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La nave partirá
Alrededor del castillo usina, deambulan bandadas de pájaros y los rosales blancos adornan el parque. Dentro, los ferroportuarios acuerdan su presentación. Nuevo año y nuevo buque botado al mar de la historia local.
Categoría: Cultura

Alrededor del castillo usina, deambulan bandadas de pájaros y los
rosales blancos adornan el parque. Dentro, los ferroportuarios acuerdan su
presentación. Nuevo año y nuevo buque botado al mar de la historia local.
Maquetas navales en buques miniaturas son parte del archivo de la historia del
puerto local, tesoros del Museo Taller whitense y parte de su patrimonio de
objetos creados por los propios trabajadores. Roberto «Bocha» Conte,
el constructor, combinó relatos con Roberto Orzali, aventuras y desventuras
sobre el Dundrum Bay, buque petrolero adaptado a la carga de cereales que
convoca hasta hoy innumerables anécdotas entre los whitenses que formaron parte
de su tripulación.

Zarpar

Comienzan las actividades de Ferrowhite, la mejor inauguración de año viene con
relatos, risas y las copas que estallan próximas a Dundrum Bay. Familiares,
vecinos, ex trabajadores, colaboradores escuchan atentos: «
Soy Roberto Jorge Orzali. Vivo en Ingeniero White. En
1968, con mi primo hermano Jorge Horacio Siepe, apodado Pinda (le gustaba mucho
el jugo “Pindapoy”), decidimos irnos al Brasil a buscar trabajo. En los puertos
brasileños no conseguimos nuestro objetivo, que era embarcar, y volvimos a
White donde nos enteramos que en el puerto, en el muelle viejo de hierro, había
un buque que había quedado embargado por deficiencias en el sistema eléctrico,
alimentación, higiene, sin agua potable. Fuimos a presentarnos ante el capitán,
que se llamaba Edgard Collins de nacionalidad inglesa. A bordo había marinos de
Pernambuco, belgas, ingleses y argentinos». Empieza la búsqueda y la
aventura. «
El capitán nos embarcó a Pinda de segundo cocinero (second cook) y a mí
de “Sluki”, o sea limpiador de máquinas. Trabajamos dos meses amarrados en el
Muelle de Hierro en forma precaria, hasta que se rompieron los generadores de
corriente y no se pudo cocinar más a bordo, aparte, teníamos rotas las bombas
de agua. Mi primo y el cocinero utilizaban la cocina de la Cantina Royal para
darles de comer a la tripulación. Todo estaba a cargo de la Agencia Marítima
Monacci», recuerda hasta los detalles.
Contrario a las palabras, Bocha Conte prefirió el silencio para darle forma al
Dundrum Bay. «El buque quedó dos años sin tripulación hasta el momento que
se remató y se vendió a una empresa uruguaya en 31.200.000 pesos, se tuvo que
formar una nueva tripulación conformada por argentinos y un uruguayo. El
capitán se llamaba José Cossa. Se le puso al buque el pabellón liberiano. Luego
de las reparaciones correspondientes nos hicimos a la mar, nos despidieron del
muelle de hierro con fuegos artificiales y cámaras de televisión de los medio
de Bahía Blanca, además, se encontraban familiares de algunos tripulantes,
entre ellos mi madre, mi padre y mis tías», recuerdo de ese momento en el
cual una botadura era un acontecimiento a celebrar. La réplica de un carguero
“de la vieja escuela” convoca la historia de los whitenses que se subieron a él
para recorrer el mundo cuando la navegación comercial podía ser también una
aventura: la del “Chapa” Orzali, con barba y turbante, rezándole a la salida
del sol en un cabaret de El Callao; la de “Pastilla” Rodríguez, “Pechito”
Mancinelli, “Pinda” Siepe y el ururguayo “Kukú”, perseguidos por la policía de
Los Angeles. “Otros tiempos de estadía en puerto, otras condiciones de trabajo”,
evoca Orzali en su obra Flying Fish, el pez volador que dio la vuelta al mundo
navegando.
La navegación al puerto de Necochea, la carga de trigo, el tránsito por el
Atlántico Sur a 12.013 nudos, una lenta velocidad para semejante porte de
buque, la perplejidad frente al Estrecho de Magallanes, el Pacífico y la
llegada al puerto de Callao en Perú, fueron los condimentos de 25 días de
viaje. «
Cuando navegamos
hacia el Perú, Guerino Mancinelli, alias “Pechito”, me afeitó la cabeza. Yo
tenía una barba larga producto de los días de navegación y Pechito me la
cuidaba, me la recortaba, luego me hizo un turbante y le puso una piedra. A la
caída del sol, habíamos acordado con los compañeros, que yo me subiera arriba del
techo del puente y convocara a la oración, una especie de Ramadán Árabe. Cuando
caía el sol, todo el mundo dejaba sus quehaceres y se dirigían a cubierta,
hacia la popa del buque, y yo con una túnica y la barba que tenía parecía un
profeta saudita. Me hincaba y hacía que oraba. Todos se inclinaban ante mi
figura y oraban. El capitán José Cossa nos observaba y decía “éste es el buque
de la locura”. En el Callao, Pechito me hizo un turbante con una piedra de un
anillo grande que él tenía. Fuimos con otros tripulantes a un cabaret que se
llamaba Trocadera. Yo iba con el turbante puesto y un traje negro, parecía un
marajá hindú». Eran jóvenes y divertidos, sin embargo, llegó la hora de la
verdad, cuando las cuentas no cerraron. «Tuvimos una discusión referente a
horas extras que no nos pagaban. Trabajamos 12 horas y nos pagaban 8.
Conseguimos que nos pagaran lo adeudado, pero debido a discusiones que tuvimos,
nos volvimos a Buenos Aires por Aerolíneas Argentinas. Mi primo Pinda siguió
navegando y ocupó el lugar del mayordomo. El buque puso proa hacia el puerto de
San Pedro, California, que viene a ser la terminal marítima de Los
Ángeles».

Relatos y obras

Ferrowhite
presenta en sus salas artefactos que no provienen del pasado ferroportuario
sino que han sido producidos por los propios trabajadores para contar ese
pasado e imaginar el porvenir. Los barcos de Roberto “Bocha” Conte son buques
archivo. Cargan con sus recuerdos, y con los recuerdos de los familiares y
amigos que colaboran en su armado. Cada maqueta vuelve palpable la historia de
sus constructores, pero también la idea de que toda memoria depende de actos
presentes que transforman necesariamente lo recordado. La memoria se hace acto
constructivo.
La iniciativa de Conte comenzó en 2008, en coincidencia con el arribo del
primer buque regasificador. En ese momento se lució un portacontenedores que,
como un arca, pone a salvo los nombres de clubes, bares, peluquerías y negocios
que animaron la vida de este puerto. Tras la crisis y la reconversión de la
pesca artesanal, llegó el barco de ultramar San Silverio, que representa el
inventario de aquellas pequeñas embarcaciones que casi nunca se alejan de las
aguas de la ría y que ahora, están detrás de un alambrado de 2 metros.
El constructor de las miniaturas fue patrón de las chatas barreras de la
Dirección Nacional de Vías Navegables, esas mismas que pueden verse, hoy,
cortadas en pedazos al costado del museo. “Y en la draga se contaban estas
historias, se pasaba mucho tiempo entre barcos» dice Bocha, para dejar en
claro que cada buque destila años experiencia vivida. Cajas de vino, tijera y
plasticola, con esos elementos Bocha produjo su flota. Su hacer es el de un
bricoleur que emplea materiales de descarte, con una historia de uso. “Nada se
tira, todo se transforma”: sobre ese principio de economía doméstica, Bocha
produce el retrato de una comunidad agitada por los vaivenes de la economía
mundial.

«El Dundrum Bay zarpó desde California hacia el puerto de Rosario, en
Argentina. Llegó a Rosario donde luego de algunas reparaciones y cargar cereal,
zarpó para Europa, pero en el transcurso de la navegación tuvo un incendio y
una avería en máquinas. Por esa situación se quedó sin propulsión propia, por
lo cual, hubo que pedir un remolcador de mar al puerto de Dakas», ciudad
de Senegal en África. En el buque se sucedieron trabajos, motines y fiestas,
finalmente, fue desguazado en el puerto de Rotterdam, Holanda. El barco zarpado
tuvo su fin de viaje, los relatos y las obras recién comienzan en el Taller.

Museo Taller abierto

Lunes a viernes 9 a 13 hs
.
Sábados y domingos 16 a 19 hs.
Usina General San Martín
Juan B. Justo 3885
Ingeniero White

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2014-04-07 08:14:00
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