Las palabras como motor de vida1

Con una sonrisa y una actitud predispuesta, las palabras de Camila Foresi brotaron con facilidad durante su paso por la Biblioteca Popular Jorge Luis Borges, en donde filmó uno de sus poemas para compartirlos en las redes sociales de El Digital de Bahía, producto de la Cooperativa de Trabajo Ecomedios Ltda. Y es que la pasión de esta autora es incontenible, y se expresa en todo su ser.

Comenzó a escribir durante su infancia, estimulada por docentes y apoyada por su grupo familiar, quienes siempre la impulsaron a desarrollarse en la literatura. Con la adolescencia continuó contando historias, y en el año 2015 se aventuró en textos más largos y complejos.

El 2018 fue un año clave. Mientras trabajaba en una fábrica textil, y aprovechando el silencio que era exigido, soñó despierta a Margarita, su primera novela, que puede conseguirse en formato PDF, y cuenta la historia de amor y autodescubrimiento.

Lo que siguió fue una proliferación de textos, poemas, relatos, que abarcan las diferentes áreas de la vida de Camila y apelan a sus lectores y lectoras.

Respecto a su proceso creativo, Foresi se definió como “poco lectora, pero muy escritora. La literatura es un motor, las palabras me surgen como si vinieran de otro lugar, de mi alma, y mis manos fueran simplemente un puente para contar todo esto”.

Para conocer más sobre su arte, se puede encontrar en Instagram como @cami.i.f y en la plataforma Quaderno. Uno de los textos de Camila Foresi, a continuación:


Niña de trapo

Tuve un sueño una vez. Soñé que estaba sola caminando por un desierto abrasador, pero que ese desierto se transformaba en un corazón de arena que se deshacía en mis manos y el pecho me quedaba vacío. De pronto me vi reflejada en un espejo, pero la imagen era la de una niña. Una niña con los mismos ojos pero con la mirada triste, con el mismo color de pelo y el mismo lunar en la mejilla derecha. Con los ojos llenos de lágrimas ella me dijo “no me olvides” y, en un instante, aparecí recostada en la cama con el recuerdo vívido en mi cabeza y aquella frase repitiéndose en silencio una y otra vez.

Me levanté y busqué mi imagen en el espejo colgado en la pared. Era yo, pero con enormes sombras oscuras debajo de los ojos. Había dormido como nueve o diez horas pero me sentía agotada. Tenía todas mis cosas en la casa pero me habían robado (aún sin entender qué). Aunque latía, tenía el pecho vacío y sentía un gran dolor. Sin dudas, la niña del sueño, era quién habitaba en mi interior.

Al cumplir 6 años, me regalaron una muñeca de trapo que tenía el pelo hecho con lana rosa y una pequeña sonrisa. Mi abuela le había hecho un vestido con flores de color beige y una camisa con un retazo de tela celeste. Fue mi juguete preferido durante años e incluso hoy lo guardo en un estante de mi placard como símbolo de mi niñez. Esa mañana volví a buscarla y me senté en la cama con ella entre mis manos. Sin pensarlo, se había convertido en testigo de toda mi vida. Había podido regalar otros juguetes, pero a ella no. Incluso después de tantos años seguía conmigo. La apoyé sobre la mesa de noche para poder tender la cama y después le di un lugar de privilegio en el centro de la misma, sentada contra las almohadas. Desde entonces, hablé con esa muñequita como si fuera la pequeña niña del sueño. Le conté todo como si fuese a guardarlo en secreto.

Al principio solo le daba los buenos días y las buenas noches. Después comencé a tener conversaciones más profundas, en las que existía un emisor y el mensaje quedaba flotando en el aire. Me permitía sacar de mi sistema ese dolor que me agobiaba, haciéndome sentir más liviana. Era el puente entre mi alma y yo.

Cuando el dolor era demasiado grande, simplemente me abrazaba a ella y lloraba. Cuando una relación amorosa terminaba en rechazo, le preguntaba “¿Por qué es tan difícil amarme como soy?” ella no me juzgaba, no emitía crítica. Ella solo me escuchaba y dejaba que fuera yo quien encontrara la respuesta. Pero cuando la felicidad me invadía, Cata sonreía mientras le contaba el motivo con total euforia.

Me aferré a esa muñeca, le hablé con amor. Lloré en su regazo cuando el dolor era inmenso y le conté mi vida entera. Era mi yo niña representada en tela y lana de color rosa. Mi confidente, compañera. Y la amé por sobre todas las cosas, por sobre cualquier otro juguete; porque Cata había estado conmigo desde los seis años, aunque yo sabía que había sido desde mucho antes. La abracé y la llevé conmigo. Le di su espacio y un lugar de privilegio en el centro mismo de la cama. ¿O quizás era mi corazón?

Anoche volví a soñar. Soñé que caminaba por ese desierto y que descubrí mi imagen en aquél espejo. El reflejo de la niña había cambiado. Era el mismo pelo, el mismo lunar en la mejilla y los mismos ojos, pero, esta vez, ella estaba sonriendo. Tenía a Catalina en sus brazos. Con el vestido con flores color beige, la camisita color celeste y el pelo de lana rosa. La niña extendió la muñeca hacia mí y al traspasar el espejo, se transformó en un corazón que comenzó a latir y se metió en mi pecho. La niña sonriente dijo “gracias” y al despertar, me encontré abrazada a la pequeña muñeca. Mi niña interna había vuelto.


Las mujeres de mi clan

Provengo de un linaje de muchas mujeres fuertes, pero, al igual que a muchas de mis ancestras, me programaron con el “chip” de ama de casa (encargada de cuidar a los hijos, buena cocinera y ser una esposa solícita y devota de mi esposo y de mi familia) solo que me di cuenta de que eso no era para mí.

¿Cómo explicarle a mi mamá que a mí no me gusta coser o quedarme en casa limpiando o planchando? ¿Cómo le hago entender que me gusta limpiar la casa como método para desestresarme y que cuando termino me encanta prender sahumos y bendecirla? Soy como la oveja negra que no encaja en el molde transgeneracional.

Madre, abuela, bisabuela; ellas dedicaron sus vidas al bienestar familiar dejando sus sueños de lado. Quizás algunas soñaban con estudiar o viajar por el mundo y, sin embargo, decidieron (o debieron) ver sus anhelos desde lejos.

No recuerdo escuchar historias acerca de una mujer que triunfara en el mundo científico, literario o político. Lamentablemente, ya siendo mayor, solo supe de historias de amores truncos, mal vistos, incluso «prohibidos» en el seno familiar. Mujeres jóvenes enviadas a conventos porque se habían enamorado perdidamente del hombre equivocado ¿equivocado según quién? Aún me lo pregunto. Ni que hablar de aquellos bebés fruto de ese amor escandaloso. Quisiera saber qué fue de ellos, a dónde habrán crecido, si es que lo hicieron. Porque seamos honestos, no desaparecieron como por arte de magia; y aunque sea dolorosa, es una verdad que debe ser dicha como es.

Mujeres que han sufrido por infidelidades, la pérdida de un ser amado o también por no haber sido correspondidas. Llorar en silencio mientras se encontraban solas haciendo los quehaceres, esperando la llegada del que, se suponía, era su esposo ¿cuántas como ellas habrán en la historia familiar? ¿cuántas mujeres con el alma rota?

Entonces comencé un viaje de reencuentro conmigo misma, pero también con ellas. Como si se tratara de una fuerza sobrenatural, una especie de sexto sentido me decía que vivía una vida que no era la mía. Yo deseaba saber qué había más allá de las cuatro paredes del que llamaba hogar. Si este amor por las letras tenía alguna razón, una fuente. Deseaba saber si podía ser vista por ojos más cariñosos, más benevolentes, más considerados. Deseaba saber de lo que podía ser capaz si tan solo tuviera la valentía de dar un salto enorme.

Continúa leyendo en Quaderno: Camila Foresi

Autor: Redacción Ecodías

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2025-02-05 22:13:01
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