María Kodama dio una charla a 32 años del fallecimiento
de Jorge Luis Borges, escritor infinito de la literatura universal.
El auditorio de la Biblioteca Rivadavia se llenó de entusiastas, de
lectores y de curiosos que querían escuchar a María Kodama, escritora,
traductora y licenciada en Letras, también fue esposa de Borges. El encuentro
giró alrededor de las anécdotas de viajes, escritura de libros y cuentos, el
humor del escritor y los tiempos compartidos entre 1975 y 1986, año en el que
el escritor falleció.
“Creo que más que entender la obra de Borges hay que sentirla, la primera vez
que leí algo de Borges no sabía ni quién era y me dije qué es esto. Y quedé
atrapada hasta el día de hoy, uno siente la belleza”, introdujo Kodama al ser
interrogada sobre el primer contacto con la pluma del escritor, quien rondaba
los 50 años, mientras que ella era una joven de 16 años.
En la charla se destacó el humor irónico del autor, en una clase donde se cortó
la luz le contestó a un alumno, “tomé la precaución señor mío de ser ciego”,
Kodama recuerda que lo conocía cuando ya estaba en esta condición, a la que
llegó paulatinamente, al igual que su padre. “Jamás vive una queja o un por
qué, lo tomaba natural, íbamos mucho al cine”. Algunos de los textos de Borges
llegaron a la pantalla grande, “Hombre de la Esquina Rosada le gustó mucho, no
así otros”, dijo sin realizar mayores comentarios.
Entre los encuentros memorables, el público asistente reclamó lo sucedido entre
el escritor y Mick Jagger, una casualidad en Europa, “estábamos esperando que
nos vengan a buscar para cenar y Jagger se acercó y se arrodilló al lado de la
mesa y se dirige a Borges:Maestro, lo admiro, he leído su obra; Borges le
preguntó quién era y contestó Mick Jagger, Borges se tira un poco hacia atrás y
le dice: ¿usted es uno de Los Rollings Stones?”, el cantante se admira por el
reconocimiento, “sí conozco toda su obra gracias a María y me encanta”. El rock
estuvo presente en su vida tanto como los cuentos de orilleros, los laberintos,
los espejos. Los festejos de cumpleaños tenían su toque personal, “le parecía
que el happy birthday era sumamente tonto, así que pedía que pongamos The Wall
cuando traían la torta, y sigo haciéndolo”.
Kodama cuenta con alegría estos momentos, el viaje a Egipto y la noche en el
desierto, las conversaciones sobre la realidad política y social, la
cotidianeidad compartida entre lecturas y escrituras. También confiesa que no
tiene televisión, por eso no está al tanto de lo que se dice en los medios de
comunicación sobre el autor.
Premios y partidas
La literatura de Borges fue reconocida con diversos premios, entre ellos el
Miguel Cervantes, sin embargo el Nobel de Literatura le fue adverso, “él se
divertía mucho con eso, y decía que si lo nombraban se convertiría en un número
más, en cambio así, soy único, al que nunca le dieron el premio”.
Jorge Luis Borges se sabe muy enfermo, y decide ir a encontrarse con el destino
de la muerte en Ginebra. “Me preguntó que me parecía su decisión y le contesté
que él podía decidirlo, si usted quiere quedarse o si usted quiere irse, nos
quedamos o nos vamos, y recordó que a Ricardo Balbín,le sacaron fotos en terapia
intensiva, casi desnudo lleno de tubos. Le dije que quería que eligiera en
libertad, no con miedo”. Finalmente, muere en la ciudad suiza y es enterrado en
Plainpalais, la lápida fue creada por la propia Kodama, quien eligió un verso
de un poema que era a gusto con el escritor. “La Batalla de Maldon”, poema
anglosajón que recuerda un conflicto bélico de 991, donde se dirimen fuerzas
este pueblo y los vikingos; la tumba rescata la frase: “y que no temieran”. Del
otro lado, la tumba luce un barco vikingo, la representación de la eternidad,
el viaje final y otra frase que proviene de unos relatos del siglo XIII, “él
toma la espada de Gram y la coloca entre ellos, desenvainada”, este texto fue
incluido en uno propio, Ulrica, en alusión al amor, y al estado de fragilidad
en el que nos pone.
Fuera de toda suposición, los últimos días de Borges estuvieron rodeados de
proyectos y entusiasmos, aún tenía deseos de seguir aprendiendo, una de sus
grandes pasiones, los idiomas. “Cuando vivíamos en Ginebra, y él ya estaba muy
enfermo buscamos un profesor de japonés, habíamos estado en ese país y él
estaba fascinado. Había un instituto donde se enseñaban lenguas extranjeras,
pero los profesores no podían dar clases particulares. Un día buscando en un
diario encuentro que había un profesor oriundo de Alejandría, daba cursos de
árabe. Le digo a Borges y entonces él, entusiasmado, me dice llamémoslo. No me
di cuenta que eran las 10 de la noche, en Ginebra son como las 4 de la mañana
acá. Llamo, me atiende un señor, con la voz cortada”. Logra convencer al
profesor que se acerque al hotel donde se hospedaban y lo hace subir a la
habitación, sin anticiparle la presencia de Borges. Ante el hallazgo, el
profesor se sorprende. “Me tendría que haber avisado que le tenía que enseñar al
Maestro”, acotó emocionado; Kodama le contestó, “se necesita una cuota de
locura para que este encuentro se produjera”.
La noche cerró con un video donde la voz y la imagen de Jorge Luis Borges
resonaban en: “yo vivo, yo
me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me
justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero
esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni
siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy
destinado a perderme, definitivamente, y solo algún instante de mí podrá
sobrevivir en el otro”. Horas en que los asistentes fueron esos otros, donde
Borges sobrevive.
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