Una serie que conjuga niños, teoría conspirativa y ciencia ficción con notables
resultados.

Los memoriosos o cinéfilos que vean el diseño del afiche de la serie Stranger Things y supongan que esta serie original de Netflix
puso proa al género fantástico están totalmente en lo cierto.
Desde que el -cada vez más influyente- servicio de streaming pago comenzó a
producir su propio material en 2011 ha logrado captar la atención del público, marcar
tendencia y esta creación de los directores Ross y Matt Duffer sigue
exitosamente esa huella.
Hasta el suceso de este ciclo estrenado a mediados de julio, los Hermanos
Duffer -mellizos para más datos- sólo habían realizado un par de cortos, el
largometraje de terror Hidden (2015)
y habían escrito algunos episodios la Wayward
Pines (2015), otra serie entre el drama y el thriller.
Como el título indica, la trama va para el lado de las experiencias
paranormales y está ambientada en la década del ochenta, en una alejada y
ficticia ciudad del estado de Indiana llamada Hawkins.
Una mañana como casi cualquiera, la familia del niño Will Byers nota que no ha dormido
en su cama, ni ha ido a la escuela y pone en alerta a la policía.
La desaparición llena de desasosiego a la pequeña comunidad y desconcierta en
particular a sus tres mejores amigos, que no pueden creer que sucediera después
de jugar juntos por horas a “Calabozos y
Dragones”.
Sospechan que algo muy extraño debió pasarle y eso los impulsa a hacer su
propia investigación paralela, mientras una sucesión de hechos extraños
comienza a darles la razón y a pesar que tales tanteos los expongan a mucho más
que un castigo de sus padres.
Cualquier semejanza con la filmografía de Steven Spielberg, J. J. Abrams -uno
de sus mejores alumnos-, John Carpernter o las novelas de Stephen King no es
pura coincidencia, porque los Duffer los admiran y no se han conformado con
incluir cuanta referencia han podido en la escenografía, los diálogos o los
nombres de los personajes y directamente han reproducido escenas completas con
agregados de su propia cosecha.
Fiel a su estrategia, Netflix lanzó los
ocho capítulos de esta primera temporada en el mismo día, dando la posibilidad
de verlos de a uno como una serie televisiva convencional o de un tirón.
Si se tiene el tiempo y la capacidad de hacer lo último, se tendrá la sensación
de haber visto un largometraje hipertrofiado, ya que los episodios no son auto
conclusivos y técnicamente tienen factura cinematográfica.
El primer acto o la introducción, se da en los primeros tres capítulos bien
arriba en a escala de Richter, para captar rápidamente al espectador.
Desde el tercero se alternan sobresaltos – aunque la trama fluctúa
entre la ciencia ficción y el thriller más que en el terror- con momentos de
engañosa calma y el octavo responde muchas de las incógnitas planteadas, pero
también planta la semilla de varias nuevas.
El guión acierta la mayor parte de las veces, aunque hay varias lagunas -la
manera en que se trata el caso de Bárbara o la tardía inclusión de los
recuerdos del comisario entre otras-, pero la tensión se sostiene hasta el
desenlace.
También impresiona la reconstrucción detallista y los efectos -sobre todo el
modo de esconder y mostrar al “villano mayor”- y la elección de los intérpretes,
ya que astutamente hay casting y líneas de relato para cada franja etaria.
El elenco adulto está encabezado por Winona Ryder -como Joyce Byers, la
desbordada madre del niño desaparecido- y Mathew Modine -el frío científico del
Laboratorio Hawkins-, dos intérpretes que se hicieron famosos como actores adolescentes
en la década de los 80, cuyas carreras presentes estaban bastante estancadas y han
recuperado algo de lustre con este trabajo. Junto a David Harbour, un actor
usualmente secundario que se luce como el traumatizado comisario Jim Hopper.
La sub trama adolescente despliega varios tópicos de las películas de
secundaria y tiene interpretes ad hoc, pero el foco de atención pasa por el elenco
menudo.
Un quinteto entre los once y doce años que despierta empatía inmediata y por
suerte no se lo usa en los golpes bajos de los argumentos no destinados al
público infantil que involucran niños.
Los cuatro caballeritos son el sensible Bill -Noah Schnapp-;
Mike -Finn Wolfhard-, el primus inter pares; el ceceoso Dustin -Gaten Matarazzo-
entre el comic relief y la ternura y el cuestionador Lucas -Caleb McLaughlin-, que
recuerdan y en algunas escenas como las de las vías del tren reviven al cuarteto
de Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986).Y
la niña Millie Bobby Brown, una veterana televisiva que brilla con luz propia como la desvalida y al
mismo tiempo poderosa “Once”.
Primera temporada que se ha hecho corta, aunque el inmediato suceso haya traído
el consuelo de la confirmación de una segunda -de nueve episodios- para 2017.
Habrá que esperar que en su próxima incursión por el reino del revés -mejor no
aclarar y arruinar el suspenso- los Hermanos Duffer puedan concretar la misma
mezcla de fantasía y suspenso y los espectadores seguir disfrutando y sufriendo
o disfrutar sufriendo.