Orson Welles, tan trascendente como problemático.
El 6 de mayo pasado se cumplieron cien años del nacimiento del actor, escritor,
productor, mago y mito Orson Welles.
Como un festejo muy especial impulsado por admiradores y colegas, ese día iba a
reestrenarse El otro lado del viento,
un largometraje que había dejado inconcluso. Pero… como tantas veces durante su
vida no pudo ser por falta de presupuesto.
Welles nació en 1915, en una pequeña ciudad del noreste estadounidense y rápidamente
dio muestras de gran inteligencia y talento artístico, que fueron incentivados
por sus padres.
El prodigio quedó huérfano en la adolescencia y apenas cumplidos 19 años debutó
en la escena teatral neoyorquina, filmó su primer corto cinematográfico, se
casó y debutó en radio con gran suceso.
Cuatro años después, su adaptación
radial de la novela La guerra de los
mundos del británico H.G.Wells provocó pánico en cientos de neoyorquinos, que
convencidos de que se estaba produciendo una invasión extraterrestre huían de
la ciudad en caravana.
Hollywood no podía perderse a ese “enfant terrible” y para 1940 ya estaba en
Los Ángeles barajando propuestas de los estudios y buscando una historia que
llevar a la pantalla. Un periodo bien retratado en el telefilm RKO 241 (Benjamin Ross, 1999).
Finalmente, no tuvo mejor idea que escribir -con más que una ayudita del
guionista Herman Mankiewicz- una versión apenas disimulada de la vida del
magnate William
Randolph Hearst.
Esa opera prima filmada con bastante secretismo fue El ciudadano (1941),
todavía considerada uno de los films más influyentes y mejores de la historia
del cine. Aunque le puso en contra al citado magnate, a los medios de comunicación
que poseía, a los distribuidores y a los periodistas que le eran adictos.
Apenas consiguió estrenarla por influencia de Hearst -Pauline Kael cuenta eso y
mucho más en su imperdible ensayo El ciudadano Kane (1971)- y si esa reflexión
sobre el poder llegó al público y a la categoría de clásico fue por su circulación
posterior.
Después hostigado por el macartismo y comenzó el y venir entre Europa y su país,
que nunca abandonaría.
A pesar de buenos títulos como La dama de Shanghai (1947), cada vez le
fue más complicado realizar sus proyectos por su carácter volátil y su deseo de
tener el control creativo, que no entusiasmaba a los productores de la gran
industria y lo obligaron a filmar independientemente.
Se dividía entre la actuación -se lo recuerda como el abogado defensor de Compulsión
(Richard Fleischer; 1959) o el padre autoritario de Un largo y ardiente
verano (Martin Ritt; 1958)-, la dirección y su status de celebridad por
derecho propio. Ya que al estilo de lo que sucedía con Oscar Wilde, lo que
hacía en escena o fuera de ellas tenía igual repercusión.
Sus entrevistas eran verdaderas performances -la del documental Orson
Welles: The Paris Interview (Allan King, 1960) lo prueba-, donde se apreciaba
la fuerza de su personalidad, el modo de dominar el espacio con su estatura -con
los años también su volumen-, su voz de barítono y dicción perfecta de actor shakesperiano
-en su caso los doblajes son un verdadero pecado-; siempre consciente del
efecto de su ingenio e ironía y muy cómodo en el foco de la atención.
Por desgracia, con el tiempo la balanza se fue inclinando y en vez obtener fama
con sus trabajos debía trabajar de famoso para concretarlos, rodando de manera
fraccionada a medida que conseguía algo de dinero. Así sucedió con su Otelo,
que se estrenó y ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1952, pero otros
films no tuvieron un final feliz.
Y tales dificultades continuaron luego de su relativamente temprana muerte en
1985 -el 10 de octubre se cumplirán treinta años de su deceso-, hasta el
presente.
Hace varios años que el proyecto de estrenar El otro lado del viento está en danza y parecía posible lograrlo gracias
al impulso de la productora independiente Royal Road, el entusiasmo del
director Peter Bogdanovich -que además fue uno de los intérpretes del film- y
el apoyo de otros colegas y productores célebres.
Casi como en las cajas chinas, el film trata sobre un director -¡interpretado
nada menos que por John Huston!-, que intenta reverdecer los laureles de su
carrera con un nuevo proyecto y enfrenta muchas dificultades para concretarlo.
Fue rodado como se pudo entre 1969 y 1976, en soporte de distintos milimetrajes,
sin banda sonora y en mezcla de blanco negro y color.
Un rompecabezas al que se sumaron tironeos por derechos con los productores originales
-franceses e iraníes-, la edición que debe basarse en notas de Welles y la financiación
por crowfunding que parece insuficiente para completar la postproducción.
Con todo, los cinéfilos esperamos que el estreno pueda concretarse en algún
momento del año y que esas imágenes largamente olvidadas vean la luz.
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