¡Cine en la pantalla de su
monitor, LCD, smartphone, GPS o consola de juegos!

Hasta hace no tantos años, una noche de cine casero implicaba indefectiblemente
caminar un par de cuadras al videoclub del barrio, elegir un título, pagar el
monto del alquiler -si se tenía la suerte de que nadie nos hubiera ganado de
mano- y volver casa para disfrutarlo. Pero la tecnología en general, e Internet
en particular, ha ido cambiando las cosas.
Pese a las amenazas de las llamas del infierno, la cárcel o las multas, el cine
y las series televisivas -de hoy y de todos los tiempos- circulan por la Red, se bajan o, gracias a la
disponibilidad de mayor ancho de banda, se ven online en decenas de sitios ad
hoc. Hasta que recientemente surgió una alternativa legal: el streaming pago.
Varias empresas vieron el interés del público y mediante convenios con estudios
y distribuidoras cinematográficas legalizaron una práctica cuestionada y la
convirtieron en un negocio productivo cobrando una módica -comparada con la
cuota promedio de cable- suma mensual.
Una de las pioneras fue Netflix, que comenzó gestionando online alquileres de DVD,
pero recién logró revolucionar el mercado al integrar el streaming hasta casi
terminar con la cadena Blockbusters, conseguir 24 millones subscriptores y
desembarcar -sic- en Latinoamérica en los primeros días de septiembre. En
Argentina, un par de empresas telefónicas ya ofrecen servicios similares, pero éste
cuenta con un catálogo de 100.000 entre films y series.
El lanzamiento incluye un mes de prueba sin cargo, una cuota mensual de 39
pesos y la posibilidad de acceder al material desde cualquier dispositivo que
pueda conectarse a la Red.
Una propuesta atractiva con algunas reservas, porque la mayor parte del catálogo
está doblado en eso que de manera optimista se denomina “español neutro”, y que
salvo excepciones -Telefé firmó un convenio para la difusión de muchos de sus producciones-
procede de la industria estadounidense.