Como un sueño cumplido, el viernes pasado la balsa construida por la gente del Museo y sus colaboradores superó la primera prueba piloto, el éxito del paseo impulsó a que la botadura se repita para los días de Carnaval.
Una idea
Podría parecer una locura, hasta quisieron llamarse “los locos de la Balsa”, pero lo cierto es que un equipo de trabajo con foto en mano, recreó por casi una hora lo que significó navegar por la ría. La inspiración llegó con el aporte “que la trajo Ángel Caputo, una mañana de invierno, y desde aquel día la idea fue madurando en la acalorada cabeza de nuestro compañero Guillermo Beluzo. ¿Cómo sería esa balsa hoy?”, cuentan en el blog. Se retrataban “Atilio Miglianelli, más joven de lo que lo conocimos, tan pensativo como se lo veía a veces, y están sus compañeros del equipo de buceo de la usina General San Martín, posando para la posteridad sobre una balsa hecha con tambores de aceite y pallets de madera, justo acá a la vuelta, en proximidades de lo que ahora llamamos La Rambla de Arrieta, pero para ellos era la marea del castillo”.
Y sucesivas preguntas llegaron, pero la que más fuerte sonaba: qué formas y materiales rodean al White de hoy. La respuesta llegó en “61 bidones de 20 litros amarrados con 618 fajas de polietileno. 170 centímetros por faja. 1050 metros lineales. Planos dibujados sobre los folios de un viejo libro contable. Gastados hasta el momento: 63 pesos con 25 centavos”. Recorridas y pedidos de bidones se sucedieron a limpieza, sellado de rajaduras, pruebas de hermeticidad, ingenio para unir y convertir a las unidades en un “camalote plástico”. Roberto Orzali, Pedro Caballero, Pedro Marto, Bocha Conte y Luis Leiva teorizaban en los calorones de la quincena de enero. “El problema del agua ya existía, aunque en otros términos, hace más de un siglo, teniendo en cuenta este informe del año 1897, en el que el Ingeniero Julio B. Figueroa reporta la frecuente contaminación de las aguas de pozo, así como lamenta que las perforaciones realizadas por el Ferrocarril Sud, siendo más apropiadas, tuvieran por fin principal la alimentación de las máquinas locomotoras”.
La obra
El camalote logró tomar forma, “siendo las 10.10 hs. del viernes 27 de enero, la balsa se hizo a la mar”, citó en voz alta Caballero, encargado espontáneo de la bitácora de viaje. Orzali y Beluzo fueron los tripulantes habilidosos que durante una hora supieron recrear vida y navegación a la orilla del Castillo. “Setenta años de historia se están recuperando, cuando existían 8 balnearios y una ría de pescadores”, resalta Caballero con emoción. En las orillas “aguantaban los cabos”, el resto del equipo, con habilidades que fluyen como si jamás se hubiesen olvidado.
Sobre la balsa, las decisiones se tornaban difíciles de acordar, Beluzo se quería hacerse a la mar y Orzali darse un chapuzón. La menor preocupación fue la flotación, el camalote plástico respondió favorablemente incluso al viento norte de 40 km. Un barco ingresa por el estuario, por los fondos del Castillo, se ve el movimiento portuario, mientras que en la Rambla que supo convocar, los navegantes deciden volver. Una hora de travesía. “Para mí es volver a mi ámbito”, confesó Orzali. “Es increíble el paisaje que se ve desde el agua. Había un obrero en una de las casillas de la empresa, se acomodó para ver qué hacíamos”, declara Beluzo, en estado de alegría y asombro.
Ya con el mate en la mano y en ronda, se hace necesaria la evaluación de la experiencia. “Se sentía muy bien ahí arriba, creo que la tapa tiene que ser más firme”, analizaba el avezado Orzali. Mientras que Caballero opinaba que “las sogas son muy finitas” y Caputo agregaba que “con poca presión en el agua te vas a pique”. El saldo de un bidón pinchado no se compara con la botadura al sol y los versos de Pochy Acosta: Tengo que conseguir muchos bidones/ tengo que conseguir,/ de donde sea./ Y cuando mi balsa esté lista/ partiré hacia la ría/ Con mi balsa yo me iré a naufragar.
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