Parece que los espectadores tendrán que ir haciéndose a la idea de que los
doblajes acaparen las pantallas.
Estamos en temporada alta y los cines rebosan.
Si los números no mienten, el mes de julio pasado fue el record histórico de asistencia
a las salas en Argentina. Y aunque se llevan estadísticas confiables recién desde
finales de la década del noventa -cuando había menos salas-, el feriado del
jueves 9 marcó el pico máximo con medio millón de entradas vendidas en todo el
país y la animación Minions (Kyle
Balda, Pierre Coffin; 2015) se convirtió en la más vista al superar los
4.000.000 de espectadores y seguir contando.
Los exhibidores vieron cumplidas sus fantasías más optimistas después del largo
período de incertidumbre y agorerías, que comenzó con la competencia
establecida por la circulación online de material audiovisual legal y no tanto.
Pero… quienes gustan mucho del cine o tienen alto contenido de celuloide en
la sangre -los cinéfilos todavía guardan cariño al viejo soporte-, habrán
notado que casi el cien por ciento de los largometrajes estrenados durante el
receso escolar y todavía en cartel, están doblados sin importar que se trate de
un título dedicado al público infantil o para mayores.
El actual panorama de digitalización casi total de las proyecciones ha impulsado
–junto con el interés creado por el 3D- la remodelación y reapertura de viejas
salas o la inauguración de nuevas en ciudades que las habían perdido por años o
la tienen por primera vez, gracias al abaratamiento de costos que supone no tener
que lidiar con la impresión y el laborioso traslado de copias analógicas o
“latas”.
Esa misma digitalización permite habilitar
subtítulos o cambiar a doblaje con la misma facilidad que se hace en un
reproductor doméstico de DVD, así que la decisión de restringir las pasadas
subtituladas a funciones de trasnoche o no ofrecerlas en absoluto, tiene
características de política de distribución.
Puede pensarse que contratar a un traductor de los títulos originales,
adaptarlos en tiradas legibles y sincronizarlos requiere esfuerzos y gastos extra,
pero en el presupuesto de un film es enormemente menos que el del dolaje.
Curiosamente, esto sucede cuando el interés por ver cine y televisión en idioma
original está probado por la cantidad de sitos que proveen subtítulos gratuitamente
para los films y sobre todo las series que se bajan o se ven vía streaming.
Sitios siempre sospechados de piratería, donde los usuarios que saben idiomas traducen
los diálogos, los sincronizan y corrigen de modo voluntario hasta conseguir
versiones iguales o mejores que las “profesionales” y de las que algunos estrenos
comerciales y ediciones en DVD se benefician ya que han sido reconocidas por
sus autores.
Idas y vueltas que son sólo la parte visible de un iceberg de discusiones,
entre los que están de uno u otro lado por una u otra razón.
Aunque la tendencia creciente a ofrecer únicamente material doblado no pasa por
la soberanía idiomática o la efectuación de una ley de doblaje que beneficiaría
a actores locales especializados en ellos, ya que todos llegan en el pretendido
“español neutro” y en su mayoría hechos fuera del país.
Ese hablar puro, libre de modismos y expresiones idiomáticas particulares que
sería el español neutro, fue inventado por la industria del doblaje -sobre todo
la establecida en México- y se ha metido en nuestros oídos desde hace décadas,
pero lejos de ofrecer neutralidad apenas ofrece uniformidad, ya que un solo
doblaje para el total de kos países hispanohablantes resulta más económico de
implementar y más lucrativo para la empresa que lo provea.
Fuera de los títulos específicamente dedicados a los niños, el doblaje no es
necesario, ni deseable y atañe a la integridad de la obra. Porque al quitar las
voces originales se cambia no sólo lo que se dice, sino la sincronización entre
el sonido y el movimiento de los labios, la intención gestual y la “respiración”
de la interpretación.
Eso puede pasar relativamente desapercibido en un televisor y en medio de las
interrupciones y falta de acústica del ambiente domestico, pero en la sala
oscura del cine y con sonido envolvente, toda la atención se pone en la pantalla
y el efecto es entre irritante y ridículo.
Aún admitiendo que un film de entretenimiento familiar o uno de acción y escaso
de diálogos se doble para abarcar las edades de todos los espectadores, en
obras de autor es una mutilación inadmisible en un arte menos masivo que el
cine.
Argumentos que suelen desestimarse como una especie de snobismo o purismo, pero
sobre todo porque el doblaje es cómodo.
Y no habría que olvidar que esa “comodidad” se ha usado para censurar como en el
periodo franquista español y todavía sirve para entibiar diálogos sexuales o políticamente
incorrectos.
Resumiendo, una tendencia que de acentuarse convertirá a las pantallas de cine
en meros televisores hipertrofiados.
> Directora
Valeria Villagra
> Secretario de redacción
Pablo Bussetti
> Diseño gráfico
Rodrigo Galán
> Redacción
Silvana Angelicchio, Ivana Barrios y Lucía Argemi
> Difusión en redes sociales
Santiago Bussetti y Camila Bussetti
> Colaboradores
Claudio Eberhardt
2023– Copyleft. Todos los derechos compartidos / Propietario: Cooperativa de Trabajo EcoMedios Ltda. / Domicilio Legal: Gorriti 75. Oficina 3. Bahía Blanca (provincia de Buenos Aires). Contacto. 2914486737 – ecomedios.adm@gmail.com / Directora/coordinadora: Valeria Villagra. Fecha de inicio: julio 2000. DNDA: En trámite
Desarrollado por Puro Web Design.