Miles de largometrajes prueban que en casi ningún lugar ha habido y hay tantos canes
como en las pantallas de cine y televisión.

La efeméride no es muy notoria, pero el 2 de junio en Argentina se celebra el “Día
del Perro”. En realidad se trata de una conmemoración porque se instituyó -a
mitad de la década del noventa- como tributo a un ovejero alemán de la Policía
Federal que murió tratando de defender la vida de un agente herido.
Otra historia que confirma la lealtad de los canes, con sus amigos -a veces no
tanto- humanos.
Para la tradición católica el patrono de los perros es San Roque, un peregrino
que se contagió la peste y sanó gracias al perrito que lamio sus llagas y le trajo
pan todos los días y por eso está a su lado en cada representación pictórica o estatuaria.

Una de las tantas oportunidades en que el arte ha reflejado el vinculo entre nuestras
especies, desde las escenas de caza en tumbas egipcias de cuatro milenios, los
clásicos frescos griegos y mosaicos romanos -con la advertencia “cave canem” o cuidado
con el perro-, pasando por “Las Meninas” de Velázquez hasta nuestros días donde
casi cada celular o blog tiene un retrato del cachorro de la familia.
Pero la literatura, la historieta y el cine son los que lo han contado más
veces. Así El llamado de la selva (1903) y Colmillo Blanco (1906) de Jack London son vividas
aventuras con varias versiones cinematográficas; Flush (1933) de Virginia
Wolf es una biografía de la poeta Elizabeth Barret Browning narrada por su cocker
spaniel o Perros e hijos de Perra (2014) del español Arturo Pérez
Reverte reúne algunos de sus artículos sobre la dignidad de los perros y la
incuria humana, son unos pocos títulos.
¡En cine los perritos aparecieron antes que los Hermanos Lumière lo inventaran
formalmente en 1895!, porque el pionero Charles Emile Reynaud perfecciono
varios artilugios ópticos previos y tiene el honor de haber realizado los
primeros cortos animados conocidos: Pobre
Pierrot (1892) el más famoso y El
payaso y sus perros (1892), que mostraba un típico acto circense en el
estilo poético que los caracterizaba.
De allí en adelante, animados o live action, en protagónicos o roles
secundarios, en dramas o comedias los cuzquitos han aparecido en pantalla con
dos efectos posibles: el positivo es su capacidad de atraer la atención y
despertar la empatía inmediata del espectador y el negativo los golpes bajos, ya
que los realizadores y guionistas suelen usarlos en tramas excesivamente melodramáticas.
¿Marley y yo (David Frankel; 2008)
no es ejemplo suficiente?
Todas las cinematografías tienen sus ídolos de cuatro patas, aunque en Hollywood
son más recurrentes desde las animaciones de Disney al frente y títulos como La dama y el Vagabundo (Clyde Geronimi,
Wilfred Jackson, Hamilton Luske; 1955) o 101
Dálmatas (Clyde Geronimi, Wilfred Jackson, Wolfgang Reitherman; 1961) al batallón
en vivo que la industria consigue en agencias especializadas en entrenamiento animal.

Una forma fácil de ordenar este interminable “corpus perruno” de ficción seria
por rol dentro del film: héroe o antihéroe, ladero, aparición incidental y por
supuesto, villano.
Entre los heroicos sobresalen las varias encarnaciones de Lassie, un collie de larga
pelambre siempre impecable del que se recuerda especialmente Lassie vuelve a casa (Fred M. Wilcox;
1943) donde compartía cartel con los niños Elizabeth Taylor y Roddy McDowell y Rin
tin tin, un ovejero alemán que además de largometrajes tuvo una exitosa serie
televisiva entre 1954 y 1959 custodiando el famoso Fuerte Apache.
Los antihéroes también protagonizan, pero no suelen ser tan arrojados. Como el
miedoso Sccoby Doo de los cortos de Hanna & Barbera o el baboso Beethoven (Brian Levant; 1992).
Los laderos son los más abundantes y obviamente se deben a su dueño. Milou ha acompañado
al reportero adolescente Tin-tin en la historieta original y en cada serie
animada o film; Snoopy es el beagle súper cool de Charlie Brown en animaciones tradicionales o en 3D o
el delicioso Gromit arregla las torpeza del inventor Wallace y el local Pichichus
investiga para Hijitus.
La aparición incidental generalmente es de un perro anónimo en un gag breve, como
la del nervioso pequinés de Loco por
Mary (Bobby & Peter Farrelly; 1998) o el que se encapricha con el dedo
de Robert Downey Jr en Kiss Kiss Bang
Bang (Shane Black; 2005).
Y los villanos muestran sus afilados colmillos y a veces atacan como La banda de los dobermans (Byron Ross
Chudnow; 1972) que además robaban bancos o Cujo
(Lewis Teague; 1983) rabioso y basado en una novela de Stephen King.
Tener un cachorro talentoso o encantador de por medio no asegura la calidad de
un film, pero hay algunos realmente buenos.
Una lista arbitraria podría comenzar con Vida
de Perros (Charles Chaplin; 1918), mediometraje en que un perrito llamado
Scraps le roba protagonismo a “Carlitos” Chaplin. Irónicamente, el clásico
surrealista Un perro andaluz (Luis
Buñuel; 1928), tiene burros muertos, hormigas temibles, pero ningún can. En la
Roma de posguerra, Umberto D. (Vittorio
De Sica; 1952) es un anciano que trata de no morir de hambre y conservar algo
de dignidad con ayuda de un perrito. Hachi-ko
(Seijiro Koyama; 1987) el original japonés basado en conmovedores hechos
reales. La verdad sobre perros y gatos
(Michael Lehrmann; 1995) Una comedia tan subvalorada como amable. Amores perros (Alejandro Gonzales
Iñárritu; 2000), donde los animales son una excusa para introducir los
conflictos de sus dueños. El perro
(Carlos Sorín; 2004) con un dogo argentino que abre a su amo un nuevo estilo de
vida. Up (Pete Docter, Bob Peterson;
2009) Animación excelente con perros capaces de hablar. Y Uggie el Jack Russell
terrier de El Artista (Michel Hazanavicius; 2012), que ayudó a ganar un Oscar.
La enumeración no terminaría jamás porque cada espectador aportaría su preferido,
pero Todos los perros van al cielo (Don
Bluth, Gary Goldman, Dan Kuenster; 1989) y eso debería alegrarlos a todos.