Para la historia de los medios, Netflix siempre tendrá el lugar de la empresa pionera en el desarrollo de las plataformas de streaming.
El servicio fue lanzado en 2007 y de allí en más, los demás productores de material audiovisual -cine, series, televisión, shows, etc.- vieron disminuir sus ganancias y debieron trabajar en las posibles soluciones: los más poderosos en crear un servicio parecido para competir o establecer convenios y vender derechos los menos.
Así fueron llegando Apple TV, HBO Max y Amazon Prime, por nombrar algunos de los servicios que se pueden contratar en Latinoamérica y finalmente Disney Plus como el competidor máximo, aunque casi cada día surgen nuevos con mayor o menor alcance.
Sin declaraciones formales había comenzado una guerra -más o menos fría- por la posesión de la mayor cantidad de subscriptores, a través de tarifas especiales, catálogos XL y publicitadas producciones propias.
Teóricamente ese enfrentamiento tardaría unos cuantos años en mostrar un vencedor claro, pero en 2020 el aislamiento por la pandemia global y la consiguiente necesidad de entretenimiento 24 horas al día y siete días a la semana tuvieron dos consecuencias principales: posicionaron al visionado online como el modo preferido de acceder a materiales audiovisuales urbi et orbi, relegando definitivamente a la televisión y la aceleración de la citada contienda.
Para finales del 2021, Netflix que estaba a la cabeza en número de subscriptores y en beneficios del FOMO -sigla en inglés de “miedo a perderse algo”- de millones de espectadores alrededor del mundo, empezó a perder terreno y derechos de contenido; algo que desembocó en despidos de personal y cierres de varias oficinas en los primeros meses de 2022.
Mientras tanto, Disney Plus recuperaba buena parte de su producción desperdigada, compraba empresas como Fox y seguía creciendo en modo Pac-Man para obtener una victoria total sobre sus adversarios.
Un resumen a grosso modo, de un ascenso exagerado que muchos analistas de mercado han definido como “Burbuja del Streaming” y presumen que el momento de su estallido no estaría demasiado lejos, con la consiguiente crisis para todas las plataformas y no sólo para “La Gran N”.
Lo que se percibe como poco o imposible de sostener en el tiempo es el enorme volumen de producción original necesaria para “alimentar” los catálogos y mantener el ritmo constante de estrenos que hay en el presente; sumado a la posibilidad de que la actividad encuentre su techo o decrezca, porque el bolsillo de los clientes se ha achicado, porque elijan a una señal sobre otra, se vuelquen al VOD, etc.
Quizás esos pronósticos sean demasiado oscuros y se termine en un reacomodamiento, pero Netflix ya planteó prohibir que se compartan cuentas para que los “invitados” se decidan a pagar; esa y otras plataformas subirían las tarifas o las mantendrían con la inclusión de publicidad como ha anunciado la poderosa Disney, entre otras consecuencias que convertirían al streaming en algo parecido al viejo cable.
Evidencias de que las vacas ya no están tan gordas, así que a maratonear mientras se pueda.
Autor: Redacción Ecodías
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