Un clásico del género de suspense que
recobra mucho de su actualidad al reflejar una situación de encierro.
Los distribuidores cinematográficos han tenido y salvo excepciones siguen
teniendo la extraña costumbre de rebautizar los filmes con títulos supuestamente
más “gancheros”, en lugar de ofrecer una traducción que respete la elección de
quienes lo han rodado; por eso Rear
Window (1954) de Alfred Hitchcock -literalmente la ventana de atrás- se
convirtió en La ventana indiscreta para
la Argentina y para buena parte de América Latina.
Don Alfred y Alma Reville, su colaboradora y esposa, siempre estaban buscando narrativa de misterio o terror para trasladar a
la pantalla y si era posible, sin que eso exigiera grandes presupuestos, por lo
que una trama que se desarrolla en un solo escenario y con unos pocos intérpretes
era un tesoro que sabían apreciar.
En este caso el tesoro era un cuento del prolífico y ampliamente trasladado al
cine escritor estadounidense Cornell Woolrich, centrado en el periodista gráfico
L.B. ‘Jeff’ Jefferies, que al principio del relato tiene la mala fortuna de quebrarse
el fémur tratando de fotografiar una carrera automovilística y queda enyesado,
en silla de ruedas y confinado en su pequeño departamento neoyorquino.
Aunque el departamentito da al patio interior del edificio y los ventanales de
los vecinos se convierten en su principal distracción. La distracción de voyeur
profesional -un tópico recurrente en la filmografía del maestro del suspenso-, que
se vuelve algo muy diferente cuando el protagonista empieza a sospechar que uno
de esos vecinos tiene la intención de asesinar a su mujer y debe ponerse en
campaña para evitar el femicidio a pesar de que ni la policía, ni su novia, ni
su enfermera le crean.
Si esto solo no basta para crear expectativas en general y producir identificación
en estos tiempos de cuarentena en particular, bastaría agregar el lucido protagónico
de James Stewart; la belleza de una jovencísima Grace Kelly como Lisa y la
enorme Thelma Ritter como la enfermera zumbona que le toma el pelo a su
paciente, en uno de esos eternos secundarios que dejaron marca en casi cada film
en el que actuó en su larga carrera.
Y además de la curiosidad por saber qué sucederá al final de cualquier thriller
que se precie de tal, hay otras dignas de mencionar como que aparte de la melodía
que acompaña los títulos principales compuesta por Franz Waxman tiene sólo
música diegética -la que emana de una fuente visible-; que el esperado cameo de
Hitchcock es muydisfrutable y que tiene un color algo extraño a pesar de que se
rodó en un Technicolor bien fotografiado por Robert Burks.
Ya que como le sucedió a muchos largometrajes de aquella época, el material
fílmico fue degradándose y virando al rojo, lo que hizo temer que se arruinaría
por completo, aunque afortunadamente fue restaurada y hoy se puede ver con
mucho placer, en la mayor parte de los servicios de streaming conocidos.
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