Dirección y guión: Paula Hernández
Música: Sebastián Escofet
Montaje: Rosario Suárez
Fotografía: Bill Nieto Behrisch
Origen: Argentina – 2008
Intérpretes: Valeria Bertucellli, Ernesto Alterio
Calificación: Sólo apta para mayores de 13 años
 
Llueve a cantaros en Buenos Aires. En el acceso a una autopista hay un embotellamiento y en uno de los autos -lleno con valijas, cajas de libros y hasta un bonsai- está Alma, que ha huido de su casa. Entre los bocinazos y los gritos de una marcha de protesta un descocido abre la puerta del acompañante y se le sienta al lado. Él es Roberto, que empapado y con una mano ensangrentada le pide ayuda.
Así comienza Lluvia, el tercer largometraje de la directora argentina Paula Hernández -después de Herencia (2001) y del docudrama Los Lugones (2007)- donde narra el encuentro fortuito de un hombre y una mujer que enfrentan crisis personales.
El cine ha contado varias veces y en diferentes tonos, la historia de dos desconocidos que comparten algunos instantes que cambian el rumbo de sus vidas –Un día particular (Ettore Scola, 1977), Breve cielo (David José Kohon, 1969), Perdidos en Tokio (Sofia Coppola, 2003), Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995)-. Además Hernández sigue la línea comenzada en Herencia, prefiriendo un dramatismo sin estridencias y sin distraer la tensión narrativa con subtramas. Sólo los dos protagonistas, un auto y la ciudad de Buenos Aires.
Valeria Bertucelli y Ernesto Alterio con muy pocas líneas de diálogo y muchos silencios, en los que intentan transmitir al espectador como sus personajes son asaltados por sentimientos ajenos a sus conductas cotidianas. Un protagonismo central que carga de importancia las interpretaciones de los dos actores, a pesar de sus estilos completamente diferentes. Bertucelli se luce en cada escena con su intuitiva naturalidad, y Alterio hijo no desentona, aunque se le note más el esfuerzo.
Y respecto a la ciudad, pocas veces -quizás en Happy together del chino Wong Kar Wai (1997)- ha sido fue mejor fotografiada, en imágenes sabiamente alejadas de típica la postal del obelisco.
Una historia intimista a la que el espectador pochoclero le tendrá que disculpar un tempo más ralentado que el de los films más comerciales, si desea disfrutar de sus pequeños hallazgos.