Crece el interés y la difusión de un nuevo recurso para la lectura.
San Agustín describía estupefacto en Confesiones -su obra literaria más importante escrita entre los años 397 al 400- a su maestro San Ambrosio: Cuando leía, sus ojos corrían a lo largo de la página y su mente percibía el sentido, mas la lengua y la voz se quedaban inmóviles. A menudo, hallándonos allí -cualquiera podía entrar, pues no se solía anunciar la llegada de un visitante- lo observábamos mientras leía, en silencio, nunca de otra forma, y, tras quedarnos sentados -¿quién se atrevería a turbar una concentración tan intensa?-, íbamos conjeturando que, en ese rato de tiempo en el que conseguía dedicarse a relajar su mente, libre por fin del ruido de los problemas ajenos, no querría ser distraído ni explicar a un oyente atento e interesado ningún pasaje oscuro del texto que estaba leyendo, ni discutir sobre una cuestión particularmente difícil, acabando por perder, de tal modo, una parte del tiempo destinado a la lectura… No importaba la razón por la que lo hiciera: para un hombre así, no podía ser sino buena (VI, 3, 3).
Tal estupefacción radica en que antes y después de la invención de la escritura alrededor del año
Esto ha sido olvidado y la visión de alguien sumido en una lectura silenciosa no sólo no asombra, sino que por lo contrario se ve como una falta a la urbanidad.
Pero en nuestro presente tecnológico donde se discute si el libro como lo conocemos cederá su puesto al e-book o libro digitalizado, está dándose una tendencia vanguardista y regresiva casi por igual: el audiolibro o audiobook.
Los disminuidos visuales no se asombrarán ya que por décadas han utilizado y compartido cintas y cassettes de libros leídos en los institutos Braille; además, existen archivos de voz que permiten oír a autores como Borges leyendo sus poemas; y también se suele leer en emisiones radiales literarias, pero desde hace unos años y gracias a la grabación digital el audiolibro ha ido popularizándose.
Se comenzó acompañando algunos libros de un CD, con la totalidad o ciertos tramos leídos por el autor o un narrador, y otros -especialmente clásicos- se editaron directamente en ese formato.
Aunque el lugar que los concentra es Internet, donde semana a semana aumenta la cantidad de sitios que venden u ofrecen descargas gratuitas en formato mp3 de una gran cantidad de títulos.
Esto alimenta otra controversia entre los que los ven como un atentado -especialmente en el caso de los adolescentes- contra la lectura, o una excusa para la vagancia mental y los que destacan los milenios en que el conocimiento se basó en la oralidad.
El tiempo deberá pasar para que se vean los resultados, pero mientras tanto se puede disfrutar de una caminata con las palabras de Víctor Hugo, Homero o Cortázar resonando en los auriculares del celular o reproductor de mp3.
Y para quienes deseen experimentar por sí mismos unas páginas seguras: leerescuchando.net, que propone participar hasta en la grabación de textos; tiflolibros.com.ar, página argentina pensada para ciegos pero abierta a todos, y la sección de audiolibros de librosenred.com.
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