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Mujeres que dirigen
De las excepciones de antaño a un presente cada vez más abierto a las realizadoras argentinas.
Categoría: Cine

Para ponerlo en números recientes: en los 118 títulos
argentinos estrenados el año pasado, trabajaron 20 mujeres como directoras o codirectoras.
Algunas de ellas con una carrera de años y varios films como Ana Katz, pero la
mayoría directoras debutantes o poco conocidas.
Puede parecer un porcentaje exiguo, pero en perspectiva bastante más alto que
el de los países de la región y de varios de Europa y muchísimo mayor que lo que
solía ser en un pasado relativamente cercano.
El nombre clave, que marcó un antes y un después en la posibilidad de dirigir en
el país siendo mujer, no como una excepción, sino formando parte de la
actividad fue el de María Luisa Bemberg (1922-1995).
“La Bemberg” había comenzado como guionista a principios de los 70 y debutó dirigiendo
los cortos El mundo de la mujer (1972)
y Juguetes (1978), que merecieron el
calificativo de feministas en un momento en que eso no estaba bien visto, pero también
elogios que le dieron el impulso necesario para llegar al largometraje.
Con relativa repercusión de crítica y público realizó Momentos (1981) -drama romántico entre una mujer casada y un hombre
más joven e igualmente casado- y Señora
de nadie
(1982) -sobre una mujer que descubre la infidelidad de su marido y
lo abandona-.
Pero fueron el éxito del drama histórico Camila
(1984) -sobre los trágicos amores de una joven de familia encumbrada y un
sacerdote en la época rosista-y la nominación al Oscar como mejor film
extranjero los que la pusieron en el primer plano nacional e internacional y le
permitieron filmar ambiciosas producciones protagonizadas por figuras europeas
como la británica Julie Christie en Miss
Mary
(1986), Assumpta Serna en Yo, la peor de todas (1990) y nada
menos que Marcello Mastroianni en De eso
no se habla
(1994), que fuera su último trabajo.
Todos dramas relativos a mujeres reales o ficticias que con resultados
creativos y económicos dispares permitieron que consiguiera la continuidad
suficiente para desarrollar un estilo, algo difícil de conseguir para cualquier
realizador argentino sin distinción de género.
Esa carrera, la apertura democrática a partir del 83 y la popularización de las
carreras universitarias de cine consiguieron llevar el tímido 1% de films
dirigidos por mujeres en la década del 70, hasta un 4%.
Número que se duplicó en los 90 y que en el nuevo siglo/milenio llegó a las dos
cifras y ha ido fluctuando entre el 10 y el 20 % de la producción anual.
Muchas mujeres debieron desear dirigir antes, pero fueron la influencia del
movimiento feminista a partir de la década del 60 lo que les permitió romper
paulatinamente con los mandatos machistas de la sociedad. Una ruptura
paulatina, favorecida después por el abaratamiento de costos que aparejaron las
nuevas tecnologías en el rodaje, posproducción y exhibición para profesionales
de ambos sexos.
¿Y qué pasaba AB o “Antes de Bemberg”? Pasaba poco, esforzado y discontinuo.
Algo interesante y casi desconocido es que en el periodo silente desde los
primeros rodajes en Argentina -poco tiempo después de la mítica función inaugural
en 1895- y la implementación del sonido en 1933, hubo algunas damas que se
pusieron tras la cámara a pesar de ser tiempos en que alejarse de lo
establecido podía ser motivo de escándalo en lo poco y ostracismo en lo mucho.
Pioneras de las que se conocen pocos detalles de su vida y apenas se saben los títulos
de unos trabajos de los que han sobrevivido algunos fragmentos y fotografías.
María B. De Celestini -de acuerdo con un viejo afiche publicitario de su film- parece
haber dirigido un único film: el melodrama Mi
derecho
(1917).
De él no se ha encontrado -hasta ahora- ninguna copia, pero algunas fotos
publicitarias y del rodaje dejan entrever que trataba de una madre actriz o
bailarina que reclama o quiere apartar a su hijo de un padre violento.
Se sabe que el niño fue interpretado por el propio hijo de la directora y en
una toma en locación se la ve enfundada en un vestido con volados al lado del camarógrafo
y… de espaldas como para incrementar el misterio.
El otro nombre es el de Emilia Saleny de la que tienen retratos y más datos, pero
bastante contradictorios.
Al parecer era hija de italianos y comenzó como actriz teatral, pero luego se dedicó
a la docencia de declamación -algo típico de la época- e interpretación en una
academia fundada por ella misma, bautizada con su apellido, bastante
prestigiosa y sirvió como fuente de intérpretes para sus realizaciones.
Habría dirigido varios títulos, pero confirmados sólo dos: La niña del bosque (1918), que tenía un argumento infantil y un
elenco integrado por pequeños alumnos de su academia, lo que la hace pionera también
del género infantil. Y su trabajo más comentado: El pañuelo de Clarita (1919), un melodrama del que se conserva
copia.
Se las considera las primeras directoras sudamericanas y fueron excepciones en
una época y un medio en el que las mujeres destacaban como actrices o
guionistas, pero era difícil que llegaran a esa posición de poder.
Una temprana inclusión de realizadoras en el cine argentino, que no supieron o
pudieron conseguir seguidoras, no obstante la cantidad de actrices que llegaron
al rango de estrellas en la llamada Edad de Oro entre 1930 y 1950.
Como ejemplo de influencia y protagonismo el de Niní Marshall, que en el cenit
de su estrellato en la década del cuarenta tuvo casi la totalidad del control
creativo de los films que escribía y protagonizaba, pero nunca llegó o aspiró a
la dirección.
Nada más hasta que Vlasta Lah dirigió Las
furias
(1960), que hasta el momento -los archivos cinematográficos dan
muchas sorpresas- se considera el primer largometraje sonoro de una mujer en Argentina.
Lah, había comenzado como directora asistente de Camino del Infierno (Luis Saslavsky, 1945) y La serpiente de cascabel (Carlos Schlieper, 1948) y después estrenó
Las modelos (1962).
Los setenta trajeron a María Herminia Avellaneda, que dirigió el musical infantil
Juguemos en el mundo (1971) basado
en un guión de María Helena Walsh, para luego dedicarse completamente a la
televisión y Eva Landeck que dirigió Gente
de Buenos Aires
(1974) y Este loco
amor
(1979).
Y a partir de los ochenta se fueron agregando Teresa Constantini, Gabriela
David, Silvia Di Florio, Sandra Gugliotta, Paula Hernández, Jeanine Meerapfel -radicada
en Alemania-, Ana Poliak, Lita Stantic -más conocida por su extraordinaria
trayectoria como productora-, Lucrecia Martel -la directora argentina más
reconocida en el exterior- y Lucía Puenzo, para hacer algunos nombres de una
lista a la que se suman nuevos día con día.

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2016-04-12 00:00:00
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