Las vacaciones de Mr. Bean

Título original: Mr. Bean’s Holidays
Dirección: Steve Bendelack
Guión: Robin Driscoll, Hamish McColl
Fotografía: Baz Irving
Música: Howard Goodall
Origen: UK -2007
Calificación: Apta para todo público
Intérpretes: Rowan Atkinson, Max Baldry, Steve Campos, Emma de Caunes,
Willem Dafoe

El comediante Rowan Atkinson ya tenía una carrera cimentada en la
televisión británica, cuando en 1990 -junto a varios colaboradores-
concibió el personaje de Mr. Bean y lanzó el primero de los 14 cortos de
media hora que le darían fama internacional.
Atkinson define a Bean como “un niño con cuerpo de hombre”, muy alejado
de la ternura del Don Fulgencio creado por Lino Palacios, y más cerca de M.
Hulot de Jacques Tati, aunque en clave flemática.
El popular personaje salió del formato sitcom, y ha tenido una versión
animada, otra literaria y dos cinematográficas: Bean, el desastre máximo
(Mel Smith; 1997), que tuvo el mérito de adelantar su contenido en el
título, y ésta.
Las vacaciones de Mr. Bean comienza con el personaje ganando un viaje a
las soleadas playas de la Costa Azul en una rifa. Pero la suerte lo
abandona no mucho después de abandonar la lluviosa Londres, quedando varado
en el camino y perdiendo su dinero, entre muchos otros líos.
A pesar de que esta sería la última oportunidad en que Atkinson encarna
a Bean, no se ha logrado una despedida “por todo lo alto”.
El guión parece un rejunte de gags tomados en “préstamo” de la serie,
como el repertorio de muecas para divertir al niño ruso, el baile a la
gorra en la feria, o la escena completa del restaurante.
Y eso no es lo peor. De hecho, lo que atrae de Bean es su manera
absurda de encarar lo cotidiano, y cuanto más lejos se lo pone de su
departamentito, de su mini Leyland, de su osito de peluche, menos funciona.
Aquí, repitiendo el mismo error del primer film que lo situaba en
California, se lo confronta con demasiada gente en situaciones que poco
tienen que ver con él -como la ironía descolgada de la larga secuencia
dedicada al director de cine interpretado por Willem Dafoe, o el gran coro
del final- diluyendo la efectividad de su humor.
Una decepción, acrecentada por el horrible e inútil doblaje con que se
ha distribuido -Bean apenas habla y no es un film dedicado preferentemente
a los chicos-, que ofrece el módico consuelo de alguna escena jocosa, como
la de una improvisada carrera de bicicletas por la campiña francesa.