Dos días de fiesta y alegría se vivieron en la ciudad
y promete todavía unos días más de baile murguero. Desde el 1 de febrero al 15
de marzo los barrios pusieron en la calle el trabajo anual de trajes, música y
comparsa.
Por cuarto año consecutivo,
Bahía Blanca se sumó al Carnaval Federal de la Alegría, se hizo fiesta popular
y participativa. «La organización colectiva de un corso barrial evidencia
eso. No hay corsos sin oportunidades. No hay corsos sin mayorías con más derechos
reconocidos. La potencia del corso, hecha sin duda de capacidades históricas y
esfuerzo cotidiano, también se sostiene con voluntad política», aseguraron
desde el Instituto Cultural.
Lo colectivo
Los carnavales se visten con los colores del barrio, los trajes y los cantos
son producto de meses de producción en talleres, encuentros y costuras
compartidas. Participar de la murga no es solamente bailar: con la murga se
comparten meriendas, viajes, ensayos, pruebas de vestuario, mates, largas
charlas y, por supuesto, el carnaval. Para un murguero febrero es el mes en que
se encienden las luces de colores y la calle se transforma en el escenario
donde – mostrar todo el
trabajo de todo el año.
«Es recuperar la memoria de la gente, la alegría de corsos pasados, de
cosas que por ahí se han perdido un poco, de muchos años de censura y recuperar
la calle. Ver que la plaza está poblada de gente para celebrar», reflexionó
Augusto Ríos, director de La Cucharón, murga que desde hace 11 años realiza el
Corso a Contramano.
Las 27 noches de corsos convocaron a 20 agrupaciones, mil murgueros, 15
barrios, más batucadas, comparsas y bandas en vivo. Los fines de semana de
febrero fueron murga barrial, los clubes, las organizaciones no
gubernamentales, museos y sociedades de fomento se organizaron junto al
Instituto Cultural para una gran movida que festeja la democracia. «Sí, el
ruido del bombo es el movimiento de una sociedad no solo con más demandas,
también con más posibilidades», declaró el titular, Sergio Raimondi. «Toda la movida de las murgas y los carnavales ha
tenido un desarrollo muy grande en estos años. El año pasado, realmente,
tuvimos una explosión de corsos barriales, tanto los organizados por las murgas
más tradicionales de Bahía Blanca, como La Cucharón, Vía Libre o La Periférica,
como los corsos mismos impulsados por sociedades de fomento y clubes, que se
han prendido, como Villa Mitre, Harding Green, Ingeniero White y Cerri, lugares
históricos, donde en otras épocas se festejaba el carnaval».
Trabajo
Todos los corsos barriales
todos los fines de semana supusieron la ocupación colectiva del espacio
público, “la ocupación del vecino de su propio espacio, de la calle, de la
plaza. Esto, por supuesto, es una ejercitación democrática y es propia de una
ciudad abierta, heterogénea, viva, organizada colectivamente; el Estado y los
vecinos. Lo importante que Bahía Blanca, como todo el país, vivió décadas
eternas sin carnavales, como síntoma de ser una sociedad más triste y menos
democrática. Festejar los carnavales es, claramente, una celebración de la
capacidad de hacer que tiene la sociedad, y por supuesto, reconocerlo es una
ocasión de alegría. Los carnavales se interrumpen con la última dictadura
militar».
Y la previa con talleres y reuniones entre murgueros, permitió “una mejor
dinámica de trabajo para desembocar en estos corsos. Puede sonar frío, pero, la
alegría, también, es un trabajo, hay que producirla. Está bueno que desde el
Estado se acompañe esa capacidad de trabajo porque en ella hay ciudadanía,
transformación del espacio barrial, además, de la ocupación del espacio
público”.
Vecinos
Los corsos más tradicionales y convocantes como el de General Cerri, Ingeniero
White, Villa Mitre y Bella Vista se actualizan de la mano de otros vecinos y
otros jóvenes que aportan sus ganas de alegrar y festejar con una vestimenta
colorida. El traje básico está
compuesto por levita, sombrero, guantes, pantalón y zapatillas. Tiene los
colores que identifican a la murga, y por otro lado, los apliques cosidos con
lentejuelas denotan la antigüedad del murguero, que se mide en cantidad de
apliques y gustos personales para la elección de los decorativos sellos.
La murga es un lugar de expresión, por eso, en el Gran Corso los más pequeños
intentan saltos, levantan los brazos y no hay quien no emita un grito de
admiración, hay aplausos y fotografías. «Por primera vez se hacen los
corsos infantiles», cuenta Raimondi, los niños se han sumado con sus
padres, sus hermanos y copan la avenida Cerri con personalidad y toque propio.
Una levita demasiado grande, un tropezón, un grito al micrófono, y eso también
es carnaval.
Lunes y martes citaron a los visitantes a las 5 de la tarde para dar pasos
diminutos y sonrisas plenas. Y se escuchaba al público aplaudir y cantar.
«Levantá más la bandera, Juan», decía un simpatizante murguero. Tania
se fue disfrazada de princesa y su hermana Ana hizo una corrida para comprarse
la espuma. «Ya nos acostumbraremos a esta fiesta, no es posible quejarse
de este evento hecho con tanto esfuerzo, la espuma también será bienvenida en
unos años», dijo Carolina, mientras miraba cómo los chicos perdían sus
rostros bajo los efectos del festejo. La práctica de espuma y corrida entre los
chicos hizo los atardeceres blanquecinos, en cabezas y ropas, y una toalla
extendida por Marta para su hijo, «ya le encontramos la vuelta al asunto,
que jueguen, se diviertan, sin consecuencias graves», sonríe. «Me
sorprenden los cantos de las murgas, los temas que tocan, antes no les prestaba
atención, creo que muchas veces reflejan lo que pensamos y otras nos dejan
pensando», acota Carlos, papá de Zoé, que llega disfrazada de Minnie.
Los cantos murgueros imponen la sonrisa, el movimiento y las razones para decir
presente en los carnavales. También se sucedieron actualidades, violencia de género
y la vida en la gran ciudad. El baile se coronó el día lunes con una
convocatoria familiar de la mano de La Delio Valdéz. Con sabor a cumbia, los
integrantes animaron al ritmo de temas caribeños. «Su influencia confluye
con la extensa tradición cumbiera que existe en la Argentina, la cual evidencia
con mayor nitidez en los temas que son de autoría de la banda».
Autodefinidos como orquesta que toca folklore colombiano, cumbia peruana,
villera, sonidera, y todo ritmo latinoamericano.
Por segundo año consecutivo, la Estación Sud se convirtió en corsódromo. Más de
10 mil personas lo visitaron cada día feriado. «Vamos al corso, vamos
todos, vamos», animaban los murgueros desde el colectivo que pasaba por el
centro. La invitación se extendió por más de un mes, y la ciudad fue una gran
fiesta llena de baile, espuma y alegría.
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