El tan admirado como denostado director estadounidense John Waters participó
del reciente BAFICI.
La noticia fue difundida por casi cada medio y
pasada vigésima edición del Buenos Aires
Festival Internacional de Cine Independiente queda como anécdota: John
Waters se prodigó en entrevistas, presentó los largometrajes de su filmografía
que se exhibieron durante la muestra y… conoció a Isabel Sarli, porque Fuego (Armando Bo; 1969) fue su primer y
casi único contacto con el cine argentino y uno que roza su estilo por kitsch y
“carnal”.
Un realizador de culto que no obstante ese status y la satisfacción que su
visita pudo haber dado a los admiradores presentes, la mayoría de los
espectadores apenas conocen su nombre o ni eso.
Cuando de cine se trata hay una sola manera de solucionarlo y es ver sus films,
aunque en este caso habría que advertir que tiene bien ganado el epíteto de “Papa
del Trash” o “Papa del género basura”.
La razón: sus trabajos suelen satirizar la América suburbana -en particular la de
mediados de siglo XX- con sentido del humor sórdido, violencia, gore, sexo al
borde de lo explícito, casi cualquier cosa considerada de mal gusto y
escatología extrema; todo junto o en diferentes combinaciones y grados.
Waters nació en 1946 en Baltimore y eso no es un detalle banal, porque su
ciudad ha sido el telón de fondo de sus dieciocho films como director y durante
la infancia y adolescencia revoltosas -al menos en la leyenda alimentada por él
mismo- se obsesionó con todo lo sangriento en la ficción y la realidad.
Apenas terminada la secundaria comenzó a rodar de manera autodidacta en 8 y 16
mm junto a un grupo de amigos y exhibía ese material en donde podía.
Fue aprendiendo el oficio de ese modo, haciendo su propia publicidad, dibujando
y pegando carteles, repartiendo volantes y para dar una idea de su temática, su
primer corto data de 1964 y se centra en la boda de una boda interracial celebrada
por un miembro del KuKluxKlan, en plena efervescencia del movimiento por los
Derechos Civiles.
Algo que no apuntaba tanto a contribuir con esa causa como a espantar a los
burgueses, ya que una de sus frases más citadas es: “Me enorgullezco de que mi
trabajo no tenga ningún valor socialmente redentor”.
En 1968 rueda su primer largometraje Eat
your Makeup, que nunca tuvo título en castellano ni en otro idioma ya que se
vio en pocas funciones en su ciudad, pero poco tiempo después consiguió que le
asignaran el turno de medianoche en algunas salas de cine y fue haciéndose sino
fama al menos un lugar entre los jóvenes, deseosos de divertirse y molestar a
la generación de sus mayores y vaya si lo lograban.
Así llegaría Maníacos Múltiples
(1970) con un protagónico total de Divine su musa trans y un argumento que
anticipa el terror slasher de esa década, con una mujer que se vuelve una
asesina furiosa tras enterarse de que su novio la ha engañado.
La consagración como director de culto llegaría con Pink Flamingos (1972), que
a su vez está en cada lista de films de culto.
En él Divine interpreta a otra criminal irredimible, que enfrenta en una
competencia feroz a una pareja que intenta arrebatarle el título de Peor
Persona Viviente.
Hasta el momento la obra más conocida y recordada de Waters -no descarta volver
a rodar aunque hace años que se dedica solo a escribir-, en particular por la revulsiva
escena final que le valió el descriptivo apodo de “Rey del Vómito”.
También se convirtió en personaje del mundo del cine, algo que ha mantenido a
través del tiempo con su traje, peinado a la gomina, bigote fino -en honor del
rockero Little Richards- y las frases con que desafía lo que se tiene por
buenas costumbres.
Para el espectador actual, acostumbrado a la corrección política a una estética
cuidada hasta en films pequeños rodados con una cámara GoPro su producción más
añosa puede ser demasiado chocante, por eso convendría probar con sus trabajos
posteriores, donde afinó la factura visual con un poco más de presupuesto y el apoyo
de actores más conocidos, aunque sin abandonar su estilo bizarro o su grupo tan leal
como variopinto de colaboradores.
Para iniciarse: Cry Baby (1990) -mejor
no recordar el literal “Llora Nena” con que se distribuyó en el país- con Johnny
Depp en su primer protagónico cinematográfico, como un chico rebelde de los
años 50 que termina en un reformatorio, pero está dispuesto a todo por su
chica.
Mamá asesina serial (1994), donde
Cathleen Turner da vida a una madre tan devota como extrema a la hora de
defender la felicidad de su familia.
Y Pecker (1998), una relato coming
of age de un adolescente -Edward Furlong, el chico de Terminator 2 (James Cameron; 1991)- cuya afición a la fotografía es
convertida en suceso de la noche a la mañana por el pretencioso medio artístico
de New York.
Después de tal introducción se está medianamente preparado para el mencionado Pink Flamingos; para Problemas femeninos (1974), con Divine
como una chica caprichosa que decide trabajar como modelo para un par de
fotógrafas de crímenes y Polyester
(1981), el “drama” de un ama de casa que un buen día descubre los engaños de su
marido, el embarazo de su hija y que su hijo es un fetichista del pie
perseguido por la policía.
Sinsentido para unos, saludable baño de incorrección política para otros y
estilo único por siempre.
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