La ignota cinematografía peruana se afianza y obtiene premios.

Encontrar un film peruano en una sala argentina es aún más raro, que encontrar uno de cinematografías latinoamericanas más “pudientes” como la mexicana o la brasileña.
Hay que hacer un esfuerzo de memoria y remontarse a Pantaleón y las visitadoras de Francisco Lombardi (2000), basada en la novela de Mario Vargas Llosa -antes había versionado La ciudad y los perros (1985).
Pero esta semana por primera vez en su historia un film peruano -en coproducción con España- consiguió el premio mayor de un festival de cine clase A, cuando La teta ausente de Claudia Llosa -sobrina del famoso escritor- ganó el Oso de Oro al Mejor Film de la 59na. Edición de la Berlinale.
Eso, quizá impulse a los distribuidores a estrenarlo.
La cinematografía peruana comenzó de manera similar a otras de nuestro continente, con la curiosidad despertada por el invento de los Hermanos Lumiere en una primera función pública en 1897.
Después de algunos cortos documentales se rodó la primera ficción en 1913, pero la producción local no tuvo demasiada continuidad y sí mucha competencia extranjera.
Este panorama siguió interrumpido por el éxito esporádico de algún film nacional hasta que en los 70 se promulga una ley de cine, cuyas exenciones impositivas mejoraron la situación hasta la crisis económica y social de los ‘80.
Recién a finales de los ‘90 la actividad repunta abaratada por las nuevas tecnologías digitales, con temáticas más variadas y el movimiento alrededor del Festival de cine de Lima creado en 1997.
De allí en más, la producción ha aumentado y parece haber llegado el momento de obtener reconocimiento internacional con directores como Eduardo Schuldt, Luis Enrique Berrocal o la nombrada Claudia Llosa entre otros.