Un precursor, un émulo y miles de máscaras.

Este año Narciso
Ibáñez Menta hubiera cumplido cien y por eso se han ido sucediendo las notas y
los ciclos en su memoria.
El actor y director asturiano vivió la primera mitad de su vida en Argentina,
-llegó muy niño como parte de la compañía encabezada por sus padres-; desarrolló
una notable carrera en teatro y cine, luego se radicó en España y alternó su
actividad de este y aquel lado del Atlántico convirtiéndose en un clásico del
género de terror -con títulos memorables como El hombre que volvió de la muerte (1969) o El pulpo negro (1985)- y en un maestro del maquillaje necesario
para la creación de su monstruosas criaturas.
Sus ciclos arrasaban los ratings, paraban literalmente la actividad en las
noches de su emisión y provocaban pesadillas a niños y no tan niños.
La contratara de ese éxito es que la mayor parte de su trabajo “no terrorífico”
quede en segundo plano, como su protagónico en Almafuerte (Luís César Amadori; 1949) en cine o sus notables puestas
de Arthur Miller o Jean Paul Sartre en teatro.
También se ha olvidado que el mismo año 1912 en que naciera Ibañez Menta, un
adolescente muy especial hacía su debut cinematográfico en un Hollywood que aún
no llevaba ese nombre.
Ese chico sería Lon Chaney, una de las primeras estrellas del terror, con El Jorobado de Notre Dame (Wallace
Worsley; 1923) y El fantasma de la opera
(Rupert Julian; 1925) entre sus films más destacados.
Por su capacidad de perderse en sus personajes fue bautizado “El hombre de las
mil caras” y una broma corriente en las primeras décadas del siglo XX era: “No
pises eso, podría ser Lon Chaney”.
En alguna matinée en Buenos Aires “Narcisín” -apodo infantil de Ibañez Menta-, descubrió
y se convirtió en ferviente admirador de Chaney y pasados los años en su émulo.
No sólo en la preferencia por el género de terror, sino también en la
aplicación de sus técnicas de maquillaje, que hoy son corrientes pero en
aquellos días eran una novedad.
Dos profesionales talentosos y al mismo tiempo encasillados y mitificados por
obra y gracia del miedo que supieron infundir.