Las tramas, la estética o el estilo general de los films de Federico Fellini pueden gustar en mayor o menor medida o incluso puede que muchos espectadores jóvenes no reconozcan su nombre, pero integra por derecho propio la lista de los más destacados directores de la historia del cine.
Nació en Rimini en 1920, desde chico se dedicó al dibujo y terminada su educación secundaria fue a Roma para estudiar abogacía, pero la abandonó para trabajar como dibujante y periodista de espectáculos. Dos actividades que lo llevaron a la escritura de guiones y a la dirección cinematográfica; con suceso en Italia y Europa primero y a partir de La dolce vita en todo el mundo.
Alguna vez aseguró: “Il cinema è il modo più diretto per entrare in competizione con Dio.”, una especie de boutade desmentida por las dificultades para concretar rodajes que fueron una constante durante toda su carrera; porque además de fama de genio entre los espectadores, se había hecho la de caro y díscolo entre los productores.
Pero la veintena de títulos que constituyen su filmografía son irrepetibles y varios de ellos tienen mucho de autobiográfico y lo retratan por partida doble.
En primer lugar el mencionado La dolce vita (1960), donde Marcello Mastroianni interpreta a un alter ego del periodista que alguna vez fue y el galán que quizás le hubiera gustado ser.
Cronológicamente sigue 81/2 (1963), cifra que alude a los ocho largos y el cortometraje -el maravilloso “Las tentaciones del Dr. Antonio” que forma parte del episódico Bocaccio 70 (1962)- que había realizado hasta el momento; donde un director famoso es perseguido por sus problemas creativos, productores, amantes y fantasías.
Amarcord (1973) se autodefine por el nostalgioso “yo me acuerdo” en lengua romagnola de su título y refleja una infancia similar a la suya con los toques fantásticos que caracterizaban su estilo.
E Intervista (1987), donde Fellini se pone frente a cámara para encarnar una versión casi caricaturesca de sí mismo y recorrer Cinecittà entre recuerdos, ironías sobre la producción cinematográfica y reencuentros entrañables entre otros, con Mastroianni -sempre- y Anita Eckberg, arquetipo de su obsesión por las mujeres voluptuosas.
Y también tiene en su haber a El viaje de Giovanni Mastorna, el film no realizado más famoso del siglo XX que anunció tantas veces y recién pudo plasmar en una novela gráfica en colaboración con el dibujante Milo Manara en 1992. Un año antes de que su corazón dijera “Fine”, la palabra que supersticiosamente había evitado en cada una de sus realizaciones.
Otra cosa que evitaba y no le gustaba nada era la televisión, porque inteErrumpía sus films con publicidades o les cambiaba el formato, así que la posibilidad de que alguien viera uno de sus trabajos en un celular lo habría hecho montar en cólera, pero afortunadamente para los amantes del cine su material se puede encontrar online e invita a descubrirlo, revisitarlo y celebrarlo en compañía de su personalísima galería de imágenes y personajes.
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