El día jueves 6 de abril se presentó en la Biblioteca Popular y Centro de Documentación Carlos Astrada el primer número de Tierra del Diablo, una revista de discusión y diálogo crítico que dirige Guillermo David, director de la biblioteca.
La revista, en la que encontramos conocidos autores del ámbito cultural bahiense, viene a poner por escrito ciertos debates de sólida fundamentación bibliográfica y prolongadas experiencias de intercambio personal. Ha sido lanzada por Editorial Barricada, un emprendimiento sostenido económicamente por dos trabajadores puntaltenses y por la colaboración de diversas personas ligadas al quehacer cultural de Bahía Blanca. La editorial tiene proyectado el lanzamiento de varios libros ensayísticos, además de la publicación semestral de Tierra del Diablo.
Guillermo David es lector entusiasta y agudo de las distintas tradiciones filosóficas, particularmente de la argentina, y ha escrito un exhaustivo libro sobre la vida del monumental filósofo argentino: Carlos Astrada. La filosofía argentina, editado por El cielo por asalto.
Hace un par de días, Guillermo tuvo la amabilidad de acceder a una entrevista para explicarnos el proceso de producción de la revista y aquí reproducimos algunas de sus especificaciones y apreciaciones.
¿Por qué el nombre Tierra del Diablo?
En principio obedece al nombre mapuche, Huecufú Mapu, que quiere decir tierra de los demonios, tierra del mal: Bahía Blanca era un lugar muy difícil de transitar, era una región poco atractiva, era un salar. El nombre dado por los españoles fue el aportado por Magallanes -que no desembarcó pero pasó por acá-: fue Arenas Blancas.
Tierra de los demonios no en el sentido cristiano, sino demonios en el sentido de entidades o espíritus que regían el orden de las cosas, y a los cuales hay que sosegar con un don, algún tipo de regalos u obsequios. Esta idea de un tierra endemoniada, con una maldición originaria es una idea interesante para pensar a Bahía Blanca, una idea excesiva si se quiere, pero una idea que alude a la dificultad que padecemos tanto bahienses como aquellos que habitan estas regiones y que han padecido la inhospitalidad de esta ciudad.
Esta idea es una idea interesante que a lo largo de las literaturas y del imaginario colectivo ha ido atravesando la historia de Bahía Blanca: Carriego ha hablado de una Bahía Negra, Payró la llamó Pago Chico, Guillermo Martínez, Infierno Grande, Mallea, Bahía del silencio
son nombres muy poderosos que no tenemos por qué pensar que son casuales. Hay una especie de dificultad, de ingratitud en este medio. Hacer una revista, una revista hecha a pulmón, me parece que era un modo de afrontar ese desafío, y de conjurar ese demonio. De hecho la tapa está en rojo y negro: el rojo y negro tiene también que ver con la tradición de las izquierdas, el anarquismo primeramente, el rojo la sangre, el negro la muerte, los muertos. La literatura no hace otra cosa que eso, el hacer viviente el peso de los muertos. Marx, que es una sombra tutelar de esta revista, dice que la sombra de los muertos corroen el cerebro de los vivos, como una pesadilla, cómo las revoluciones, las transformaciones sociales se invisten de los vestigios que el pasado va dejando. La pregunta de esta revista es cómo recoger el hilo de esos vestigios para poder pensar nuestro presente y así aspirar a una transformación.
¿Cómo surge la idea y cómo se sustenta la publicación de la revista?
Esto es un colectivo, es el producto de la experiencia de producción sobre tres años de existencia de la Biblioteca Astrada en el marco del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, pero básicamente es el producto de un conjunto de amigos que entendieron que la Biblioteca no era sólo una acumulación de libros sino que era un espacio social y cultural de producción de conocimientos y de circulación de textos.
Y esta comprensión fue lo que nos llevó casi naturalmente a gestar la idea de producir una revista, que hace más de un año estaba armada en realidad, es decir que sólo faltaban las condiciones materiales, hasta que un par de amigos de Punta Alta, Bruno Fernández y Diego de la Puente, uno de ellos carnicero y el otro trabajador civil de la Base, decidieron juntar unos pesos y comprar una máquina y encarar el desafío de imprimir, diseñar, y producir y vender y distribuir la revista. Hay que contarlo con este detalle, porque es una apuesta militante y obviamente sin intereses económicos en el medio. Ya estamos armando el segundo número en una breve tirada pero creo que amerita, y busca y de algún modo propone lectores cautivos, o amorosos, o amables.
Adentrándonos en los contenidos, este tono coloquial, personal, subjetivo, que tienen las Cartas desde lejos principalmente, ¿apunta a ampliar el público más allá de las revistas de tipo académicas?
Es más seria que cualquier revista académica, en la medida en que construye un conocimiento sobre la realidad. Es una revista muy seria en la medida en que no depende de oscuros designios económicos de fundaciones ni de nada por el estilo. Reitero: son un carnicero y un empleado municipal los que la financian
Es una revista que trata de sustentarse en su propio ser, digamos, en sus propios temas, sus propias palabras.
¿Quién fue Carlos Astrada?
Carlos Astrada fue el mayor filósofo que dio la Argentina. Sin la menor duda. Un hombre que por su adscripción política al peronismo y luego al marxismo, y por su lateralidad con respecto a los discursos académicos, quedó de algún modo relegado. No en vano los principales filósofos del siglo, como Heidegger, Croce, Della Volpe, Husserl, Scheller, lo tomaron como el único representante de lengua española con el cual dialogar mano a mano.
Su obra consta de veinticuatro volúmenes, tiene algunos libros emblemáticos de la historia argentina (que permite pensar incluso hoy en la vitalidad de un pensamiento filosófico argentino), como El mito gaucho. Bueno, él fue gran amigo de Mao-Tse Tung. Astrada es el único filósofo occidental al cual recibe y con el cual dialoga. Pensemos: no recibe a Sartre, no recibe a Lukacs, sólo recibe a Astrada. Sólo que era un mulato cordobés y argentino así que va a hacer su obra acá.
¿Qué tipo de diálogo o discusión ha producido en Argentina?
Mirá, hay una profunda ignorancia en la academia. Acá en la Argentina [la academia] es muy ignorante: piensa que sólo se puede hacer un pensamiento vicario, un pensamiento tributario y en eso se quedaron. Así, vamos a tener excelentes expositores del último crítico de tercer orden de las ideas de Nietzsche, de Heidegger o de Foucault, pero ni siquiera se les ocurre que acá hubo algunos argentinos, como Astrada, Juan Luis Guerrero, Taborda, que tuvieron un diálogo soberano entre pares. Y sus obras no se estudian. Es una especie de desprecio por la propia condición.
Yo he dado seminarios de dos doctorados en Ciencias Políticas en la UBA, y no conocían la obra de Astrada. Tipos con carreras europeas. Entonces no es culpa, reitero, de estos personajes que la docta ignorancia campee sobre ellos.
¿Vos dirías que la revista cuestiona esto de algún modo?
La revista dice lo que tiene que decir. Después, es como todo: cada cual lo toma o no. Y en realidad no hace referencia al discurso universitario por más que haya gente de distintas universidades involucradas; por caso, María Celia Vázquez, una gran crítica bahiense, Maximiliano Crespi, o Guillermo Goicochea, de la Universidad Nacional del Sur, o un par de amigas que son politólogas de la Universidad de Buenos Aire. No es el discurso académico lo que en principio nos interesa. Nos interesan algunos temas, algunos problemas, algunos nombres, algunas tradiciones críticas, estén donde estén o que tienen algo que decir sobre el mundo, profundo. Algo inquietante.
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