Una relación cada vez más vigente.
La música fue el complemento imprescindible de las imágenes silentes durante las largas tres décadas que transcurrieron entre el establecimiento del cine como espectáculo popular y la llegada del sonido.
Aquellas funciones del biógrafo incluían un pianista u orquesta -eso dependía de la categoría de la sala-, que desgranaba una partitura compuesta especialmente para el film o improvisada.
En las funciones locales habrán menudeado tanguitos y milongas, pero algunos films extranjeros proponían argumentos argentinos. El precursor fue Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Rex Ingram, 1921), donde Rodolfo Valentino bailaba un tango all` uso suo ¡vestido de gaucho y con sombrero andaluz!
En los años veinte el tango se internacionalizó gracias a algunos músicos viajeros y a los dandys, que dejaron en el lenguaje anglosajón frases como más rico que un argentino o se necesitan dos para un tango, junto al arquetipo del morocho algo disoluto y engominado.
En los 30 Gardel filmaría en Hollywood y Europa popularizando su voz y sus composiciones en todo el mundo. Pero luego de esa entrada triunfal y algo efímera, el tango quedó reservado a las pantallas nacionales o latinoamericanas, como se puede ver en el interesante documental El tango en el cine ( Guillermo Fernández Jurado y Rodolfo Corral, 1979).
Pero desde casi dos décadas el interés y la inclusión de tangos en las bandas sonoras y en las tramas de films extranjeros son notorios. Y probablemente motivada en la llamada música del mundo, un pleonasmo absurdo para definir el interés más o menos súbito de las compañías grabadoras por comercializar géneros musicales tradicionales.
Así se han sucedido largos como Naced tango (Leonardo Schrader, 1991), La lección de tango (Sally Potter, 1997), Tango (Carlos Saura, 1998) o Assassination tango (Robert Duvall, 2002). Escenas notorias como las de Perfume de mujer (Martin Brest, 1992), Mentiras Verdaderas (James Cameron, 1994) o Bailamos (Peter Chelsom, 2004). Y bandas sonoras total o parcialmente tangueras como El cartero (Michael Radford, 1994) por la que el músico argentino Luis Bacalov recibiera un Oscar, Los impostores (Stanley Tucci, 1998), Waking life (Richard Linklater, 2001) -una rareza animada-, la inclusión de Tanguera de Mariano Mores en Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001) o la recientemente estrenada Los falsificadores (Stefan Ruzowitzky, 2007), entre otros muchos ejemplos.
Chauvinismos y disgustos aparte -a veces las interpretaciones no son buenas-, oír música tan bella como el tango en una sala cinematográfica siempre implica placer.
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